PASIÓN POR ZAMORA
La Zamora que pudo ser y no fue
Agosto, más las fiestas de Navidad y cuatro días de la Semana Santa, los que median entre la tarde del Miércoles Santo y la del Domingo de Resurrección, desde ha tiempo, se convirtieron en los momentos económicos más importantes del año tanto para la provincia como para las tres ciudades definidas en nuestro geografía: la capital, Zamora, Benavente y Toro. Muchos pequeños empresarios cubrían la mitad del presupuesto del negocio durante esos días de verano, invierno y primavera. Los zamoranos de la capital nos encontrábamos con la Zamora que anhelábamos, la que pudo ser y no fue, la ciudad del ucronía, que se transformó en ciudad pretérito.
Ignoro cómo nos vendrá este agosto que se inicia hoy, si será como el de los últimos años, con los pueblos recibiendo a sus hijos del exilio laboral y Zamora y sus comercios y sus bares, restaurantes y cafeterías repletos de gente. No sé hasta qué punto ha hecho daño la pandemia vírica y los miedos generados, ni tampoco si hay temor ante la pandemia económica que se anuncia. Los datos sobre el PIB nacional, ofrecidos ayer por la prensa, acojonaban. España ha entrado en recesión, con un brutal desplome del Producto Interior Bruto, nada menos que del 22%, el mayor del mundo civilizado. Se cumplen, pues, las previsiones de algunos organismos.
La pandemia vírica tampoco se desacelera, por el contrario, los rebrotes continúan en Aragón, Cataluña y Navarra, y se ha sabido que España fue el país europeo con mayor exceso de mortalidad durante el coronavirus, según el estadístico británico David Spiegelhalter. Ni Reino Unido, ni Bélgica, ni tan si quiera Estados Unidos, liderado por un hombre que ha perdido la cordura, muestran tal exceso de fallecimientos. Además, la inconsciencia de los jóvenes y sus juergas nocturnas, y sus botellones, ha bajado la edad media de los contagiados hasta los 43 años. Mientras, el turismo español, principal fuente de ingresos junto a la industria automovilística, se halla en quiebra. Nunca como ahora, nuestra nación necesitó un gobierno de concentración, formado por economistas solventes, sin deudas ideológicas, para salir indemnes del caos económico que se apoderará de España antes de que caigan las hojas. Hace falta un hombre de Estado. Pedro Sánchez no lo es. Entre él, pura mediocridad, guiada por una audacia descomunal, y Felipe González existe una diferencia abismal. Quizá ya de nada nos sirva rezar. Yo, como ateo, lo intentaré.
Regreso a Zamora, el amor de mi vida. Guarido, hombre sensato, que no sueña ni dormido, que sabe que dos más dos son cuatro, serio, había previsto una serie de inversiones de interés cultural, urbanístico y, en principio, económico. Construir el Parque de Bomberos y el Conservatorio de Música y el Centro Cívico dará empleo a cientos de zamoranos. Perfecto. Pero se oye que el Ministerio de Hacienda, dirigido por una licenciada en Medicina, la andaluza Montero, tiene la intención de “expoliar” a las instituciones locales, quitarles los superávit, los ahorros de las buenas gestiones económicas. Si el Gobierno de Sánchez, un socialista según cuentan, el que prima a los ricos, como al PNV, formación racista, en detrimento de los pobres, como las regiones del interior español, se atreve a “robar” a los municipios, el pueblo no debería tolerarlo, y, por supuesto, los alcaldes. La democracia más pura, la más cercana al ciudadano, hallase en los ayuntamientos y las diputaciones.
Si agosto es bueno para los empresarios zamoranos, también lo será para toda la ciudadanía. Ahora bien, en Navidad, Semana Santa y en este mes de verano en el que yo nací, siempre pienso en lo que Zamora perdió y nunca recuperará. Lejos de su tierra, trabajan miles de zamoranos, más que en nuestra ciudad y provincia. Hay otra Zamora lejos de nuestros 10.500 km2 de extensión. La que se marchó, porque aquí no había trabajo, pues los caciques se negaron a cambiar el futuro, o porque su capacidad profesional demandaba irse a otros lares, donde se demostró que aquí, en nuestra provincia, la olvidada, nacieron personas muy inteligentes y laboriosas, capaces de liderar empresas y universidades, negocios y cátedras.
El zamorano no es tonto. El zamorano piensa y reflexiona, trabaja y progresa. Pero, entre nosotros, hubo individuos que nos hicieron creer que éramos gilipollas, estólidos, badulaques; que pensar causaba daño profundo en el alma, que aquí solo pensaban y mandaban ellos, los caciques, y que el silencio se convertiría en progreso.
El cacique convirtió a una parte de los zamoranos es rebaño. Los que se fueron, se liberaron de los reaccionarios que condujeron a nuestra tierra a ser la más envejecida de España, camino del desierto demográfico y sin apenas actividad económica.
Quizá agosto vuelve a ser el mes de siempre, el de los negocios, el de los recuentros y el de la reflexión sobre el porvenir de nuestra ciudad y provincia. Pero ya dependemos de otras instituciones públicas para evitar el abismo social y económico, verbigracia: de un gobierno de coalición que ha elevado el número de altos cargos hasta los 732; nada menos que 66 personas más desde el 31 de diciembre de 2019. Nunca tanto mediocre alcanzó tanta miseria intelectual.
