REPÚBLICO
Mentir es una cuestión de fe política
Ana Sánchez mintió sobre Monte La Reina porque es una dama con fe, porque cree en algo, porque cree el paraíso terrenal hallase en Zamora
Habíamos quedado en que, para militar en partidos de izquierdas -habría siete tipos diferentes de izquierdas según Gustavo Bueno- se debe ser un ser religioso. Es cuestión de fe. Y creer en algo no tiene nada que ver con la razón. Por fe se miente, por fe se traiciona, por fe se llega hasta matar.
Lógico que un dirigente de izquierdas mienta por fe. Ana Sánchez mintió, cuando debió defenderse, cual abogada del diablo socialista, sobre el asunto de Monte La Reina. La procuradora zamorana, mujer de fe, vehemente, jabata, mentiría siempre por su partido. Desde niña acudió a la parroquia del PSOE en Zamora. Mérito extraordinario. Porque en estos pagos mesetarios, en esta penillanura, una joven que quiera vivir del cuento de la política entraría siempre en las Nuevas Generaciones, plataforma para ser alguien en política y vivir de la res pública, y, si se puede, toda la vida…
Aquí los niños quieren ser del PP desde que hacen la Primera Comunión. Militar en un partido que no se sabe si es de derechas, de centro o todo lo contrario, también tiene su aquel o su cómo. La gente de derechas -¿hay alguien ahí?- no tiene fe. Solo se cree en sí mismo. ¿En Dios? Por si acaso existe algo después de esta vida. Imperativo categórico kantiano. Pablo Iglesias lo ignoraba. Así está la universidad española. Un licenciado en Políticas que no ha estudiado a Kant, ni a Schopenhauer, ni a Nietzsche. Solo a Marx, pero no lo entendió. A Karl solo lo comprendió Engels y porque lo quería mucho.
Quedábamos en que la derecha zamorana carece de fe. La izquierda, que, a veces es muy de derechas, cree en el paraíso en la tierra. No sé si cree en que Monte La Reina -¡por fin!- se restaurará como castro militar. Pero tiene fe en que Zamora acabará convirtiéndose en una inmensa residencia para la tercera edad, la última morada.
Yo no tengo fe. La tuve cuando vivía Franco. Era de izquierdas. ¡Qué risa, qué bobo! Cuando Felipe y su PSOE, desaparecidos en combate durante la dictadura, empezaron a gobernar, me transformé en un ateo de los políticos y un agnóstico de la política. Nuestra democracia fue mentira desde que vino al mundo. Se aprobó una Constitución sin Cortes constituyentes. La condimentaron constitucionalistas del tardo franquismo, algún comunista serio y socialistas de andar por casa. Esa gente no tenía fe. Pero necesitaba que el nuevo régimen pareciese democrático. El español medio no cree en casi nada. Solo le interesa que gane el Real Madrid, o en su defecto, el Barça, la Liga, y el Atlético de Madrid, equipo del proletariado, club sufridor, algún torneo de cierta importancia de cuando en cuando.
El zamorano solo tiene fe en la Semana Santa. Pero no en Dios. Lo suyo es creer como del revés. Vota cuando el pastor político manda salir del redil para acudir a la urna. Se toma unas cañas con pincho. Si puede, siempre que se lo permita su patrimonio, tener querida o amante, y mentirle a la mujer cuando le pregunta si anda con alguna lagarta. Entonces miente. ¡Cómo va a contarle la verdad al ama de su hogar, dulce hogar. Todos mentimos. Yo menos, porque, a mi edad, la mentira es como ir a putas y que te pague la hetera por la visita. Me explico.
No me extraña, pues, que Ana Sánchez mintiese sobre Monte La Reina. El zamorano, sea político, autónomo o pensionista, miente. La verdad cayó derrotada en el Edén. Desde entonces no levanta cabeza. Ya lo dijo Lenin: “La mentira es un arma revolucionaria”. Y Maragall con aquello de que un político nunca debe decir la verdad. Nos jodió. Perdóneseme la grosería. En los funerales siempre se blasfema por despecho a Dios. Zamora tiene aroma a camposanto.
