Damaris Puñales-Alpízar 1
Domingo, 16 de Agosto de 2020

Viajar por España a través de la literatura

Preparo una tortilla española para engañar a los sentidos. Recorro las páginas de La España vacía[1] para imaginar que recorro la meseta que lleva a Zamora. Es otra forma de descubrir lo que este verano no me ha sido permitido: el coronavirus sigue rampante en el sitio donde vivo, a nivel mundial todo es un desastre, y Europa ha vetado la entrada de los estadounidenses a su territorio. Cruzar el Atlántico se va convirtiendo cada vez en un proyecto más lejano.

Pero yo debía de estar ahora en España. Más específicamente, en Zamora. Tomándome una caña o un café –según la hora del día– en el Víctor Gallego 21. Hablando con los nuevos y buenos amigos que vamos acumulando: Ito, Ángel, Pili, Ana, Paco, Gonzalo... Siguiendo las recomendaciones del gran Ito –dueño del Víctor Gallego 21– para conocer pueblos zamoranos y sus lugares especiales que, de otra forma, no tendríamos forma de encontrar. Yendo a sitios extraordinarios en Toro, en Zamora, con Lola y Paco. Caminando a la orilla del Duero al caer la tarde; descubriendo nuevos rincones de una ciudad que hemos aprendido a amar como nuestra. Viajando al sur para encontrarme con nuestros amigos salmantinos.        

Desde la primera vez en España, hace casi una década, cada verano llegar a ella es una especie de peregrinación, de reconocer lo que cultural y socialmente –para bien, para mal– dejaron en la América nuestra, cuatro siglos de colonización. No es pasión ciega, sino el gusto de andar por un sitio que se siente como casa. Cuando una ha vivido más de la mitad de su vida fuera del país donde nació; cuando ha convertido en suyas ciudades de varios países y en varios idiomas, el mundo entero se convierte en hogar. Son los amigos los que dan entonces un sentido de pertenencia.

A Zamora llegué por mis amigos, y para encontrar a amigos nuevos que, sin saberlo ellos ni yo tampoco, me estaban esperando. Era el verano del 2016, y yo estaba en Salamanca, en una conferencia. Alfredo Alonso y Jesús Jambrina, que más que amigos son mi familia, estaban en Zamora, y para allá nos lanzamos a verlos, con tan mala suerte que nos cruzamos por el camino, el reencuentro fracasó, y se convirtió en una caminata solitaria por las calles y plazas zamoranas. Desde entonces, cualquier excusa es buena para llegar hasta esa ciudad en la que, además, viví por medio año en el 2017 con toda mi familia, perra incluida.

Y mientras, la cadena humana se extiende. De la misma manera en que Alfredo y Jesús nos contagiaron su amor por Zamora, he arrastrado a otros amigos a la ciudad: a Verónica Proskurnina desde Rusia; a Dayne, Carlos y Carlos Daniel, desde Cuba;  a Osly y Rami, desde Estados Unidos, quienes a su vez se han maravillado con un sitio que descansa imperceptible en la meseta norte.

Otros imanes, literarios estos, también me atraen de vuelta a Zamora. Uno de los viajes más alucinantes de los últimos tiempos fue el que emprendimos el verano pasado Jesús, Cristián y yo en busca de Tábara, el pueblo donde había nacido León Felipe, y que luego de un largo recorrido y varias paradas nos llevó hasta esa joya librera que es Urueña.

No pude sentir de verdad la profundidad de San Manuel bueno, mártir, la obra que Unamuno escribiera en 1930, hasta no estar parada frente al lago de Sanabria. Sin embargo, para descubrir en verdad ese paisaje, tenía que haber leído la novela. Dice Sergio del Molino: “No se entiende el paisaje español sin esa literatura” [la de los escritores del 98] (p. 189). Y yo, neófita y fascinada por la naturaleza en general, no podría estar más de acuerdo.

Cuenta la leyenda[2] que Valverde de Lucerna, el pueblo donde transcurre la trama de la novela de Unamuno, reposa bajo las aguas del lago zamorano, y que en la noche de San Juan las personas de buen corazón pueden escuchar las campanadas de la iglesia sumergida. Leyenda aparte, imaginar a Unamuno contemplar las aguas del lago y escribir a partir de ese impulso inspirador, es motivo suficiente para quedar prendada del sitio, para querer regresar a la menor oportunidad. Un sobrecogimiento me recorre toda y trato de sentir lo que pudo haber sentido el escritor en esos días de escritura, de maravillada fascinación.

Pero el sobrecogimiento se transforma en dolor al conocer que bajo las aguas no duerme Valverde de Lucerna, el pueblo mítico, sino Ribadelago Viejo, un pueblo real que fuera arrastrado por las aguas de un pantano reventado en los primeros minutos del 9 de enero de 1959. Pasear en el catamarán eólico solar y silencioso que surca las aguas del lago de Sanabria no es solo un acto de respeto a la naturaleza. Es, sobre todo, un homenaje a quienes yacen en el fondo, cuyos cuerpos no pudieron ser nunca rescatados. Es un viaje en un silencio de respeto por ellos.

Justo por los mismos días en que terminaba yo de leer La España vacía, Gonzalo Julián[3] recordaba el desastre de aquella madrugada de un frío enero de 1959 cuando la presa Vega de Tera, en Sanabria, había reventado, llevándose consigo la vida de 144 habitantes del Ribadelago. 116 de ellos todavía yacen sepultados bajo las aguas del lago de Sanabria. Otro pueblo tuvo que ser construido para albergar a los sobrevivientes de la catástrofe: Ribadelago Nuevo[4].

Hoy un desastre más global nos amarra a nuestras casas, no nos deja salir ni reencontrarnos con los amigos y los sitios que tanto significan para nosotros. Nada podemos prever del fin de la pandemia, ni de sus consecuencias. Pero, pase lo que pase, siempre nos quedarán la buena literatura para recorrer los parajes que amamos; las fotos de viajes anteriores que nos llevan de vuelta a los sitios, a los amigos que forman parte ya de nuestra vida.

Damaris Puñales-Alpízar

 

[1] La España vacía. Viaje por un país que nunca fue. Sergio del Molino. Madrid: Turner, 2016.

[2] http://www.turismosanabria.es/valverde_lucerna.php

[3] http://eldiadezamora.es/art/28471/presa-rota

[4] El nuevo caserío fue construido unos 500 metros más arriba en un sitio más seguro. En un principio se Ribadelago de Franco, hasta que, en septiembre de 2018, por cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, fue rebautizado como Ribadelago Nuevo. (https://www.elconfidencial.com/espana/2019-01-10/franco-pantanos-tragedia-ribadelago-lago-sanabria_1749014/)

 

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  • Gonzalo Julián

    Gonzalo Julián | Domingo, 16 de Agosto de 2020 a las 23:56:32 horas

    Querida Damaris: tus elogios a esta provincia, tan necesitada de (casi) todo, le hacen una justicia que no siempre recibe de ciudadanos y estamentos mucho más cercanos, en el espacio y en el tiempo.
    La sensibilidad, ternura y belleza de tus palabras...te honran y te serán devueltas con forma de nuevas pierdas, convertidas en arte, a descubrir en tu ya cercano y próximo viaje. Por supuesto, los demás, te lo agradeceremos con una tortilla de Pili en "el 21" de Ito. Un abrazo muy fuerte, y hasta pronto... embajadora de Zamora.

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