RECUERDOS
Mi enésimo cumpleaños
Hoy, 13 de agosto, cumplo años. El segundo en el que no recibo la felicitación de papá. No ha pasado un solo día desde su fallecimiento en el que lo recuerde. Ya no lloro. Ni una lágrima. Sonrío cuando penetro en mi memoria. Lo veo en mi infancia, cuando jugaba conmigo entre las sábanas, a primera de la hora, a la araña, su hermosa y gran mano; también en sus años de enfermedad, cuando, entre mi mamá y yo lo acostábamos, agitando sus brazos para indicarnos que no estaba de acuerdo con alguna decisión que habíamos adoptado. Antonio de Ávila Comín se me fue. Hace muchos años, demasiados ya para mí, fue padre por primera vez en la vida. No sé cómo recibió mi venida al mundo, porque a punto estuve de nacer muriendo, nacer matando a mi madre. Las cesáreas, hace décadas, suponían todo un riesgo.
Me gusta, lo confieso, cumplir años. Me siento bien, joven por dentro; por fuera, sería otro cantar. Mis amigos y amigas me quieren. Hay alguna mujer que me adora. Yo también a ella, porque me da todo sin pedir nada. No teme el amor, ni tampoco el desamor. Hay gente que me admira por lo que escribo, que loa mi elegancia, éxito que nunca me he explicado, desde el “conde” de mi juventud, hasta el Tenorio de mi madurez. Pero todo eso importa poco cuando tu mundo se desmorona, tu familia pierde a uno de sus principales baluartes. Creí que siempre iba a estar él para darme unos besos y unos abrazos, y su generosa propina, y decirme: “¡Geñico, muchas felicidades!”. Lo asumo, pero lo siento en el alma.
Venimos a la vida a amar y ser amados, a querer y ser queridos. Ahora, ya un hombre maduro, confieso que vivo uno de los mejores momentos de mi vida, porque noto que me quieren, porque quiero, porque esta noche la celebraré con mis amigas y mis amigos y alguien muy especial. La vida no es bonita del todo, es cierto, pero, amando, lo parece.
Eugenio-Jesús de Ávila
Hoy, 13 de agosto, cumplo años. El segundo en el que no recibo la felicitación de papá. No ha pasado un solo día desde su fallecimiento en el que lo recuerde. Ya no lloro. Ni una lágrima. Sonrío cuando penetro en mi memoria. Lo veo en mi infancia, cuando jugaba conmigo entre las sábanas, a primera de la hora, a la araña, su hermosa y gran mano; también en sus años de enfermedad, cuando, entre mi mamá y yo lo acostábamos, agitando sus brazos para indicarnos que no estaba de acuerdo con alguna decisión que habíamos adoptado. Antonio de Ávila Comín se me fue. Hace muchos años, demasiados ya para mí, fue padre por primera vez en la vida. No sé cómo recibió mi venida al mundo, porque a punto estuve de nacer muriendo, nacer matando a mi madre. Las cesáreas, hace décadas, suponían todo un riesgo.
Me gusta, lo confieso, cumplir años. Me siento bien, joven por dentro; por fuera, sería otro cantar. Mis amigos y amigas me quieren. Hay alguna mujer que me adora. Yo también a ella, porque me da todo sin pedir nada. No teme el amor, ni tampoco el desamor. Hay gente que me admira por lo que escribo, que loa mi elegancia, éxito que nunca me he explicado, desde el “conde” de mi juventud, hasta el Tenorio de mi madurez. Pero todo eso importa poco cuando tu mundo se desmorona, tu familia pierde a uno de sus principales baluartes. Creí que siempre iba a estar él para darme unos besos y unos abrazos, y su generosa propina, y decirme: “¡Geñico, muchas felicidades!”. Lo asumo, pero lo siento en el alma.
Venimos a la vida a amar y ser amados, a querer y ser queridos. Ahora, ya un hombre maduro, confieso que vivo uno de los mejores momentos de mi vida, porque noto que me quieren, porque quiero, porque esta noche la celebraré con mis amigas y mis amigos y alguien muy especial. La vida no es bonita del todo, es cierto, pero, amando, lo parece.
Eugenio-Jesús de Ávila


















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