REPÚBLICO
Mi reino por una idea
Una ciudad moribunda y un sector primario que no se resigna a morir de apatía
No sé cómo definir mi estado psíquico. ¿Estoy cansado o quizá harto; desanimado o entregado, me he rendido o sigo en la primera línea de fuego? Sé que estoy hastiado de este Gobierno, creado para la propaganda, el gasto, el dime y el direte, mentira y el embuste, la publicidad y el márketing, que se encontró con una pandemia vírica que le desbordó, por su incapacidad para la gestión. Anunció Engels, allá por el último tramo del siglo XIX, aquello de que en el futuro pasaríamos del gobierno de los hombres a la gestión de las cosas. El ejecutivo de Sánchez lo sabe todo sobre cómo vender en un cesta el agua, pero ninguno de sus miembros, y si existe alguno, como Margarita Robles o Planas, lo esconden, conoce cómo se gestiona un Estado, una nación del potencial de España, durante una pandemia vírica como la que se anuncia, como la que ya se palpa, como la que caerá sobre las clases más humildes.
Pero mi agotamiento viene provocado también por una oposición que se ha pasado la pandemia vírica de rositas, como si no fuera con ella. Ni una sola idea. Críticas, como debe ser, excelentes, pero sin aportar soluciones. Cierto que tampoco el Gobierno las habría acogido en su seno. Cuando el PP, el partido más importante de España por su número de afiliados, el segundo más votado en las últimas legislativas, el que administro el Estado durante tres legislaturas y un poco más, se refugia en tablas, como el morlaco manso, hay que aplicarle banderillas negras. Porque la afición ha ido a la plaza de las urnas a votar por un maestro que ejecute verónicas de alhelí, como las que soñaban los erales de Federico García Lorca; toree el natural, sin meter el pico, iguale al toro y corte las dos orejas y el rabo del arte de la política. El ciudadano pasa de los partidos que no cumplen con su palabra, que no lo representan.
Y estoy cansado de esta ciudad moribunda, de la gente resignada, a la que le trae al pairo cómo se gasten sus impuestos, en qué se inviertan, quién los administre. Aquí existe una masa que no se rebela, una gran mayoría de zamoranos que ve los toros desde la barrera, por volver al léxico de la tauromaquia. Ni aplaude, ni silba, ni pide orejas ni saca a nadie por la puerta grande de la política. Se trata de ese personal que se autodefine como apolítico, carácter que necesita los que administran la res pública, los que dirigen los partidos, los que cobran sueldos magníficos en Congreso de los Diputados y Senado por pulsar un botón, sí, no o abstención, cuando así lo exige el jefe del grupo parlamentario, para perpetuarse en el poder y arruinar a las naciones.
E insisto que no se trata de ser de izquierda o de derechas para gestionar un Estado, sino de ser coherente, pragmático, realista, consecuente. Se buscan ideas, proyectos, programas que se puedan aplicar para el desarrollo económico del país, para la felicidad de la sociedad. Mi reino por un caballo, gritaba Ricardo III en la obra de Shakespeare. Yo doy mi voto, mi paciencia, mi todo por una idea. Las ideas no se encuentran, se buscan. El amor no se busca, se encuentra, como la inspiración. Las ideologías, tampoco. Las ideologías se las ponen los políticos como el traje que se coloca el burócrata para trabajar en la oficina. La derecha española no tiene ideología. Solo se sabe que no es marxista, ni socialista, aunque, en la práctica, Montoro se comportase, por sus hechos los conoceréis, como un socialdemócrata radical, el ministro de Hacienda que más subió los impuestos, el que más utilizó las facultades del Estado para controlar el gasto y las instituciones públicas. La ultraizquierda, que solo es ideología anacrónica –Marx, de haber vivido en nuestra sociedad, no sería ni marxista, ni marxiano-, teatro, mimo, palabra en el tiempo, tildaba al PP de Rajoy de neoliberal, cuando en la España contemporánea solo reconocemos a los liberales de Cádiz y a Riego y algunos generales que combatieron la monarquía absoluta y sus prebendas.
Aquí, en nuestra ciudad y provincia, hay políticos con ideas y, además, algunos con ideología. Proponen y presentan proyectos. Pero, sin el dinero del Estado, Zamora se morirá. Y, como los políticos zamoranos que se sientan en los parlamentos nacionales ni tienen ideas, solo el vacío del mundo en las oquedades de sus cabezas, como escribió Machado del hombre del casino provinciano, obedecen a sus jefes y se olvidan de sus paisanos, del pueblo, de la ciudadanía, no hay nada qué hacer.
Solo, lo confieso por enésima vez, tengo fe en el sector primario de nuestra provincia, en los jóvenes agricultores y ganaderos que se quedaron en sus tierras para mimarlas, labrarlas, obtener sus frutos y sus cosechas; la leche de sus ovejas, las carnes, exquisitas, de sus lechazos y terneras; el aceite de sus olivos, como sucede en la hermosa Fermoselle, y el vino de sus viñas.
Zamora ciudad es un cadáver. No espero ni un solo acto de rebeldía de la gente que vive la capital. Quizá Zamora10 se lance al albero para torear el “miura” de la economía, o Viriatos, que lidera Ana Morillo, regrese a las rúas para predicar en el desierto de las ideas. En otoño caen las hojas, cansadas como yo de agarrarse a las ramas del árbol de la utopía. Deseo que también los vientos del septentrión se lleven la cobardía de una sociedad que padece una profunda apatía antropológica. Mi hartazgo de tirios y troyanos, de montescos y capuletos ya alcanza el éter de la crítica periodística.
