POR DERECHO
No perder ripio
El verano continúa su andadura esbozando sus mejores galas. La temperatura de estos días, unida a la mascarilla, hace sentir el más puro calor africano. Un calor soporífero que obliga a mecernos. Siguen subiendo los casos de contagios ubicados fundamentalmente en Cataluña. Sin embargo, algo parece haber cambiado en estos últimos meses. Todos nosotros ya perdimos una primavera y parece ser que nadie está dispuesto a perderse el verano. Nos resistimos a perder ripio. Queremos salir a la calle, disfrutar de un paseo, hacer deporte, tomar un café o disfrutar del viento en la cara y de la cerveza en una terraza.
Escuchamos en plena calle las distintas sensibilidades sobre cómo se debe portar las mascarillas, cada vez más ergonómicas y estampadas. ¡Tienen su encanto! Sentada hace varios días en los bancos de Santiago El Burgo, observaba a parejas paseando y acabe preguntándome cómo se seduce con mascarilla; como se habla de amor con mascarilla, como se susurra en el oído del amado con mascarilla; cual es el nuevo lenguaje de los ojos, esos que ahora tienen que trabajar a doble turno para reemplazar a unos labios constreñidos. Observé a la alegría abriéndose paso a borbotones entre mascarilla y mascarilla de amantes y de amados. El artilugio, pretendiendo agujerear brechas de libertad, no lo consigue; acaba perdiendo la batalla porque el amor siempre se abre paso.
El verdadero amor, el amor adámico, germina aun con mascarilla de por medio. Ese afecto, a prueba de todo, es capaz de poner en los labios un te amo, recordando aquel pasaje en la ermita de San Simón, donde una niña sevillana alborotaba a monaguillos y sacristanes quienes en vez de decir amen, decían amor, amor, amor...
Y continuó el calor y prolongue mi paseo hasta Corral de Campanas donde me topé con piedra, silencio, hiedra y otra pareja de enamorados, que entre tiernas palabras, con fuerza estrechaban sus cuerpos, para acariciar sus almas mientras escuchaban el tañido de su melodía:
Duerme, niña chiquita
Mi niña, duerme,
Que mi cuerpo es la cuna
donde mecerte.
Las mascarillas de los amantes volaron cual mirlos buscando el cielo. El paisaje se convirtió en música. Sus almas hablaron un lenguaje primitivo y sus corazones atisbaron el secreto de lo profundo.
¿Y el amor? Ah, el amor no perdió ripio
Lorena Hernández del Río
El verano continúa su andadura esbozando sus mejores galas. La temperatura de estos días, unida a la mascarilla, hace sentir el más puro calor africano. Un calor soporífero que obliga a mecernos. Siguen subiendo los casos de contagios ubicados fundamentalmente en Cataluña. Sin embargo, algo parece haber cambiado en estos últimos meses. Todos nosotros ya perdimos una primavera y parece ser que nadie está dispuesto a perderse el verano. Nos resistimos a perder ripio. Queremos salir a la calle, disfrutar de un paseo, hacer deporte, tomar un café o disfrutar del viento en la cara y de la cerveza en una terraza.
Escuchamos en plena calle las distintas sensibilidades sobre cómo se debe portar las mascarillas, cada vez más ergonómicas y estampadas. ¡Tienen su encanto! Sentada hace varios días en los bancos de Santiago El Burgo, observaba a parejas paseando y acabe preguntándome cómo se seduce con mascarilla; como se habla de amor con mascarilla, como se susurra en el oído del amado con mascarilla; cual es el nuevo lenguaje de los ojos, esos que ahora tienen que trabajar a doble turno para reemplazar a unos labios constreñidos. Observé a la alegría abriéndose paso a borbotones entre mascarilla y mascarilla de amantes y de amados. El artilugio, pretendiendo agujerear brechas de libertad, no lo consigue; acaba perdiendo la batalla porque el amor siempre se abre paso.
El verdadero amor, el amor adámico, germina aun con mascarilla de por medio. Ese afecto, a prueba de todo, es capaz de poner en los labios un te amo, recordando aquel pasaje en la ermita de San Simón, donde una niña sevillana alborotaba a monaguillos y sacristanes quienes en vez de decir amen, decían amor, amor, amor...
Y continuó el calor y prolongue mi paseo hasta Corral de Campanas donde me topé con piedra, silencio, hiedra y otra pareja de enamorados, que entre tiernas palabras, con fuerza estrechaban sus cuerpos, para acariciar sus almas mientras escuchaban el tañido de su melodía:
Duerme, niña chiquita
Mi niña, duerme,
Que mi cuerpo es la cuna
donde mecerte.
Las mascarillas de los amantes volaron cual mirlos buscando el cielo. El paisaje se convirtió en música. Sus almas hablaron un lenguaje primitivo y sus corazones atisbaron el secreto de lo profundo.
¿Y el amor? Ah, el amor no perdió ripio
Lorena Hernández del Río




















Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.122