CON LOS CINCO SENTIDOS
Sobre el sentido del humor
Nélida L. del Estal Sastre
En los tiempos que corren, precisamente cuando todo puede ser comparado, escrutado y fiscalizado hasta el extremo, resulta curioso comprobar que no sabemos comunicarnos, no tenemos ni idea. Al menos cuando intentamos hacerlo a través de las redes sociales, que es como ahora lo hacemos de manera inmediata con personas que habitan a cientos, a veces, a miles de kilómetros de donde nos encontramos, o a metros, centímetros...Qué triste y tontísimo absurdo.
Digas lo que digas, incluso si las palabras no son de tu cosecha, siempre habrá alguien que las interprete de tal modo que le resulten una ofensa imperdonable hacia su persona, da igual que ni pensaras en ese ser en el momento de escribirlas o copiar un texto, tuyo o de otro autor, serio o con una más que evidente sorna. Da igual. No reflexionamos, no medimos, no pensamos ni una centésima de segundo. Somos algo estúpidos. El supuesto, llamémoslo “ofendido”, siempre hace acto de presencia, aunque no le toque, ni lo sepa, ni la canción ni nada de lo que se diga sean para él. Afán de notoriedad lo llamaría yo, pero me da que soy demasiado benévola. Es un defecto que habré de pulir con el tiempo, pero me da que ni lo voy a intentar…
El aburrimiento suele sacar lo mejor de nosotros mismos, como la imaginación, la observación de lo que nos rodea, el deleite o la paz en la que nos imbuyen nuestros propios pensamientos, incluso el acto de tirarnos en el sofá o bostezar mostrando a nuestro círculo más reducido todas y cada una de nuestras piezas dentales, se convierte en un verdadero arte que mejora a base de entrenamiento en el más puro y profundo hastío. Eso sería lo deseable, ¿verdad? Pero no. Existe un tipo de persona que está anormalmente aburrida delante del móvil o de la pantalla de su ordenador cual hiena al acecho de carne a la que hincar el colmillo, aunque esa carne expuesta no sea suya ni en propiedad ni en usufructo, ni en nada. Son ladrones de pensamientos, viles seres que culminan su tropelía voraz y fagocitan y escupen palabras a plena luz del día, con miles de espectadores. No tienen ni el más mínimo sentido del ridículo. Tremendo.
No estaría de más que estas personas entrenaran un poco el sentido del humor, como se entrena el rascado de barriga o la apertura de libro a dos manos para un mayor aprovechamiento del tiempo de ocio. Sin acritud y desde el más sincero de los sentimientos que afloran de mi humilde y aburrido corazón. Fin.
Nélida L. del Estal Sastre
Nélida L. del Estal Sastre
En los tiempos que corren, precisamente cuando todo puede ser comparado, escrutado y fiscalizado hasta el extremo, resulta curioso comprobar que no sabemos comunicarnos, no tenemos ni idea. Al menos cuando intentamos hacerlo a través de las redes sociales, que es como ahora lo hacemos de manera inmediata con personas que habitan a cientos, a veces, a miles de kilómetros de donde nos encontramos, o a metros, centímetros...Qué triste y tontísimo absurdo.
Digas lo que digas, incluso si las palabras no son de tu cosecha, siempre habrá alguien que las interprete de tal modo que le resulten una ofensa imperdonable hacia su persona, da igual que ni pensaras en ese ser en el momento de escribirlas o copiar un texto, tuyo o de otro autor, serio o con una más que evidente sorna. Da igual. No reflexionamos, no medimos, no pensamos ni una centésima de segundo. Somos algo estúpidos. El supuesto, llamémoslo “ofendido”, siempre hace acto de presencia, aunque no le toque, ni lo sepa, ni la canción ni nada de lo que se diga sean para él. Afán de notoriedad lo llamaría yo, pero me da que soy demasiado benévola. Es un defecto que habré de pulir con el tiempo, pero me da que ni lo voy a intentar…
El aburrimiento suele sacar lo mejor de nosotros mismos, como la imaginación, la observación de lo que nos rodea, el deleite o la paz en la que nos imbuyen nuestros propios pensamientos, incluso el acto de tirarnos en el sofá o bostezar mostrando a nuestro círculo más reducido todas y cada una de nuestras piezas dentales, se convierte en un verdadero arte que mejora a base de entrenamiento en el más puro y profundo hastío. Eso sería lo deseable, ¿verdad? Pero no. Existe un tipo de persona que está anormalmente aburrida delante del móvil o de la pantalla de su ordenador cual hiena al acecho de carne a la que hincar el colmillo, aunque esa carne expuesta no sea suya ni en propiedad ni en usufructo, ni en nada. Son ladrones de pensamientos, viles seres que culminan su tropelía voraz y fagocitan y escupen palabras a plena luz del día, con miles de espectadores. No tienen ni el más mínimo sentido del ridículo. Tremendo.
No estaría de más que estas personas entrenaran un poco el sentido del humor, como se entrena el rascado de barriga o la apertura de libro a dos manos para un mayor aprovechamiento del tiempo de ocio. Sin acritud y desde el más sincero de los sentimientos que afloran de mi humilde y aburrido corazón. Fin.
Nélida L. del Estal Sastre


















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