LITERATURA
Vivir la literatura antes que vivir de ella
Escribir es reflejarnos en los otros y hacer que los otros se miren a sí mismos como lo harían si nada les condicionase. El oficio de escribir es recrear de la manera más creativa posible el mundo externo, el mundo que nos rodea desde que nacemos y comenzamos el largo viaje de encontrarnos dentro de los límites tenues de nuestra propia piel. A diferencia de un literato, que escribe desde un escritorio y hasta puede llegar a la erudición; el escritor, en cambio, trasmite vida en lo que escribe porque está en medio de la misma vida.
Hubo un tiempo en que ser escritor era una identidad que se obtenía cuando las instituciones de la cultura reconocían como escritor a quien se presentaba como tal. Ahora, todo ha cambiado. Lo cuál me hace preguntarme “¿es escritor quien consigue que una editorial lo acepte y no quien se autopublica?”. Borges pagó la edición de su primera obra, y también Marcel Proust, por dar dos ejemplos fundamentales. Por si esto no bastara, Nietzsche solía costear sus propias ediciones, y distribuyó unos quince ejemplares de “Así habló Zarathustra”. Zamora contiene todos los estilos de escritores, y textos excelentes. Tenemos historia en todas y cada una de las disciplinas olímpicas: ensayo, poesía, novela, teatro y cuento. Todos los autores, desde los desconocidos hasta los más prestigiosos o mediáticos, empezaron su carrera como escritores clandestinos, compaginando su afición con cualquier otro oficio. Y muchos no lo tuvieron nada fácil para sacar adelante sus obras. Aquéllos que crean que hacerse escritor es sinónimo de forrarse ya pueden ir cambiando de idea. No pocos son los escritores que desempeñan las más variadas labores a fin de poner un plato sobre la mesa y pagar el alquiler. Un escritor puede médico, profesor, ingeniero, traductor y banquero. Empresario, camarero, mecánico, reportero y corrector. Delincuente, sacerdote, artesano, periodista y mucho más, incluso habitar una torre de marfil con vistas al mar o permanecer sentado a la mesa de un bar cualquiera con una libreta en la mano y una taza de café humeante a la espera de que las musas, le dicten inefables palabras, el perfil de una trama que, sin embargo, deberá despuntar en orgullosa soledad tras haber trajinado oficios diversos, empleos y trabajos. Sí, señores. Los escritores trabajamos en algo más que inventar historias.
El escritor checo Bohumil Hrabal, por ejemplo, trabajó de almacenista en una compañía de ferrocarriles y llegó a ser conductor de tren. Al igual que Kafka, también trabajo de representante de pólizas de seguros o como viajante de artículos de mercería y juguetes. En aquellos tiempos (aunque no muy diferentes a los de ahora) los intelectuales como él, que iban publicando sus libros y ganando visibilidad mientras compaginaban otros oficios con la escritura, en varias ocasiones eran mal vistos no sólo por las masas, también por sus propios compañeros de trabajo. Raymond Chandler y Dashiel Hammett, tardaron en poder ganarse la vida con las tremendas novelas que ahora se estudian en las universidades. El primero trabajó desde recogedor de albaricoques hasta encordador de raquetas de tenis. Charles Bukowski, fue cartero durante 14 años. Arthur Rimbaud, (sublime autor de poemas de febril adolescencia que siguen capturando fanáticos) se perdió en el África oriental de las hienas y los caníbales y hacer fortuna traficando con armas y marfil y tal vez con esclavos.
Cierto es que hay escritores que consiguen ser profesionales y vivir a golpe de tecla. Algunos lo logran publicando a destajo. Otros, incluso redactan con lentitud, de manera minuciosa, con mucha calidad y haciendo exactamente lo que les dicta su inspiración, (suelen apoyarse también en los artículos de prensa). Pero a estos últimos hay que buscarlos con lupa. Escuchamos de vez en cuando a los agricultores lamentarse agriamente (y con razón) de que el tomate que han sembrado, criado y recogido se lo pagan a 5 céntimos y el supermercado lo vende a 35. Es muy infrecuente escuchar a un autor lamentarse de que, de la materia que él crea, el noventa por ciento del dinero se queda por el camino. De un libro que cuesta 15 euros, el autor percibe 1 (o menos). De ahí, Hacienda se le queda al menos un quince por ciento más IVA, con lo que le queda algo menos de 30 céntimos (con suerte). De ese modo, resulta difícil lograr ingresos para mantenerse. Unos cuantos lo logran, desde luego. Incluso viven holgadamente. Pero no hay que engañarse, son una minoría. Bajo la pequeñísima punta de ese iceberg, una amplia tropa de escritores pasan mucho frío.
