CON LOS CINCO SENTIDOS
¿Qué es tener clase?
    
   
	    
	
    
        
    
    
        
          
		
    
        			        			        			        
    
    
    
	
	
        
        
        			        			        			        
        
                
        
        ![[Img #44226]](http://eldiadezamora.es/upload/images/09_2020/4683_nela.jpg) Ella, mi musa, Audrey Hepburn, mi icono del saber hacer y del saber estar, no fue feliz y murió joven. Lo pasó mal, muy mal, hasta un hambre que en estos tiempos sólo sería posible en el transcurso de una guerra fratricida. Se dice que comía galletas hechas con la harina de los tulipanes en Bélgica, hierbas y raíces. Su pobre constitución física supuso el abandono del ballet, era demasiado frágil, siempre arrastró una salud que se la acabó llevando demasiado pronto. No soportó tanta carencia. Es lo que mi amiga Virginia denomina “gente guapa”.
Ella, mi musa, Audrey Hepburn, mi icono del saber hacer y del saber estar, no fue feliz y murió joven. Lo pasó mal, muy mal, hasta un hambre que en estos tiempos sólo sería posible en el transcurso de una guerra fratricida. Se dice que comía galletas hechas con la harina de los tulipanes en Bélgica, hierbas y raíces. Su pobre constitución física supuso el abandono del ballet, era demasiado frágil, siempre arrastró una salud que se la acabó llevando demasiado pronto. No soportó tanta carencia. Es lo que mi amiga Virginia denomina “gente guapa”.
Por fuera y por dentro, sin frivolidades. Yo admiro a muchos autores de las letras más hermosas, de los cuadros más impactantes de las esculturas más vertiginosas. Adoro la palabra y lo que el hombre de bien puede hacer con ella para satisfacción y enseñanza de otros. Pero si tengo que buscar un referente carente de frivolidad, ahíto de estilo y clase no impostada, sino de serie, ella es el espejo en el que mirarme.
Recuerdo, siendo yo muy niña, cuando mi padre me llevaba a clases de ballet con la profesora Françoise. Una profesora francesa en un pueblo vasco que me utilizaba como ejemplo de lo que un cuerpo de niña de 6, 7 y 8 años puede hacer para doblarse a placer. Siempre, con mis zapatillas de ballet rojas, me escogía para hacer la demostración de cualquier ejercicio, sabedora ella de que la pequeña Nélida absorbería como una esponja sus enseñanzas. Recuerdo un aplauso cuando fui capaz, sin esfuerzo alguno, de recoger suavemente una rosa de un vaso de cristal con un pie, doblándome sobre mí misma, para acabar depositándola en mis labios. Buenos tiempos.
Audrey, la actriz favorita de mi padre, se decantó por la interpretación después de tener que abandonar el ballet. Esa mirada suya es irrepetible, cristalina, la que deriva de la gente que ha pasado por infiernos inimaginables. Aún así, sonreía, ayudaba a quien lo necesitase, prestaba su imagen y su persona para causas solidarias y daba clases de estilo por donde quiera que fuera el lugar del mundo que visitara. No tenía un cuerpo rotundo, qué va, tenía cuerpo de ángel sin alas; absolutamente precioso. Caminada, como si lo hubiera hecho toda la vida, por un lecho de amapolas sin siquiera rozarlas ni restarles color.
Lucía como nadie inteligencia. Lucía a la perfección la ropa que decenas de modistos se rifaban porque ella portase para sus revistas, o películas. Pero en casa, ella era sencilla, muy sencilla. Era su parcela privada y cuasi desconocida en la que era feliz y podía ser ella misma, sin cámaras ni focos, aunque no distaba mucho una Audrey de la otra. Es lo que tiene ser honesta y llevar el estilo hasta en el fondo de tus pensamientos.
Destilaba amor y clase a partes iguales. Quizá haya que pasarlo mal para tener un alma más pura, porque ella siempre ayudó a los demás aún estando ya muy enferma. No sé. Pero he conocido personas que lo han pasado muy mal y su mirada es muy diferente, me fascina. Tienen una historia de supervivencia que ha marcado su rostro, pero no para envejecerlo por dolor, no; para mejorarlo y hacerlo infinitamente más intenso y cautivador.
La Segunda Guerra Mundial le destrozó la vida, pero lo que destrozó su corazón fue leer el "Diario de Ana Frank" porque ambas contaban con la misma edad cuando fue escrito. Leer ese diario la marcó para siempre. ¿Qué es tener clase? Intentar parecerse a ella.
Nélida L. del Estal Sastre
        
