COVID-19
Esas personas
A veces nos encontramos con seres de luz, personas mágicas que nos aportan una especie de bienestar interno que nos place, nos acomoda, nos hace mullida la existencia cuando disfrutamos de su compañía impagable, porque su compañía, queridos, es gratuita. Son como son, no fingen ser otra persona, sabes en todo momento y en todo lugar que estás ante lo que se conoce como un “amigo de verdad”. Hay otros seres que no dan luz, o si da la suerte de que eres testigo de tal acontecimiento, la dejan escaparse de entre sus cuerpos y es una suerte de luz entreverada, difusa, que cuesta divisar si no estás muy atento, a veces, demasiado atento. Son los que pasan por encima de tu luz apagándola o convirtiéndola en luciérnaga nocturna, que ha de sobrevivir a golpe de idea ocurrente en la conversación, que es mágicamente tapada y engullida por otra idea delirante pero menos luminosa, no así para los mortales estúpidos que escuchan.
Finalmente, lo mejor, lo dejé para el final, como ha de ser, el premio más importante. He dejado para el último peldaño de mi escalón hacia la podredumbre intelectual y personal, a aquellos que para encender su tenue luz verdosa, que no blanca, deben machacar con saña la tuya, utilizarla, prostituirla, mancillarla, robarla y dejarla tirada por el suelo adoquinado y húmedo de la ciudad que te vio nacer y ser algo importante. Son estas personas las que pacen donde tú paces, las que te quitan la comida que llevarte a los labios hambrientos y el agua a tus labios sedientos. Las que por verte hundido cantan y bailan sobre tu tumba, porque son los autores de tu óbito, y como autores, lo celebran.
Hay demasiado mal por ahí suelto con forma de hombre o mujer grácil, que cual la Gorgona Medusa, si osas mirar a los ojos, te convierte en piedra para siempre. No la mires, hazlo de soslayo, que tus arrestos estén a buen recaudo y sus lobos no puedan comer ni devorar a tus corderos. Cuídate de las hormigas rojas, grandes. Porque pican. Acércate a los ríos limpios y a las personas que son como ellos, transparentes. Que no te llamen ni cieguen cantos de sirena, porque los cantos se los lleva el aire y quedas tú, abandonado ante el mundo. Solo.
Nélida L. del Estal Sastre
A veces nos encontramos con seres de luz, personas mágicas que nos aportan una especie de bienestar interno que nos place, nos acomoda, nos hace mullida la existencia cuando disfrutamos de su compañía impagable, porque su compañía, queridos, es gratuita. Son como son, no fingen ser otra persona, sabes en todo momento y en todo lugar que estás ante lo que se conoce como un “amigo de verdad”. Hay otros seres que no dan luz, o si da la suerte de que eres testigo de tal acontecimiento, la dejan escaparse de entre sus cuerpos y es una suerte de luz entreverada, difusa, que cuesta divisar si no estás muy atento, a veces, demasiado atento. Son los que pasan por encima de tu luz apagándola o convirtiéndola en luciérnaga nocturna, que ha de sobrevivir a golpe de idea ocurrente en la conversación, que es mágicamente tapada y engullida por otra idea delirante pero menos luminosa, no así para los mortales estúpidos que escuchan.
Finalmente, lo mejor, lo dejé para el final, como ha de ser, el premio más importante. He dejado para el último peldaño de mi escalón hacia la podredumbre intelectual y personal, a aquellos que para encender su tenue luz verdosa, que no blanca, deben machacar con saña la tuya, utilizarla, prostituirla, mancillarla, robarla y dejarla tirada por el suelo adoquinado y húmedo de la ciudad que te vio nacer y ser algo importante. Son estas personas las que pacen donde tú paces, las que te quitan la comida que llevarte a los labios hambrientos y el agua a tus labios sedientos. Las que por verte hundido cantan y bailan sobre tu tumba, porque son los autores de tu óbito, y como autores, lo celebran.
Hay demasiado mal por ahí suelto con forma de hombre o mujer grácil, que cual la Gorgona Medusa, si osas mirar a los ojos, te convierte en piedra para siempre. No la mires, hazlo de soslayo, que tus arrestos estén a buen recaudo y sus lobos no puedan comer ni devorar a tus corderos. Cuídate de las hormigas rojas, grandes. Porque pican. Acércate a los ríos limpios y a las personas que son como ellos, transparentes. Que no te llamen ni cieguen cantos de sirena, porque los cantos se los lleva el aire y quedas tú, abandonado ante el mundo. Solo.
Nélida L. del Estal Sastre



















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