Emilia Casas Fernández
Escribir es reflejarnos en los otros y hacer que los otros se miren a sí mismos como lo harían si nada les condicionase. El oficio de escribir es recrear de la manera más creativa posible el mundo externo, el mundo que nos rodea desde que nacemos y comenzamos el largo viaje de encontrarnos dentro de los límites tenues de nuestra propia piel. A diferencia de un literato, que escribe desde un escritorio y hasta puede llegar a la erudición; el escritor, en cambio, trasmite vida en lo que escribe porque está en medio de la misma vida.
Hubo un tiempo en que ser escritor era una identidad que se obtenía cuando las instituciones de la cultura reconocían como escritor a quien se presentaba como tal. Ahora, todo ha cambiado. Lo cuál me hace preguntarme “¿es escritor quien consigue que una editorial lo acepte y no quien se autopublica?”. Borges pagó la edición de su primera obra, y también Marcel Proust, por dar dos ejemplos fundamentales. Por si esto no bastara, Nietzsche solía costear sus propias ediciones, y distribuyó unos quince ejemplares de “Así habló Zarathustra”. Zamora contiene todos los estilos de escritores, y textos excelentes. Tenemos historia en todas y cada una de las disciplinas olímpicas: ensayo, poesía, novela, teatro y cuento. Todos los autores, desde los desconocidos hasta los más prestigiosos o mediáticos, empezaron su carrera como escritores clandestinos, compaginando su afición con cualquier otro oficio. Y muchos no lo tuvieron nada fácil para sacar adelante sus obras. Aquéllos que crean que hacerse escritor es sinónimo de forrarse ya pueden ir cambiando de idea. No pocos son los escritores que desempeñan las más variadas labores a fin de poner un plato sobre la mesa y pagar el alquiler. Un escritor puede médico, profesor, ingeniero, traductor y banquero. Empresario, camarero, mecánico, reportero y corrector. Delincuente, sacerdote, artesano, periodista y mucho más, incluso habitar una torre de marfil con vistas al mar o permanecer sentado a la mesa de un bar cualquiera con una libreta en la mano y una taza de café humeante a la espera de que las musas, le dicten inefables palabras, el perfil de una trama que, sin embargo, deberá despuntar en orgullosa soledad tras haber trajinado oficios diversos, empleos y trabajos. Sí, señores. Los escritores trabajamos en algo más que inventar historias.
El escritor checo Bohumil Hrabal, por ejemplo, trabajó de almacenista en una compañía de ferrocarriles y llegó a ser conductor de tren. Al igual que Kafka, también trabajo de representante de pólizas de seguros o como viajante de artículos de mercería y juguetes. En aquellos tiempos (aunque no muy diferentes a los de ahora) los intelectuales como él, que iban publicando sus libros y ganando visibilidad mientras compaginaban otros oficios con la escritura, en varias ocasiones eran mal vistos no sólo por las masas, también por sus propios compañeros de trabajo. Raymond Chandler y Dashiel Hammett, tardaron en poder ganarse la vida con las tremendas novelas que ahora se estudian en las universidades. El primero trabajó desde recogedor de albaricoques hasta encordador de raquetas de tenis. Charles Bukowski, fue cartero durante 14 años. Arthur Rimbaud, (sublime autor de poemas de febril adolescencia que siguen capturando fanáticos) se perdió en el África oriental de las hienas y los caníbales y hacer fortuna traficando con armas y marfil y tal vez con esclavos.
Cierto es que hay escritores que consiguen ser profesionales y vivir a golpe de tecla. Algunos lo logran publicando a destajo. Otros, incluso redactan con lentitud, de manera minuciosa, con mucha calidad y haciendo exactamente lo que les dicta su inspiración, (suelen apoyarse también en los artículos de prensa). Pero a estos últimos hay que buscarlos con lupa. Escuchamos de vez en cuando a los agricultores lamentarse agriamente (y con razón) de que el tomate que han sembrado, criado y recogido se lo pagan a 5 céntimos y el supermercado lo vende a 35. Es muy infrecuente escuchar a un autor lamentarse de que, de la materia que él crea, el noventa por ciento del dinero se queda por el camino. De un libro que cuesta 15 euros, el autor percibe 1 (o menos). De ahí, Hacienda se le queda al menos un quince por ciento más IVA, con lo que le queda algo menos de 30 céntimos (con suerte). De ese modo, resulta difícil lograr ingresos para mantenerse. Unos cuantos lo logran, desde luego. Incluso viven holgadamente. Pero no hay que engañarse, son una minoría. Bajo la pequeñísima punta de ese iceberg, una amplia tropa de escritores pasan mucho frío.
Emilia Casas Fernández



















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