EL BECARIO TARDIO
Desdecirse
Esteban Pedrosa
El que los mandatarios, incluso los expertos, se desdigan o cambien el dibujo de sus planteamientos, no debería extrañarnos. Toda la vida ha sido igual. Desde las pestes dialécticas vertidas contra el petróleo, pasando por las vueltas de noria para aceptar el aceite de oliva como beneficioso, han sido muchos los cambios con los que hemos vivido y los que nos quedan por vivir. Después, ahí lo tienen, lo que era adjetivado como líquido apestoso, “sin utilidad alguna”, ahora se le llama oro líquido, que ha cambiado la historia de la humanidad, aunque nos pese a algunos tanta dependencia. Con las aceitunas, algo parecido, para bien, salvo el asunto de mantener la línea. Cercano tenemos lo de mascarillas, sí; mascarillas, no y según escribo estas líneas, la margarita de la duda aún se sigue deshojando, ahora con la premisa de según, cómo y dónde.
Lo que me hace gracia de la actuación de Fernando Simón, con sus llamativos cambios de rumbo al frente de la pandemia, es que muchos lo atacan pensando que, así, atacan al Gobierno, olvidándose de su valía como epidemiólogo -nombre feo donde los haya-, reconocida en todo el mundo y hay que recordar que ya estuvo el frente, en 2014, cuando lo del évola y bajo el mandato del PP, tornándose también entonces las críticas por los que hoy lo alaban, hechas con la misma intención que ahora. Fuera de nuestras fronteras, algunos gobiernos quisieron mirar al virus de reojo y siguen en ese trance, dando prioridad a la economía sobre las personas y, si alguien se desdijo, fue a cuenta de su propia salud, como le ocurriera al primer mandatario inglés. Los demás, Trump, Bolsonaro y Obrador, hacen un canto al despropósito, convirtiendo a los muertos en números sin importancia y, como se dice en estos casos, será la historia quien los juzgue, ese consuelo en el que cada vez vamos creyendo menos, porque la historia la escriben los poderosos. Es decir, que se juzgan a sí mismos y eso no vale. Eso es hacer trampas y no me desdigo ni un ápice.
El que los mandatarios, incluso los expertos, se desdigan o cambien el dibujo de sus planteamientos, no debería extrañarnos. Toda la vida ha sido igual. Desde las pestes dialécticas vertidas contra el petróleo, pasando por las vueltas de noria para aceptar el aceite de oliva como beneficioso, han sido muchos los cambios con los que hemos vivido y los que nos quedan por vivir. Después, ahí lo tienen, lo que era adjetivado como líquido apestoso, “sin utilidad alguna”, ahora se le llama oro líquido, que ha cambiado la historia de la humanidad, aunque nos pese a algunos tanta dependencia. Con las aceitunas, algo parecido, para bien, salvo el asunto de mantener la línea. Cercano tenemos lo de mascarillas, sí; mascarillas, no y según escribo estas líneas, la margarita de la duda aún se sigue deshojando, ahora con la premisa de según, cómo y dónde.
Lo que me hace gracia de la actuación de Fernando Simón, con sus llamativos cambios de rumbo al frente de la pandemia, es que muchos lo atacan pensando que, así, atacan al Gobierno, olvidándose de su valía como epidemiólogo -nombre feo donde los haya-, reconocida en todo el mundo y hay que recordar que ya estuvo el frente, en 2014, cuando lo del évola y bajo el mandato del PP, tornándose también entonces las críticas por los que hoy lo alaban, hechas con la misma intención que ahora. Fuera de nuestras fronteras, algunos gobiernos quisieron mirar al virus de reojo y siguen en ese trance, dando prioridad a la economía sobre las personas y, si alguien se desdijo, fue a cuenta de su propia salud, como le ocurriera al primer mandatario inglés. Los demás, Trump, Bolsonaro y Obrador, hacen un canto al despropósito, convirtiendo a los muertos en números sin importancia y, como se dice en estos casos, será la historia quien los juzgue, ese consuelo en el que cada vez vamos creyendo menos, porque la historia la escriben los poderosos. Es decir, que se juzgan a sí mismos y eso no vale. Eso es hacer trampas y no me desdigo ni un ápice.




















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