Mª Soledad Martín Turiño
Miércoles, 05 de Agosto de 2020
ZAMORANA

Resistiendo

[Img #42356]Anhelo aquellas largas disquisiciones que nos permitían tratar sobre temas diversos y, en los que, curiosamente pensábamos de manera muy parecida y recuerdo lo mucho que te preocupaba ser fiel a tus principios ¡afortunadamente tienes principios, rara cosa en estos tiempos!, y la disyuntiva de cavilar demasiado nos proporcionaba cantidad de flecos que tratar, sobre los que disertaban aquellas tertulias interminables.

 

Hoy veo cómo va la sociedad y no me gusta el espectáculo; los jóvenes –gloriosas excepciones aparte- solo piensan en divertirse y viajar, satisfaciendo un ocio que consideran vital, nada de valores, principios, ética, normas, moral o preocupación por los demás; veo demasiado egoísmo y unas ganas desmedidas de vivir el hoy, sin pensar en el futuro, y con la condición de ganar un dinero que no ahorran en previsión de un mañana, sino que dilapidan para disfrutar el momento.

 

Nuestras charlas versaban sobre temas muy variados; uno que te preocupaba especialmente era ser fiel a las convicciones, lo que provoca en la vida real un conflicto interior entre lo que se debe y lo que hay que hacer, ya sea en el trabajo, los amigos, la vida personal etc. En ocasiones las circunstancias nos obligan a actuar al dictado de normas sociales concretas: un jefe inexperto cuyas disposiciones, aun siendo nocivas, hay que acatar; un amigo desleal que debemos incluir en nuestro grupo, pese a que ya no cuenta con aquella confianza en que se basaba la amistad; unas normas morales no escritas que parten del convencimiento de que son rectas y adecuadas y, sin embargo, la vida las cuestiona… son muy variadas las situaciones en las que mente y corazón, razón y sinrazón entran en conflicto.

 

Me preguntabas si actuar en contra de los propios principios implicaba no ser fiel a uno mismo y sin esa fidelidad no quedaba nada; y mi respuesta era que había que sobrevivir acatando en ocasiones lo que la sociedad nos establecía, pero, muy conscientes de que era un juego en el que entrábamos porque las circunstancias así lo determinaban, no porque estuviéramos de acuerdo con ellas.

 

Recuerdo tus ojos muy abiertos y la mente más aún, absorbiendo aquellas enseñanzas que solo pretendían calmar la inquietud que sentías, y recuerdo también mi orgullo por sentirte tan diferente a los demás, tan honesto y cabal, aunque intuía tu dolor cuando la vida te pusiera en condición de “vender tu alma al diablo” provisionalmente para sobrevivir en esta jungla.

 

Por fortuna has conseguido establecer un equilibrio entre raciocinio y realidad, eres una persona noble, formada y elevada de espíritu. Soy consciente de que tendrás que librar más de una batalla con tus diablos interiores, pero sé también que estarás a la altura de vencerlos una vez más.

 

Mª Soledad Martín Turiño

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