ZAMORANA
Pasado, recuerdos y limpieza mental
Debe ser a causa de los años que transcurren cada vez con más rapidez en una sucesión de días acelerados que permiten ir pasando las hojas del calendario cada vez más rápido; o, tal vez, a causa de la inminente vejez, esa eufemística edad madura que dicen algunos, como si la vejez hubiera que revestirla de adornos para rebajarle años; pues eso, que con el transcurso el tiempo cada vez vamos necesitando ir más ligeros de equipaje como decía el gran Machado.
Cuando ya se han consumido dos terceras partes de la vida, lo que queda es el resumen de lo que se ha aprendido, del bagaje que hemos llevado a cuestas y que, dependiendo de los acontecimientos vividos, puede constituir un fardo más o menos ligero, el resto sobra; sobran las desafecciones, las malas palabras, el cinismo, los recuerdos dolorosos, la insolencia… ahora, en este punto de la vida en que se supone que somos más sabios, todos esos sentimientos que antes nos doblegaban, ahora hay que tomarlos con más ligereza, sin hacer demasiado caso porque la vida que resta es muy preciada para malgastarla con diatribas, malas caras, disquisiciones o malquerencias.
No hace mucho se me ocurrió hacer una revisión de todo aquello que había sido importante a lo largo de mi vida: estudios, presentaciones ponencias, trabajos, apuntes, recuerdos… Cuando me dispuse a la tarea, lo primero que hice fue sentarme cómodamente y prepararme un café porque sabía que el tema me iba a llevar bastante tiempo, luego cogí una enorme papelera, un par de rotuladores y unas tijeras y me dispuse a hojear cada uno de los papeles que formaban aquella ingente montaña.
Puedo decir que viví horas intensas porque allí había pequeños tesoros de experiencias o recuerdos que formaron parte de un momento concreto de la vida y fueron importantes para mí; sin embargo había también muchas cosas superfluas que, poco a poco, fueron llenando la papelera una y otra vez. A medida que iba disminuyendo la pila de documentos, más ligera me sentía, hasta el punto en que reduje todo a una par de archivadores que, convenientemente rotulados, me permitieran tener la información deseada, resumida y a la vista.
Aquellos horas supusieron una catarsis y, a la vez, un alivio que no fue sino el principio para seguir haciendo lo mismo con otras cosas: ropa, enseres, objetos… todo fue pasando por el escrupuloso tamiz de lo eludible o lo superfluo para dejar únicamente lo necesario.
Como conclusión puedo decir que atesoramos demasiadas cosas, se acumulan objetos, recuerdos varios: aquella entrada del cine de verano, una hoja seca de un paseo especial, unos versos escritos en la esquina de una revista, quizá una rosa seca.., pedacitos de tiempo que una vez adquirieron significado pero, transcurridos los años, solo dejan una sonrisa en los labios o aquel leve recuerdo desteñido por el tiempo cuando alcanzamos la gloria o tocamos el cielo con un acontecimiento reseñable que marcó nuestra vida y perdura allá, en un rincón de la memoria, de donde nunca saldrá.
Sin embargo, cuando han transcurrido tantos años, es preferible deshacerse de aquello que formó parte de un pasado que nada tiene que ver con el actual presente que vivimos, y encarar el tiempo que nos resta con la mayor de las sonrisas y la mejor disposición aprovechando cada segundo de una vida con fecha de caducidad.
“Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontrareis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar”.
Mª Soledad Martín Turiño
Debe ser a causa de los años que transcurren cada vez con más rapidez en una sucesión de días acelerados que permiten ir pasando las hojas del calendario cada vez más rápido; o, tal vez, a causa de la inminente vejez, esa eufemística edad madura que dicen algunos, como si la vejez hubiera que revestirla de adornos para rebajarle años; pues eso, que con el transcurso el tiempo cada vez vamos necesitando ir más ligeros de equipaje como decía el gran Machado.
Cuando ya se han consumido dos terceras partes de la vida, lo que queda es el resumen de lo que se ha aprendido, del bagaje que hemos llevado a cuestas y que, dependiendo de los acontecimientos vividos, puede constituir un fardo más o menos ligero, el resto sobra; sobran las desafecciones, las malas palabras, el cinismo, los recuerdos dolorosos, la insolencia… ahora, en este punto de la vida en que se supone que somos más sabios, todos esos sentimientos que antes nos doblegaban, ahora hay que tomarlos con más ligereza, sin hacer demasiado caso porque la vida que resta es muy preciada para malgastarla con diatribas, malas caras, disquisiciones o malquerencias.
No hace mucho se me ocurrió hacer una revisión de todo aquello que había sido importante a lo largo de mi vida: estudios, presentaciones ponencias, trabajos, apuntes, recuerdos… Cuando me dispuse a la tarea, lo primero que hice fue sentarme cómodamente y prepararme un café porque sabía que el tema me iba a llevar bastante tiempo, luego cogí una enorme papelera, un par de rotuladores y unas tijeras y me dispuse a hojear cada uno de los papeles que formaban aquella ingente montaña.
Puedo decir que viví horas intensas porque allí había pequeños tesoros de experiencias o recuerdos que formaron parte de un momento concreto de la vida y fueron importantes para mí; sin embargo había también muchas cosas superfluas que, poco a poco, fueron llenando la papelera una y otra vez. A medida que iba disminuyendo la pila de documentos, más ligera me sentía, hasta el punto en que reduje todo a una par de archivadores que, convenientemente rotulados, me permitieran tener la información deseada, resumida y a la vista.
Aquellos horas supusieron una catarsis y, a la vez, un alivio que no fue sino el principio para seguir haciendo lo mismo con otras cosas: ropa, enseres, objetos… todo fue pasando por el escrupuloso tamiz de lo eludible o lo superfluo para dejar únicamente lo necesario.
Como conclusión puedo decir que atesoramos demasiadas cosas, se acumulan objetos, recuerdos varios: aquella entrada del cine de verano, una hoja seca de un paseo especial, unos versos escritos en la esquina de una revista, quizá una rosa seca.., pedacitos de tiempo que una vez adquirieron significado pero, transcurridos los años, solo dejan una sonrisa en los labios o aquel leve recuerdo desteñido por el tiempo cuando alcanzamos la gloria o tocamos el cielo con un acontecimiento reseñable que marcó nuestra vida y perdura allá, en un rincón de la memoria, de donde nunca saldrá.
Sin embargo, cuando han transcurrido tantos años, es preferible deshacerse de aquello que formó parte de un pasado que nada tiene que ver con el actual presente que vivimos, y encarar el tiempo que nos resta con la mayor de las sonrisas y la mejor disposición aprovechando cada segundo de una vida con fecha de caducidad.
“Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontrareis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar”.
Mª Soledad Martín Turiño




















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