Jueves, 06 de Noviembre de 2025

Eugenio de Ávila
Miércoles, 08 de Julio de 2020
PASIÓN POR ZAMORA

Ven a morir a Zamora

[Img #41341]Yo no podría cantar como Facundo Cabral aquello de que “no soy de aquí ni soy de allá”, porque yo sí soy de aquí, de Zamora, y soy de allá, España; pero no de acá, Valladolid y su Castilla, privilegiados del franquismo y de la democracia de 1977. Soy jacobino. Punto. La izquierda española postmoderna no lo es. Así nos ha ido. Solo sé que la nación que conocí, la de mi juventud, desaparecerá en un lustro o en una década. Su quiebra  me pillará, si es que Cronos no se cansa antes de mí, viejito.

Me duele, como a Unamuno, España, y Zamora me provoca ansiedad y depresión en los adentros del alma. La nación más vieja de Europa, odiada siempre por su izquierda, la más inculta del orbe, la que jamás dio un ideólogo de alcance internacional, como Francia, Italia o Alemania, por no citar a los comunistas rusos, casi todos judíos, excepción de Stalin, georgiana, ni tan siquiera ruso, odia a España, como evidencia el neocomunista Pablo Iglesias. Y si no la odia, tampoco la ama.

A Zamora le sucede algo parecido. No se la quiere. Los políticos que viven en Congreso de Diputados y Senado –no puedo juzgar aún a Pedro Requejo, de Vox- pasan de los zamoranos, porque le deben el cargo al partido, al PP o al PSOE. Siempre fue igual. Nada ha cambiado. Mientras la Ley electoral prevalezca, el pueblo no elegirá, creerá que elige, una ficción más de esta democracia, a la que le falta calidad, clase, sensibilidad, aun así preferible a cualquier régimen comunista. Todos los senadores y diputados nacionales desde 1977 hasta las últimas elecciones legislativas, 2020, asumen, aprenden, metabolizan, que deben puesto a las jerarquías de la formación correspondiente. Por lo tanto, jamás se enfrentaron al poder de su partido, ni se opondrán nunca, porque perderían el favor de los González y Aznar, antaño, de los Zapatero y Rajoy, hogaño, o de esa excrecencia del PSOE que se llama Pedro Sánchez.

Entonces, si los zamoranos reclaman inversiones para su tierra, pero disgustan al Gobierno actual, el diputado nacional, Antidio Fagúndez, el que obtuvo el peor resultado electoral para el Partido Socialista en la historia de unas municipales, y el senador Fernández Blanco, eterno representante del PSOE en la cámara alta, nunca se colocarán a la vanguardia política del pueblo, sino que obedecerán, firmes, prietas las filas, a lo que considere oportuno su jefe, Pedro Sánchez. Y, hasta que gobernó Rajoy, Martínez-Maíllo y demás cuates del PP zamorano, también acataron las directrices de su líder, jamás alzaron la voz en defensa de Zamora. Empírico. No se necesitan demostraciones. 

Zamora, pues, no tiene quién la defienda, porque la prensa, que debería ejercer ese papel, por motivos económicos, también intelectuales, se humilla ante el que maneja el dinero público, ante el político que rige instituciones, desde las emanan las prebendas económicas, esenciales para la pervivencia de este tinglado político-periodísticos que protagoniza la vida local y nacional.

Mientras los zamoranos vayamos de huérfanos políticos por esta España decadente, moribunda, decrépita, nuestra sociedad, nuestra economía, nuestra suerte estará ya echada. La nación va camino de su ruptura, de otra forma de administración, de otras fronteras; Zamora, sin apoyo de un Estado debilitado, carcomido por los partidos políticos, se quedará como geografía ideal para erigirse como la provincia de las residencias de la tercera edad. Nuestro lema turístico, de aquí a un tiempo, tendrá por leyenda: “¡Ven a morir a Zamora, donde se muerte más lento, más tranquilo, y un par de veces!”. Yo preferiría que nuestra gente gritase: “¡Ven a disfrutar de Zamora, de la historia, del futuro, del amor, del arte, de sus viandas, la provincia donde se vive dos veces, más despacio, con arte!

Pero antes nuestro pueblo debería rebelarse contra los políticos profesionales y los partidos que los cobijan. Yo, como escribí al inicio de este artículo, pergeñado entre la ironía y la crítica, sigo siendo de aquí, aunque algún día me echarán  de estos pagos, de la ciudad del alma, para destinarme al más allá.

Eugenio-Jesús de Ávila

 

 

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