DESDE LOS ESTADOS UNIDOS
Elecciones en los Estados Unidos
La carrera por la presidencia de los Estados Unidos tiene finalmente definidos a los contrincantes. Con el anuncio hecho por Joe Biden este miércoles 12 de agosto de que Kamala Harris será su compañera de fórmula en la lucha presidencial, el partido demócrata pone fin a las especulaciones de quién podría acompañar a Biden en esta contienda. Por el partido republicano, desde noviembre del 2018, ya el actual presidente, Donald Trump, había dicho que su vicepresidente, Mike Pence, repetirá como su acompañante en las elecciones próximas.
Con la elección de Kamala Harris, Biden parece no querer repetir un error que les costó caro a los demócratas en el 2016: la contienda por la candidatura de su partido entre Hillary Clinton y Bernie Sanders dividió a los demócratas que no supieron reestructurarse antes del día del voto. Muchos no votaron para no darle su apoyo a Clinton, a quien no consideraban apta para dirigir al país. Y Clinton nunca logró atraer al electorado que apoyaba a Sanders, ni Sanders fue muy ferviente en su apoyo a la ex Secretaria de Estado. Aunque sea un ejercicio especulativo, uno no puede dejar de preguntarse qué habría pasado si la fórmula hubiese sido, en ese momento, la dupla Clinton-Sanders para la presidencia y la vicepresidencia, respectivamente.
Pero Biden parece haber aprendido de ese error que le costó a su partido la presidencia, y al país, acabar teniendo a un presidente como Donald Trump. La elección de Harris, además del toque personal (Harris y el fallecido hijo de Biden trabajaron juntos como fiscales, y al parecer, tenían una relación muy cercana), viene a proponer, al menos en términos simbólicos, otra lectura de la realidad del país. Kamala Harris es la primera mujer afroamericana y asiáticoamericana en formar parte de una contienda electoral a nivel de la presidencia. Su sola presencia pretende enviar un mensaje interseccional: a las mujeres, a los afroamericanos, a los asiáticoamericanos. Hija de inmigrantes: su padre era de Jamaica; su madre, de la India, Harris representa además el tejido esencial de la sociedad americana, una sociedad, un país, construido a partir de la inmigración. Y todo esto está muy bien a nivel simbólico. Pero hay muchos riesgos. Ser mujer en este país es un asunto peligroso; ser negro en este país es un asunto peligroso. Ser una mujer negra, es doblemente peligroso, y coloca a cualquiera en situación de vulnerabilidad. En el ADN de los Estados Unidos, o al menos en una parte importante –importante porque es la que ostenta el poder– existe una animadversión en contra de los negros y de las mujeres. En los inicios de la formación de la nación, una vez obtenida la independencia, ni los negros –que entonces eran esclavos– ni las mujeres, tenían ningún derecho. Las enmiendas aprobadas a la constitución, en particular la 13 respecto al fin de la esclavitud, y la 15, respecto al derecho al voto, intentaron revertir esta marginalización inicial de la constitución del país. Pero hay que recordar que no fue sino hasta 1920 que las mujeres obtuvieron el sufragio. Y que todavía, a día de hoy, existen demasiadas trabas para que muchos grupos de la sociedad, en particular los afroamericanos y los hispanos, puedan ejercer su derecho al voto. La designación de Kamala Harris en la fórmula a la presidencia, junto a Biden, es un desafío a ese estatus quo ideológico.
Los ataques en su contra, empezando por los del presidente Trump, no se han hecho esperar. Y esto apenas comienza. Pero Harris, que ha tenido una carrera política meteórica, tiene gran experiencia en las lides electorales: ha sido Procuradora General de California entre 2010 y 2017, y desde ocupa un escaño en el Senado del país. Maneja muy bien la comunicación con las masas y tiene un discurso coherente, directo y muy claro. Habrá que esperar a ver qué otros ángulos inventarán o explotarán sus adversarios políticos para desacreditarla.
Por otra parte, y esto podría ser un gran problema, ser afroamericana y afroasiática no significa tácitamente que esos grupos vayan a respaldarla, ni mucho menos que se sientan identificados con ella. Uno de los grandes obstáculos para las elecciones en los Estados Unidos es que el número de votantes que realmente ejerce el voto, es muy bajo. Votar se considera un derecho, no una responsabilidad. Y por lo general los grupos sociales menos favorecidos –léase los afroamericanos, los hispanos– no confían en el sistema ni en ningún partido político, y por lo tanto, no van nunca a votar. Pero además, son muchos los estados que ponen trabas para que los ciudadanos puedan ejercer su derecho al voto: pedir un tipo específico de identificación –y tener los sitios donde se puede obtener tal identificación, cerrados–, colocar las urnas electorales lejos de donde residen los segmentos de población con más problemas económicos, no informar a los prisioneros y detenidos cuáles son sus derechos para votar, y no facilitar tampoco el ejercicio de ese derecho.
La crisis de salud pública que atraviesa el mundo, pero en particular los Estados Unidos, la debacle económica y social que el coronavirus ha producido a todos los niveles, la división tan profunda que existe ahora mismo en la sociedad, las trabas que el mismo presidente Trump intenta imponer para las votaciones, entre otros muchos factores, son todos elementos que hacen casi imposible el ejercicio especulativo de pensar en un posible resultado para las elecciones.
