Miércoles, 29 de Octubre de 2025

Damaris Puñales-Alpizar
Martes, 07 de Julio de 2020
DESDE ESTADOS UNIDOS

El día después

[Img #41279]Todavía en las noches estallan los fuegos artificiales. Se oyen por todas partes. Es la resaca de las celebraciones del 4 de julio en los Estados Unidos. Uno de mis primeros recuerdos de este país, al que llegué hace ya 16 años, es una noche iluminada por el estallido de los fuegos artificiales en Miami. Yo había llegado a esa ciudad el día 3. Mi primo, para quien también era su primer 4 de julio, me llevó al downtown a ver los juegos pirotécnicos. Desde entonces, cada aniversario de la independencia estadounidense me retrotrae a ese momento inicial, de descubrimiento, en una especie de recuerdo onírico. Mi primo, que desde el 2013 ya no está con nosotros, sigue acompañándome cada 4 de julio en el viaje imaginario que realizo para ver el cielo resplandecer con los colores de las luces que estallan.

 

Este año, sin embargo, la pandemia ha estado al centro de las fiestas: no porque haya que celebrarla –todo lo contrario–, sino como preocupación e incertidumbre. Para mí, como para muchos estadounidenses y residentes en este país, este 4 de julio fue una noche de recogimiento, de estar en casa y evitar acercarse a los puntos de celebración pública. Una gran parte ha renunciado a reunirse con sus familiares y amigos, que se han quedado también aislados. Otra, pese a las recomendaciones de las entidades de salud, se ha lanzado a la calle a celebrar, o se ha juntado en sitios atiborrados sin respetar la distancia social.

 

Desde finales de mayo –cuando la policía de Minneapolis asfixió a George Floyd, afroamericano de 46 años que recién había salido de una tienda. Los dueños de la tienda habían llamado a la policía porque supuestamente Floyd habría usado un billete falso de 20 dólares para comprar cigarrillos- muchas ciudades de los Estados Unidos se inundaron de manifestantes protestando en contra de una violencia policial que parece estar siempre escalando, y cuyas principales víctimas son los negros y los latinos en este país. Una de las consecuencias médicas de tales aglomeraciones, tal y como lo habían advertido los especialistas en salud pública, fue un incremento sustancial en el número de infectados por el coronavirus. Con casi toda seguridad, veremos una situación similar en un par de semanas más, cuando los contagios resultantes de las celebraciones de este fin de semana comiencen a ser evidentes tanto en síntomas como en pruebas positivas.

 

El 2020, que como todo año nuevo se estrenó pletórico de planes por cumplir, de posibilidades y de retos, se ha convertido en un campo de batalla: millones han luchado, siguen luchando, contra el covid-19: para crear una vacuna, para sobrevivir a la enfermedad. Más de un millón ha perdido esa batalla a día de hoy. Muchos otros, millones, han perdido sus empleos, sus fuentes de ingreso, sus negocios. En otro terreno, demasiados intentan descifrar un oráculo imposible: cómo seremos cuando crucemos la pandemia. ¿Seremos mejores seres humanos? ¿Aprenderemos algo de esta dura lección? Muchos quieren tener la respuesta correcta, acertar en este acertijo que enfrentamos hoy. Lo único cierto, sin embargo, es el aumento sin cesar de enfermos, de muertos, de desempleados. El mundo se ha detenido. Se ha congelado. Todo está en suspenso, justo en un año en que, a nivel doméstico en los Estados Unidos, otra batalla campal se cierne sobre el país y su futuro: la contienda electoral.

 

Joe Biden, por el Partido Demócrata, y el actual presidente, Donald J. Trump, por el Republicano, siguen en campaña permanente en vistas de las votaciones de noviembre próximo. Para entonces, muy posiblemente no hayamos sobrepasado la epidemia. La votación por correo podría ser una solución posible para evitar conglomeraciones en las urnas electorales. Esta solución, sin embargo, no hace muy feliz a la administración republicana, que está intentando frenar esa posibilidad.

 

Las elecciones del 2016 se vieron empañadas por la supuesta injerencia y manipulación rusa que habría favorecido a Trump. Según varios analistas internacionales, llevar a Trump a la presidencia de los Estados Unidos habría sido una maniobra geopolítica de Vladímir Putin para hacerse con el liderazgo internacional. Ahora, aprobadas las reformas a la constitución rusa que convierte a Putin prácticamente en presidente vitalicio, es sensato pensar que los rusos podrían intentar de nuevo mantener al actual ocupante en la Casa Blanca.

 

Pero las elecciones de este año, además, están teñidas de muerte y dolor. Y es esta otra variable a tener en cuenta al tratar de predecir el desenlace electoral en los Estados Unidos.

 

En el 2016, en plena campaña por la presidencia que ganaría a finales de ese mismo año, Donald J. Trump dijo –palabras más, palabras menos– que él podría pararse en medio de la Quinta Avenida en Nueva York, disparar y matar a alguien, y todos sus seguidores le seguirían siendo fieles. Uno no puede dejar de preguntarse, a día de hoy, cuando en los Estados Unidos han muerto unas 130 mil personas debido al coronavirus, si sus seguidores seguirán siéndole fieles. Según las autoridades sanitarias del país, muchas de esas 130 mil muertes podrían haberse evitado si la actual administración hubiese tomado medidas mucho más temprano, si la situación se hubiese manejado de otro modo. Metafóricamente hablando, Trump no ha matado a un estadounidense: ha matado a miles. Habrá que esperar a noviembre para saber si sus simpatizantes le siguen siendo fieles. Mientras, el Partido Republicano, excepto aisladas voces, guarda un cómplice silencio con el presidente.

 

 

Damaris Puñales-Alpizar

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