OBITUARIO
Se nos fue Ana Cordero, el "ángel" de Zamora

Una dama la definió ayer noche, cuando la madrugada era niña: “Se ha muerto Ana Cordero, el ángel de Zamora”. No necesito ponderar más a una de las mujeres más dulces, bondadosas, femeninas que pasaron por mi vida. Por personas como ella vale la pena haber nacido.
Pero también un fallecimiento tan prematuro como el de Ana te obliga a pensar que Dios no existe y si está posee una tendencia por llevarse a los mejores, a los buenos, a las almas grandes. Creo que seres como Ana Cordero deberían vivir eternamente, porque transmitirían bondad, altruismo, educación, belleza. Los que deberían morirse en un santiamén son los malos: los canallas, los dictadores, los maltratadores de mujeres, los asesinos, los cobistas, los felones, los malos periodistas, los políticos mentirosos. El mal es un cáncer que se extiende por la sociedad humana hasta destruirla, demolerla, encanallarla. El bien, sin embargo, nos ayuda a soportar la vida, a conllevar el dolor, el daño, el infortunio.
Ana transmitía bondad, como si hubiera sido diseñada por un ser superior para suturar heridas en el alma, endulzar el momento más amargo, acariciar las cicactrices que abrió el tiempo. Tenía algo indefinible que nunca capté en otras personas, hombres o mujeres, como si estuviese aquí con una misión: darnos a conocer a los malos que existe otra dimensión en la que abundan personas como Ana Cordero Borges.
¡Cuál sería el grado de su bonomía que jamás escuché a una sola persona hablar mal de Ana; por el contrario, en vida, recibió todo tipo de elogios, de parabienes, de loas!
Mereció la pena vivir, porque Ana Cordero Borges me tocó, acarició y escuchó con su alma durante una parte de mi paso por este camino que conduce a la nada. No lloro por Ana. Lloro por no haber sido como ella. Lloro por mí y por todos los que nos quedamos aquí. Y me preguntó por qué no nacerá más gente como Ana. Mis palabras se transforman hoy en lágrimas, una forma de llorar de los que no somos malos del todo, porque. se nos fue el ángel de Zamora, como anoche me confesó mi amiga Marisa. Apenas nada más. Mi condolencias a su hermana María de los Ángeles Cordero Borges.
¡Ah, se me olvidaba: una persona como Ana Cordero nunca muere, porque vive para siempre en las almas de los que la conocimos!
Eugenio-Jesús de Ávila

Una dama la definió ayer noche, cuando la madrugada era niña: “Se ha muerto Ana Cordero, el ángel de Zamora”. No necesito ponderar más a una de las mujeres más dulces, bondadosas, femeninas que pasaron por mi vida. Por personas como ella vale la pena haber nacido.
Pero también un fallecimiento tan prematuro como el de Ana te obliga a pensar que Dios no existe y si está posee una tendencia por llevarse a los mejores, a los buenos, a las almas grandes. Creo que seres como Ana Cordero deberían vivir eternamente, porque transmitirían bondad, altruismo, educación, belleza. Los que deberían morirse en un santiamén son los malos: los canallas, los dictadores, los maltratadores de mujeres, los asesinos, los cobistas, los felones, los malos periodistas, los políticos mentirosos. El mal es un cáncer que se extiende por la sociedad humana hasta destruirla, demolerla, encanallarla. El bien, sin embargo, nos ayuda a soportar la vida, a conllevar el dolor, el daño, el infortunio.
Ana transmitía bondad, como si hubiera sido diseñada por un ser superior para suturar heridas en el alma, endulzar el momento más amargo, acariciar las cicactrices que abrió el tiempo. Tenía algo indefinible que nunca capté en otras personas, hombres o mujeres, como si estuviese aquí con una misión: darnos a conocer a los malos que existe otra dimensión en la que abundan personas como Ana Cordero Borges.
¡Cuál sería el grado de su bonomía que jamás escuché a una sola persona hablar mal de Ana; por el contrario, en vida, recibió todo tipo de elogios, de parabienes, de loas!
Mereció la pena vivir, porque Ana Cordero Borges me tocó, acarició y escuchó con su alma durante una parte de mi paso por este camino que conduce a la nada. No lloro por Ana. Lloro por no haber sido como ella. Lloro por mí y por todos los que nos quedamos aquí. Y me preguntó por qué no nacerá más gente como Ana. Mis palabras se transforman hoy en lágrimas, una forma de llorar de los que no somos malos del todo, porque. se nos fue el ángel de Zamora, como anoche me confesó mi amiga Marisa. Apenas nada más. Mi condolencias a su hermana María de los Ángeles Cordero Borges.
¡Ah, se me olvidaba: una persona como Ana Cordero nunca muere, porque vive para siempre en las almas de los que la conocimos!
Eugenio-Jesús de Ávila




















Arantxa Diego | Domingo, 05 de Julio de 2020 a las 23:53:19 horas
No podrías haberla descrito mejor, cuanto lo siento y cuanto dolor...Ana, la bondad eterna...la dulzura de San Martín y la mirada más limpia que he conocido!! D.E.P Anita!!
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