CON LOS CINCO SENTIDOS
Viajar con la mente
A veces no es necesario poseer riquezas materiales para viajar a los confines del mundo que nos rodea. Sólo con la imaginación y un poco de ayuda extra puedes elegir disfrutar de innumerables aventuras y experiencias casi tan reales y palpables como si las hubieses vivido de primera mano y en primera persona.
Cuando escuchas una pieza musical que te gusta, que te inspira, evocas momentos de felicidad que se fueron ya, pero los exprimiste y forman parte de tu particular historia y recorrido vital. Lo mismo sucede cuando observas un cuadro en un museo. Te imaginas al pintor en su estudio de París, Roma, Madrid, Londres o Nueva York, dando pinceladas con fruición en un lienzo que, poco a poco, va cobrando vida propia con cada color aportado desde la paleta al pincel, da igual la técnica utilizada, aunque a mí personalmente me fascinan los impresionistas, pero también los que pintan con tal lujo de detalles que más pareciera una fotografía que un cuadro lo que ven tus ojos.
Del mismo modo, puedes viajar con un poema o un libro a cualquier lugar del mundo, dentro y fuera de nuestras fronteras, dependiendo de la procedencia del escritor aunque los sentimientos expresados sean los mismos independientemente del lugar del globo terráqueo donde los describas con palabras. El lenguaje de los sentimientos es común a todos los mortales. Todos amamos, odiamos o sentimos la misma indiferencia o pasión ante las mismas situaciones cotidianas o extraordinarias.
Es la sensibilidad ante la manifestación artística, sea ésta de la índole que sea, la que te permite viajar de uno a otro confín, en el espacio y en el tiempo, cerrando los ojos, oliendo la fragancia de las flores, en el mar con su aroma a salitre o en la montaña más difícil de coronar.
En la cumbre o en el suelo de la vida, permítete soñar que viajas a cualquier parte del planeta, porque puedes, sólo tienes que querer hacerlo, sólo tienes que intentarlo con fuerza, y viajarás.
Fotografía cortesía de mi querido amigo David Henriquez Garcia.
Nélida L. del Estal Sastre
A veces no es necesario poseer riquezas materiales para viajar a los confines del mundo que nos rodea. Sólo con la imaginación y un poco de ayuda extra puedes elegir disfrutar de innumerables aventuras y experiencias casi tan reales y palpables como si las hubieses vivido de primera mano y en primera persona.
Cuando escuchas una pieza musical que te gusta, que te inspira, evocas momentos de felicidad que se fueron ya, pero los exprimiste y forman parte de tu particular historia y recorrido vital. Lo mismo sucede cuando observas un cuadro en un museo. Te imaginas al pintor en su estudio de París, Roma, Madrid, Londres o Nueva York, dando pinceladas con fruición en un lienzo que, poco a poco, va cobrando vida propia con cada color aportado desde la paleta al pincel, da igual la técnica utilizada, aunque a mí personalmente me fascinan los impresionistas, pero también los que pintan con tal lujo de detalles que más pareciera una fotografía que un cuadro lo que ven tus ojos.
Del mismo modo, puedes viajar con un poema o un libro a cualquier lugar del mundo, dentro y fuera de nuestras fronteras, dependiendo de la procedencia del escritor aunque los sentimientos expresados sean los mismos independientemente del lugar del globo terráqueo donde los describas con palabras. El lenguaje de los sentimientos es común a todos los mortales. Todos amamos, odiamos o sentimos la misma indiferencia o pasión ante las mismas situaciones cotidianas o extraordinarias.
Es la sensibilidad ante la manifestación artística, sea ésta de la índole que sea, la que te permite viajar de uno a otro confín, en el espacio y en el tiempo, cerrando los ojos, oliendo la fragancia de las flores, en el mar con su aroma a salitre o en la montaña más difícil de coronar.
En la cumbre o en el suelo de la vida, permítete soñar que viajas a cualquier parte del planeta, porque puedes, sólo tienes que querer hacerlo, sólo tienes que intentarlo con fuerza, y viajarás.
Fotografía cortesía de mi querido amigo David Henriquez Garcia.
Nélida L. del Estal Sastre




















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