Damaris Puñales-Alpízar
La carrera por la presidencia de los Estados Unidos tiene finalmente definidos a los contrincantes. Con el anuncio hecho por Joe Biden este miércoles 12 de agosto de que Kamala Harris será su compañera de fórmula en la lucha presidencial, el partido demócrata pone fin a las especulaciones de quién podría acompañar a Biden en esta contienda. Por el partido republicano, desde noviembre del 2018, ya el actual presidente, Donald Trump, había dicho que su vicepresidente, Mike Pence, repetirá como su acompañante en las elecciones próximas.
Con la elección de Kamala Harris, Biden parece no querer repetir un error que les costó caro a los demócratas en el 2016: la contienda por la candidatura de su partido entre Hillary Clinton y Bernie Sanders dividió a los demócratas que no supieron reestructurarse antes del día del voto. Muchos no votaron para no darle su apoyo a Clinton, a quien no consideraban apta para dirigir al país. Y Clinton nunca logró atraer al electorado que apoyaba a Sanders, ni Sanders fue muy ferviente en su apoyo a la ex Secretaria de Estado. Aunque sea un ejercicio especulativo, uno no puede dejar de preguntarse qué habría pasado si la fórmula hubiese sido, en ese momento, la dupla Clinton-Sanders para la presidencia y la vicepresidencia, respectivamente.
Pero Biden parece haber aprendido de ese error que le costó a su partido la presidencia, y al país, acabar teniendo a un presidente como Donald Trump. La elección de Harris, además del toque personal (Harris y el fallecido hijo de Biden trabajaron juntos como fiscales, y al parecer, tenían una relación muy cercana), viene a proponer, al menos en términos simbólicos, otra lectura de la realidad del país. Kamala Harris es la primera mujer afroamericana y asiáticoamericana en formar parte de una contienda electoral a nivel de la presidencia. Su sola presencia pretende enviar un mensaje interseccional: a las mujeres, a los afroamericanos, a los asiáticoamericanos. Hija de inmigrantes: su padre era de Jamaica; su madre, de la India, Harris representa además el tejido esencial de la sociedad americana, una sociedad, un país, construido a partir de la inmigración. Y todo esto está muy bien a nivel simbólico. Pero hay muchos riesgos. Ser mujer en este país es un asunto peligroso; ser negro en este país es un asunto peligroso. Ser una mujer negra, es doblemente peligroso, y coloca a cualquiera en situación de vulnerabilidad. En el ADN de los Estados Unidos, o al menos en una parte importante –importante porque es la que ostenta el poder– existe una animadversión en contra de los negros y de las mujeres. En los inicios de la formación de la nación, una vez obtenida la independencia, ni los negros –que entonces eran esclavos– ni las mujeres, tenían ningún derecho. Las enmiendas aprobadas a la constitución, en particular la 13 respecto al fin de la esclavitud, y la 15, respecto al derecho al voto, intentaron revertir esta marginalización inicial de la constitución del país. Pero hay que recordar que no fue sino hasta 1920 que las mujeres obtuvieron el sufragio. Y que todavía, a día de hoy, existen demasiadas trabas para que muchos grupos de la sociedad, en particular los afroamericanos y los hispanos, puedan ejercer su derecho al voto. La designación de Kamala Harris en la fórmula a la presidencia, junto a Biden, es un desafío a ese estatus quo ideológico.
Los ataques en su contra, empezando por los del presidente Trump, no se han hecho esperar. Y esto apenas comienza. Pero Harris, que ha tenido una carrera política meteórica, tiene gran experiencia en las lides electorales: ha sido Procuradora General de California entre 2010 y 2017, y desde ocupa un escaño en el Senado del país. Maneja muy bien la comunicación con las masas y tiene un discurso coherente, directo y muy claro. Habrá que esperar a ver qué otros ángulos inventarán o explotarán sus adversarios políticos para desacreditarla.
Por otra parte, y esto podría ser un gran problema, ser afroamericana y afroasiática no significa tácitamente que esos grupos vayan a respaldarla, ni mucho menos que se sientan identificados con ella. Uno de los grandes obstáculos para las elecciones en los Estados Unidos es que el número de votantes que realmente ejerce el voto, es muy bajo. Votar se considera un derecho, no una responsabilidad. Y por lo general los grupos sociales menos favorecidos –léase los afroamericanos, los hispanos– no confían en el sistema ni en ningún partido político, y por lo tanto, no van nunca a votar. Pero además, son muchos los estados que ponen trabas para que los ciudadanos puedan ejercer su derecho al voto: pedir un tipo específico de identificación –y tener los sitios donde se puede obtener tal identificación, cerrados–, colocar las urnas electorales lejos de donde residen los segmentos de población con más problemas económicos, no informar a los prisioneros y detenidos cuáles son sus derechos para votar, y no facilitar tampoco el ejercicio de ese derecho.
La crisis de salud pública que atraviesa el mundo, pero en particular los Estados Unidos, la debacle económica y social que el coronavirus ha producido a todos los niveles, la división tan profunda que existe ahora mismo en la sociedad, las trabas que el mismo presidente Trump intenta imponer para las votaciones, entre otros muchos factores, son todos elementos que hacen casi imposible el ejercicio especulativo de pensar en un posible resultado para las elecciones.
Damaris Puñales-Alpízar

















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