EL BECARIO TARDIO
Los posados del verano
Esteban Pedrosa
Verano el de este año, que lo anuncia su calor, pero se queda cojo en su faceta vacacional, con la díscola Inglaterra a la cabeza, que no nos mandará a sus hijos de la Gran Bretaña a despeñarse desde un balcón o agarrarse a los comas etílicos con esa vocación tan suya, que va pareja a los sarpullidos y demás cilicios con los que se flagelan su sonrosada piel y viven aquí su vida como el idiota que sabe que lo es, pero no le importa, camuflado en su anonimato.
Ya no hacen falta aquellos posados de verano a cargo de la bióloga Obregón o de la super vedete Duval, santo y seña del PP de aquellos años, más santa que seña -la puta era la Montiel para las huestes de Aznar- hasta que llegó un señor con posibles y cambió los posados con el exbaloncestista e hijos por la historia novelada de “El pudiente y la corista”, quedando Sarita más inmaculada si cabe. Ahora, tal vez, los posados no tengan tanto glamur, pero son más nuestros que nunca y están a la vuelta de la esquina o de las redes sociales, en la piscina de Villaralbo o en las playas de Manzanal o del Puente de la Estrella.
Quien más, quién menos tenemos nuestra musa casera -salvo mi vecino de columna, Patricio Cuadra que las importa- nuestra musa de andar por casa, o de alguna red social, como ya digo, que de vez en cuando hace algún comentario; es decir, habla, dice cosas bonitas, románticas, prosaicas, pero las dice, que es lo que importa.
También tengo una “posadera” que solo hace eso, posar; en veranos interminables que le duran todo el año, más de un año, con confinamiento incluido en el que también posó; sin mascarilla, eso sí, pero con ella puesta también la habría reconocido. Creo recordar que nunca escribió nada, ni los buenos días ni buenas tardes. Se limita a eso, a posar, en una fiesta continua, como si la vida fuera eso: acomodar el cuerpo al ángulo perfecto de un muslo, a la esquina erótica de una pestaña o a la esfericidad de un pecho.
La Obregón y la Duval tenían más escuela, pero a esta te la puedes encontrar por la calle, ahí es nada.
Verano el de este año, que lo anuncia su calor, pero se queda cojo en su faceta vacacional, con la díscola Inglaterra a la cabeza, que no nos mandará a sus hijos de la Gran Bretaña a despeñarse desde un balcón o agarrarse a los comas etílicos con esa vocación tan suya, que va pareja a los sarpullidos y demás cilicios con los que se flagelan su sonrosada piel y viven aquí su vida como el idiota que sabe que lo es, pero no le importa, camuflado en su anonimato.
Ya no hacen falta aquellos posados de verano a cargo de la bióloga Obregón o de la super vedete Duval, santo y seña del PP de aquellos años, más santa que seña -la puta era la Montiel para las huestes de Aznar- hasta que llegó un señor con posibles y cambió los posados con el exbaloncestista e hijos por la historia novelada de “El pudiente y la corista”, quedando Sarita más inmaculada si cabe. Ahora, tal vez, los posados no tengan tanto glamur, pero son más nuestros que nunca y están a la vuelta de la esquina o de las redes sociales, en la piscina de Villaralbo o en las playas de Manzanal o del Puente de la Estrella.
Quien más, quién menos tenemos nuestra musa casera -salvo mi vecino de columna, Patricio Cuadra que las importa- nuestra musa de andar por casa, o de alguna red social, como ya digo, que de vez en cuando hace algún comentario; es decir, habla, dice cosas bonitas, románticas, prosaicas, pero las dice, que es lo que importa.
También tengo una “posadera” que solo hace eso, posar; en veranos interminables que le duran todo el año, más de un año, con confinamiento incluido en el que también posó; sin mascarilla, eso sí, pero con ella puesta también la habría reconocido. Creo recordar que nunca escribió nada, ni los buenos días ni buenas tardes. Se limita a eso, a posar, en una fiesta continua, como si la vida fuera eso: acomodar el cuerpo al ángulo perfecto de un muslo, a la esquina erótica de una pestaña o a la esfericidad de un pecho.
La Obregón y la Duval tenían más escuela, pero a esta te la puedes encontrar por la calle, ahí es nada.




















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