Eugenio-Jesús de Ávila
Agosto, más las fiestas de Navidad y cuatro días de la Semana Santa, los que median entre la tarde del Miércoles Santo y la del Domingo de Resurrección, desde ha tiempo, se convirtieron en los momentos económicos más importantes del año tanto para la provincia como para las tres ciudades definidas en nuestro geografía: la capital, Zamora, Benavente y Toro. Muchos pequeños empresarios cubrían la mitad del presupuesto del negocio durante esos días de verano, invierno y primavera. Los zamoranos de la capital nos encontrábamos con la Zamora que anhelábamos, la que pudo ser y no fue, la ciudad del ucronía, que se transformó en ciudad pretérito.
Ignoro cómo nos vendrá este agosto que se inicia hoy, si será como el de los últimos años, con los pueblos recibiendo a sus hijos del exilio laboral y Zamora y sus comercios y sus bares, restaurantes y cafeterías repletos de gente. No sé hasta qué punto ha hecho daño la pandemia vírica y los miedos generados, ni tampoco si hay temor ante la pandemia económica que se anuncia. Los datos sobre el PIB nacional, ofrecidos ayer por la prensa, acojonaban. España ha entrado en recesión, con un brutal desplome del Producto Interior Bruto, nada menos que del 22%, el mayor del mundo civilizado. Se cumplen, pues, las previsiones de algunos organismos.
La pandemia vírica tampoco se desacelera, por el contrario, los rebrotes continúan en Aragón, Cataluña y Navarra, y se ha sabido que España fue el país europeo con mayor exceso de mortalidad durante el coronavirus, según el estadístico británico David Spiegelhalter. Ni Reino Unido, ni Bélgica, ni tan si quiera Estados Unidos, liderado por un hombre que ha perdido la cordura, muestran tal exceso de fallecimientos. Además, la inconsciencia de los jóvenes y sus juergas nocturnas, y sus botellones, ha bajado la edad media de los contagiados hasta los 43 años. Mientras, el turismo español, principal fuente de ingresos junto a la industria automovilística, se halla en quiebra. Nunca como ahora, nuestra nación necesitó un gobierno de concentración, formado por economistas solventes, sin deudas ideológicas, para salir indemnes del caos económico que se apoderará de España antes de que caigan las hojas. Hace falta un hombre de Estado. Pedro Sánchez no lo es. Entre él, pura mediocridad, guiada por una audacia descomunal, y Felipe González existe una diferencia abismal. Quizá ya de nada nos sirva rezar. Yo, como ateo, lo intentaré.
Regreso a Zamora, el amor de mi vida. Guarido, hombre sensato, que no sueña ni dormido, que sabe que dos más dos son cuatro, serio, había previsto una serie de inversiones de interés cultural, urbanístico y, en principio, económico. Construir el Parque de Bomberos y el Conservatorio de Música y el Centro Cívico dará empleo a cientos de zamoranos. Perfecto. Pero se oye que el Ministerio de Hacienda, dirigido por una licenciada en Medicina, la andaluza Montero, tiene la intención de “expoliar” a las instituciones locales, quitarles los superávit, los ahorros de las buenas gestiones económicas. Si el Gobierno de Sánchez, un socialista según cuentan, el que prima a los ricos, como al PNV, formación racista, en detrimento de los pobres, como las regiones del interior español, se atreve a “robar” a los municipios, el pueblo no debería tolerarlo, y, por supuesto, los alcaldes. La democracia más pura, la más cercana al ciudadano, hallase en los ayuntamientos y las diputaciones.
Si agosto es bueno para los empresarios zamoranos, también lo será para toda la ciudadanía. Ahora bien, en Navidad, Semana Santa y en este mes de verano en el que yo nací, siempre pienso en lo que Zamora perdió y nunca recuperará. Lejos de su tierra, trabajan miles de zamoranos, más que en nuestra ciudad y provincia. Hay otra Zamora lejos de nuestros 10.500 km2 de extensión. La que se marchó, porque aquí no había trabajo, pues los caciques se negaron a cambiar el futuro, o porque su capacidad profesional demandaba irse a otros lares, donde se demostró que aquí, en nuestra provincia, la olvidada, nacieron personas muy inteligentes y laboriosas, capaces de liderar empresas y universidades, negocios y cátedras.
El zamorano no es tonto. El zamorano piensa y reflexiona, trabaja y progresa. Pero, entre nosotros, hubo individuos que nos hicieron creer que éramos gilipollas, estólidos, badulaques; que pensar causaba daño profundo en el alma, que aquí solo pensaban y mandaban ellos, los caciques, y que el silencio se convertiría en progreso.
El cacique convirtió a una parte de los zamoranos es rebaño. Los que se fueron, se liberaron de los reaccionarios que condujeron a nuestra tierra a ser la más envejecida de España, camino del desierto demográfico y sin apenas actividad económica.
Quizá agosto vuelve a ser el mes de siempre, el de los negocios, el de los recuentros y el de la reflexión sobre el porvenir de nuestra ciudad y provincia. Pero ya dependemos de otras instituciones públicas para evitar el abismo social y económico, verbigracia: de un gobierno de coalición que ha elevado el número de altos cargos hasta los 732; nada menos que 66 personas más desde el 31 de diciembre de 2019. Nunca tanto mediocre alcanzó tanta miseria intelectual.
Eugenio-Jesús de Ávila





















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