Eugenio-Jesús de Ávila
No sé cómo definir mi estado psíquico. ¿Estoy cansado o quizá harto; desanimado o entregado, me he rendido o sigo en la primera línea de fuego? Sé que estoy hastiado de este Gobierno, creado para la propaganda, el gasto, el dime y el direte, mentira y el embuste, la publicidad y el márketing, que se encontró con una pandemia vírica que le desbordó, por su incapacidad para la gestión. Anunció Engels, allá por el último tramo del siglo XIX, aquello de que en el futuro pasaríamos del gobierno de los hombres a la gestión de las cosas. El ejecutivo de Sánchez lo sabe todo sobre cómo vender en un cesta el agua, pero ninguno de sus miembros, y si existe alguno, como Margarita Robles o Planas, lo esconden, conoce cómo se gestiona un Estado, una nación del potencial de España, durante una pandemia vírica como la que se anuncia, como la que ya se palpa, como la que caerá sobre las clases más humildes.
Pero mi agotamiento viene provocado también por una oposición que se ha pasado la pandemia vírica de rositas, como si no fuera con ella. Ni una sola idea. Críticas, como debe ser, excelentes, pero sin aportar soluciones. Cierto que tampoco el Gobierno las habría acogido en su seno. Cuando el PP, el partido más importante de España por su número de afiliados, el segundo más votado en las últimas legislativas, el que administro el Estado durante tres legislaturas y un poco más, se refugia en tablas, como el morlaco manso, hay que aplicarle banderillas negras. Porque la afición ha ido a la plaza de las urnas a votar por un maestro que ejecute verónicas de alhelí, como las que soñaban los erales de Federico García Lorca; toree el natural, sin meter el pico, iguale al toro y corte las dos orejas y el rabo del arte de la política. El ciudadano pasa de los partidos que no cumplen con su palabra, que no lo representan.
Y estoy cansado de esta ciudad moribunda, de la gente resignada, a la que le trae al pairo cómo se gasten sus impuestos, en qué se inviertan, quién los administre. Aquí existe una masa que no se rebela, una gran mayoría de zamoranos que ve los toros desde la barrera, por volver al léxico de la tauromaquia. Ni aplaude, ni silba, ni pide orejas ni saca a nadie por la puerta grande de la política. Se trata de ese personal que se autodefine como apolítico, carácter que necesita los que administran la res pública, los que dirigen los partidos, los que cobran sueldos magníficos en Congreso de los Diputados y Senado por pulsar un botón, sí, no o abstención, cuando así lo exige el jefe del grupo parlamentario, para perpetuarse en el poder y arruinar a las naciones.
E insisto que no se trata de ser de izquierda o de derechas para gestionar un Estado, sino de ser coherente, pragmático, realista, consecuente. Se buscan ideas, proyectos, programas que se puedan aplicar para el desarrollo económico del país, para la felicidad de la sociedad. Mi reino por un caballo, gritaba Ricardo III en la obra de Shakespeare. Yo doy mi voto, mi paciencia, mi todo por una idea. Las ideas no se encuentran, se buscan. El amor no se busca, se encuentra, como la inspiración. Las ideologías, tampoco. Las ideologías se las ponen los políticos como el traje que se coloca el burócrata para trabajar en la oficina. La derecha española no tiene ideología. Solo se sabe que no es marxista, ni socialista, aunque, en la práctica, Montoro se comportase, por sus hechos los conoceréis, como un socialdemócrata radical, el ministro de Hacienda que más subió los impuestos, el que más utilizó las facultades del Estado para controlar el gasto y las instituciones públicas. La ultraizquierda, que solo es ideología anacrónica –Marx, de haber vivido en nuestra sociedad, no sería ni marxista, ni marxiano-, teatro, mimo, palabra en el tiempo, tildaba al PP de Rajoy de neoliberal, cuando en la España contemporánea solo reconocemos a los liberales de Cádiz y a Riego y algunos generales que combatieron la monarquía absoluta y sus prebendas.
Aquí, en nuestra ciudad y provincia, hay políticos con ideas y, además, algunos con ideología. Proponen y presentan proyectos. Pero, sin el dinero del Estado, Zamora se morirá. Y, como los políticos zamoranos que se sientan en los parlamentos nacionales ni tienen ideas, solo el vacío del mundo en las oquedades de sus cabezas, como escribió Machado del hombre del casino provinciano, obedecen a sus jefes y se olvidan de sus paisanos, del pueblo, de la ciudadanía, no hay nada qué hacer.
Solo, lo confieso por enésima vez, tengo fe en el sector primario de nuestra provincia, en los jóvenes agricultores y ganaderos que se quedaron en sus tierras para mimarlas, labrarlas, obtener sus frutos y sus cosechas; la leche de sus ovejas, las carnes, exquisitas, de sus lechazos y terneras; el aceite de sus olivos, como sucede en la hermosa Fermoselle, y el vino de sus viñas.
Zamora ciudad es un cadáver. No espero ni un solo acto de rebeldía de la gente que vive la capital. Quizá Zamora10 se lance al albero para torear el “miura” de la economía, o Viriatos, que lidera Ana Morillo, regrese a las rúas para predicar en el desierto de las ideas. En otoño caen las hojas, cansadas como yo de agarrarse a las ramas del árbol de la utopía. Deseo que también los vientos del septentrión se lleven la cobardía de una sociedad que padece una profunda apatía antropológica. Mi hartazgo de tirios y troyanos, de montescos y capuletos ya alcanza el éter de la crítica periodística.
Eugenio-Jesús de Ávila
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