Eugenio-Jesús de Ávila
Habíamos quedado en que, para militar en partidos de izquierdas -habría siete tipos diferentes de izquierdas según Gustavo Bueno- se debe ser un ser religioso. Es cuestión de fe. Y creer en algo no tiene nada que ver con la razón. Por fe se miente, por fe se traiciona, por fe se llega hasta matar.
Lógico que un dirigente de izquierdas mienta por fe. Ana Sánchez mintió, cuando debió defenderse, cual abogada del diablo socialista, sobre el asunto de Monte La Reina. La procuradora zamorana, mujer de fe, vehemente, jabata, mentiría siempre por su partido. Desde niña acudió a la parroquia del PSOE en Zamora. Mérito extraordinario. Porque en estos pagos mesetarios, en esta penillanura, una joven que quiera vivir del cuento de la política entraría siempre en las Nuevas Generaciones, plataforma para ser alguien en política y vivir de la res pública, y, si se puede, toda la vida…
Aquí los niños quieren ser del PP desde que hacen la Primera Comunión. Militar en un partido que no se sabe si es de derechas, de centro o todo lo contrario, también tiene su aquel o su cómo. La gente de derechas -¿hay alguien ahí?- no tiene fe. Solo se cree en sí mismo. ¿En Dios? Por si acaso existe algo después de esta vida. Imperativo categórico kantiano. Pablo Iglesias lo ignoraba. Así está la universidad española. Un licenciado en Políticas que no ha estudiado a Kant, ni a Schopenhauer, ni a Nietzsche. Solo a Marx, pero no lo entendió. A Karl solo lo comprendió Engels y porque lo quería mucho.
Quedábamos en que la derecha zamorana carece de fe. La izquierda, que, a veces es muy de derechas, cree en el paraíso en la tierra. No sé si cree en que Monte La Reina -¡por fin!- se restaurará como castro militar. Pero tiene fe en que Zamora acabará convirtiéndose en una inmensa residencia para la tercera edad, la última morada.
Yo no tengo fe. La tuve cuando vivía Franco. Era de izquierdas. ¡Qué risa, qué bobo! Cuando Felipe y su PSOE, desaparecidos en combate durante la dictadura, empezaron a gobernar, me transformé en un ateo de los políticos y un agnóstico de la política. Nuestra democracia fue mentira desde que vino al mundo. Se aprobó una Constitución sin Cortes constituyentes. La condimentaron constitucionalistas del tardo franquismo, algún comunista serio y socialistas de andar por casa. Esa gente no tenía fe. Pero necesitaba que el nuevo régimen pareciese democrático. El español medio no cree en casi nada. Solo le interesa que gane el Real Madrid, o en su defecto, el Barça, la Liga, y el Atlético de Madrid, equipo del proletariado, club sufridor, algún torneo de cierta importancia de cuando en cuando.
El zamorano solo tiene fe en la Semana Santa. Pero no en Dios. Lo suyo es creer como del revés. Vota cuando el pastor político manda salir del redil para acudir a la urna. Se toma unas cañas con pincho. Si puede, siempre que se lo permita su patrimonio, tener querida o amante, y mentirle a la mujer cuando le pregunta si anda con alguna lagarta. Entonces miente. ¡Cómo va a contarle la verdad al ama de su hogar, dulce hogar. Todos mentimos. Yo menos, porque, a mi edad, la mentira es como ir a putas y que te pague la hetera por la visita. Me explico.
No me extraña, pues, que Ana Sánchez mintiese sobre Monte La Reina. El zamorano, sea político, autónomo o pensionista, miente. La verdad cayó derrotada en el Edén. Desde entonces no levanta cabeza. Ya lo dijo Lenin: “La mentira es un arma revolucionaria”. Y Maragall con aquello de que un político nunca debe decir la verdad. Nos jodió. Perdóneseme la grosería. En los funerales siempre se blasfema por despecho a Dios. Zamora tiene aroma a camposanto.
Eugenio-Jesús de Ávila




























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