        
    
       
            
    
        
        
	
    
                                                                                            	
                                        
                            
    
    
	
    
![[Img #44226]](http://eldiadezamora.es/upload/images/09_2020/4683_nela.jpg) Ella, mi musa, Audrey Hepburn, mi icono del saber hacer y del saber estar, no fue feliz y murió joven. Lo pasó mal, muy mal, hasta un hambre que en estos tiempos sólo sería posible en el transcurso de una guerra fratricida. Se dice que comía galletas hechas con la harina de los tulipanes en Bélgica, hierbas y raíces. Su pobre constitución física supuso el abandono del ballet, era demasiado frágil, siempre arrastró una salud que se la acabó llevando demasiado pronto. No soportó tanta carencia. Es lo que mi amiga Virginia denomina “gente guapa”.
Ella, mi musa, Audrey Hepburn, mi icono del saber hacer y del saber estar, no fue feliz y murió joven. Lo pasó mal, muy mal, hasta un hambre que en estos tiempos sólo sería posible en el transcurso de una guerra fratricida. Se dice que comía galletas hechas con la harina de los tulipanes en Bélgica, hierbas y raíces. Su pobre constitución física supuso el abandono del ballet, era demasiado frágil, siempre arrastró una salud que se la acabó llevando demasiado pronto. No soportó tanta carencia. Es lo que mi amiga Virginia denomina “gente guapa”.
Por fuera y por dentro, sin frivolidades. Yo admiro a muchos autores de las letras más hermosas, de los cuadros más impactantes de las esculturas más vertiginosas. Adoro la palabra y lo que el hombre de bien puede hacer con ella para satisfacción y enseñanza de otros. Pero si tengo que buscar un referente carente de frivolidad, ahíto de estilo y clase no impostada, sino de serie, ella es el espejo en el que mirarme.
Recuerdo, siendo yo muy niña, cuando mi padre me llevaba a clases de ballet con la profesora Françoise. Una profesora francesa en un pueblo vasco que me utilizaba como ejemplo de lo que un cuerpo de niña de 6, 7 y 8 años puede hacer para doblarse a placer. Siempre, con mis zapatillas de ballet rojas, me escogía para hacer la demostración de cualquier ejercicio, sabedora ella de que la pequeña Nélida absorbería como una esponja sus enseñanzas. Recuerdo un aplauso cuando fui capaz, sin esfuerzo alguno, de recoger suavemente una rosa de un vaso de cristal con un pie, doblándome sobre mí misma, para acabar depositándola en mis labios. Buenos tiempos.
Audrey, la actriz favorita de mi padre, se decantó por la interpretación después de tener que abandonar el ballet. Esa mirada suya es irrepetible, cristalina, la que deriva de la gente que ha pasado por infiernos inimaginables. Aún así, sonreía, ayudaba a quien lo necesitase, prestaba su imagen y su persona para causas solidarias y daba clases de estilo por donde quiera que fuera el lugar del mundo que visitara. No tenía un cuerpo rotundo, qué va, tenía cuerpo de ángel sin alas; absolutamente precioso. Caminada, como si lo hubiera hecho toda la vida, por un lecho de amapolas sin siquiera rozarlas ni restarles color.
Lucía como nadie inteligencia. Lucía a la perfección la ropa que decenas de modistos se rifaban porque ella portase para sus revistas, o películas. Pero en casa, ella era sencilla, muy sencilla. Era su parcela privada y cuasi desconocida en la que era feliz y podía ser ella misma, sin cámaras ni focos, aunque no distaba mucho una Audrey de la otra. Es lo que tiene ser honesta y llevar el estilo hasta en el fondo de tus pensamientos.
Destilaba amor y clase a partes iguales. Quizá haya que pasarlo mal para tener un alma más pura, porque ella siempre ayudó a los demás aún estando ya muy enferma. No sé. Pero he conocido personas que lo han pasado muy mal y su mirada es muy diferente, me fascina. Tienen una historia de supervivencia que ha marcado su rostro, pero no para envejecerlo por dolor, no; para mejorarlo y hacerlo infinitamente más intenso y cautivador.
La Segunda Guerra Mundial le destrozó la vida, pero lo que destrozó su corazón fue leer el "Diario de Ana Frank" porque ambas contaban con la misma edad cuando fue escrito. Leer ese diario la marcó para siempre. ¿Qué es tener clase? Intentar parecerse a ella.
Nélida L. del Estal Sastre



















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