Viernes, 26 de Diciembre de 2025

Damaris Puñales-Alpizar
Sábado, 04 de Julio de 2020
USA

4 de julio, pandemia y elecciones en los Estados Unidos

[Img #41189]Es esta una de las fechas más esperadas, más celebradas cada año en los Estados Unidos. Fuegos artificiales, fiestas en familia, barbacoas, desfiles, conciertos, banderas norteamericanas que inundan las calles, las fachadas de los edificios, los patios de las casas. Todo se baña de los tonos tricolores azul, rojo y blanco de la bandera.

 

El 4 de julio de 1776 se declaró la independencia de Gran Bretaña[1], y este día simboliza el nacimiento de la nación. Dos días antes, el Segundo Congreso Continental había votado a favor de un documento redactado por Thomas Jefferson (de Virginia), John Adams (de Massachusetts), Roger Sherman (de Connecticut), Benjamin Franklin (de Pensilvania) y Robert R. Livingston (de Nueva York), en el que se explicaban las razones para romper con los ingleses. El día 4, los delegados de las 13 colonias adoptaron la Declaración de lndependencia.

 

Aunque se celebra desde 1777 con fanfarrias y mucho estruendo, no fue sino hasta 1870 que se convirtió en un día feriado a nivel federal, y en una fiesta nacional. En 1941 se transformó en un feriado pagado para todos los trabajadores federales.

 

En 1801, el presidente Thomas Jefferson celebró el primer 4 de julio en la Casa Blanca. Los presidentes consecutivos han mantenido la tradición. En este día se espera un discurso del presidente en turno que, tradicionalmente, ha seguido un patrón bastante fijo: rememorar los años que han pasado desde la Declaración de la Independencia, invocar a los padres fundadores de la nación, hablar de la libertad, y en muchas ocasiones, apelar a la siempre difícil reconciliación nacional. Entre los discursos reconciliatorios más elocuentes de la historia más reciente están el de Ronald Reagan en 1986; el de Bill Clinton en 1993; el de George Bush en el 2001; y el Barack Obama en el 2014[2].

 

Y entonces llegó el actual ocupante de la Casa Blanca, Donald J. Trump.

 

Su discurso del 3 de julio del 2020 en el simbólico Mount Rushmore[3], en South Dakota, da cuenta del estado actual del país: un desastre sin liderazgo y sin visión de nación; un país cada vez más dividido, donde la pandemia, que a día de hoy ha matado a más de 132 mil estadounidenses, e infectado a más de 2.8 millones, se ha convertido en un problema político y en una excusa para dividir más. Usar o no usar una máscara en público –el mismo presidente no la ha usado ni una sola vez– es una declaración política: en contra o a favor de Trump. Todas las recomendaciones de salud son ignoradas por una parte de la población que ve en la pandemia una conspiración política, y en las medidas para controlarla, un atentado contra su libertad individual.

 

Con las elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina (en apenas cuatro meses), y con los índices de popularidad más bajos desde que asumiera la presidencia en el 2017, el discurso de Trump se transformó en una arenga propagandística y electoral destinada a enardecer a sus seguidores, a echar más gasolina al fuego de la división política, y a acusar a una supuesta “extrema izquierda” de todos los males del país, que buscaría borrar los valores históricos y nacionales.

 

La aparición de Trump en un anfiteatro repleto, carente de distancia social entre los presentes –arropado por las esculturas en piedra de los presidentes Washington, Jefferson, Roosevelt y Lincoln, Trump parecía buscar alguna legitimidad y continuidad histórica a su presidencia–, ocurría un día después del mayor record de casos positivos de coronavirus en los Estados Unidos: el 2 de julio se confirmaron más de 53 mil nuevos enfermos de covid-19, y cinco estados: Alabama, Alaska, Kansas, Carolina del Norte y Carolina del Sur, reportaron la mayor cantidad de enfermos en un solo día. Pero de esto no se habló; no hubo ni la más mínima mención al coronavirus, a los estragos económicos, y sociales, y a las vidas que ha cobrado en los Estados Unidos. Mientras, el virus se cuela sigilosamente en la Casa Blanca, como para demostrar que puede afectar a cualquiera: la novia de Donald Trump Jr, Kimberly Guilfoyle, dio positivo, y varios agentes del Servicio Secreto del vicepresidente, Mike Pence, también resultaron positivos a la prueba. Ocho miembros del equipo de campaña del propio Trump también han resultado infectados.

 

“No seremos tiranizados, no seremos degradados, y no seremos intimidados por personas malas y malvadas”, afirmó el presidente en turno, sin que esté muy claro tiranizados, degradados, intimidados por quién. Las “personas malas y malvadas”, según la lógica presidencial, serían todas aquellas que no estén de acuerdo con sus ideas.

 

A más de tres meses y medio de que el coronavirus apareciera de manera masiva en los Estados Unidos, y semanas después de que la mayoría de los estados de la federación reabrieran muchos establecimientos y se volviera a cierta normalidad, muchos, incluidos los gobernadores de esos mismos estados, se cuestionan si tal decisión, impulsada y apoyada por la Casa Blanca, fue la correcta, y se apresuran a recomendar una nueva cuarentena, o a desacelerar la reapertura planificada.

 

Mientras, una imagen promovida por el equipo de campaña de Trump ha estado circulando: junto a las caras esculpidas de los cuatro presidentes en Mount Rushmore aparece la del actual mandatario. Tan solo esta imagen da cuenta del delirio que se vive en este país, de la falta de sentido común y de la carencia de una estrategia inteligente para controlar el virus, unir al país, y reactivar la economía. 

Damaris Puñales-Alpizar

Para más información histórica, consúltese: https://www.history.com/topics/holidays/july-4th

[1] Fragmentos de estos y otros discursos pueden ser encontrados aquí: https://qz.com/1020031/elegant-4th-of-july-speeches-by-past-us-presidents-of-both-parties-remind-us-unity-makes-america-great/

[1] Las esculturas de las caras de cuatro presidentes norteamericanos, George Washington (1732–1799), Thomas Jefferson (1743–1826), Theodore Roosevelt (1858–1919) y Abraham Lincoln (1809–1865), esculpidas en granito de la misma montaña, fueron dirigidas por el escultor Gutzon Borglum (y su hijo Lincon, luego de la muerte de su padre a principios de 1941) desde 1927, y completadas en octubre de 1941. Las esculturas miden 18.2 metros de altura.

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