ZAMORANA
Otro otoño
Llegó el otoño: gris, lluvioso, desapacible, oscuro… se instala en nuestra vida tiñéndola de una lóbrega neblina que se prolongará durante unos meses hasta que, de nuevo, resurja la luz, cese la lluvia, amaine el frio y, como en un milagro, los árboles se desperecen de su hibernación y despierten a la vida, una vez sus ramas vuelvan a percibir el calor del sol para brotar con tímidas yemas en forma de hojas de vivos tonos verdes y la vida volverá a brillar, el sol a lucir, la gente saldrá a pasear y la primavera asomará por todos los rincones.
Esta es la estación preferida de los poetas que aluden al suelo mullido de hojas color tierra, dorados, marrones, rojizos, ambarinos y amarillos, que crujen al pisarlas, y a los árboles desnudos que no pueden cobijarse del frio y se arrugan sobre sí mismos como pidiendo auxilio para sobrevivir a los rigores de una temperatura plena de frio, humedad y destemplanza.
Estos meses otoñoinveranles nunca me han gustado, me invade la melancolía, me acomete una tristeza inusitada, una ansiedad feroz y habito al abrigo de las sombras observando la vida desde el enorme ventanal de mi casa, ese minúsculo reducto de mundo por el que van pasando los acontecimientos desde mi cómoda posición de observadora tras los cristales. Escruto la calle, el vaivén de la gente, las casas contiguas y me adentro en la interioridad de las celdas que conforman esos edificios de abejitas habitados por hombres y mujeres, metros cúbicos de aire que compramos a precios desorbitados para vegetar unos encima de los otros en torres altas que compiten con otras similares para conformar eso que denominamos ciudad.
El otoño me trae preludio de muerte, de final, de pensamientos negativos que pronostican una hecatombe a punto de llegar en cualquier momento; así que inhalo serenidad para que entre por todos los poros y me prepare así para combatir la desesperanza; me inyecto una fuerte dosis de valor que, pasado un tiempo prudencial y previsible, me abandona y opto por amodorrar el hastío bajo una mullida manta que me aísle del mundo en mi rinconcito junto a los cristales.
La melancolía preside esta transición entre verano e invierno, sentimiento básico por excelencia para escritores que cantan con voz trémula y versos plagados de nostalgia, añoranza tristeza o evocación de los amores perdidos y a un pasado cuya ausencia evocan y lamentan.
Tal vez esta rueda estacional sea necesaria para gozar cada una de las etapas que nos regala la vida de manera diferente, para reinventarnos y que nuestros sentimientos se alteren y modifiquen con cada una de ellas como una forma de mantenernos vivos.
Mª Soledad Martín Turiño
Llegó el otoño: gris, lluvioso, desapacible, oscuro… se instala en nuestra vida tiñéndola de una lóbrega neblina que se prolongará durante unos meses hasta que, de nuevo, resurja la luz, cese la lluvia, amaine el frio y, como en un milagro, los árboles se desperecen de su hibernación y despierten a la vida, una vez sus ramas vuelvan a percibir el calor del sol para brotar con tímidas yemas en forma de hojas de vivos tonos verdes y la vida volverá a brillar, el sol a lucir, la gente saldrá a pasear y la primavera asomará por todos los rincones.
Esta es la estación preferida de los poetas que aluden al suelo mullido de hojas color tierra, dorados, marrones, rojizos, ambarinos y amarillos, que crujen al pisarlas, y a los árboles desnudos que no pueden cobijarse del frio y se arrugan sobre sí mismos como pidiendo auxilio para sobrevivir a los rigores de una temperatura plena de frio, humedad y destemplanza.
Estos meses otoñoinveranles nunca me han gustado, me invade la melancolía, me acomete una tristeza inusitada, una ansiedad feroz y habito al abrigo de las sombras observando la vida desde el enorme ventanal de mi casa, ese minúsculo reducto de mundo por el que van pasando los acontecimientos desde mi cómoda posición de observadora tras los cristales. Escruto la calle, el vaivén de la gente, las casas contiguas y me adentro en la interioridad de las celdas que conforman esos edificios de abejitas habitados por hombres y mujeres, metros cúbicos de aire que compramos a precios desorbitados para vegetar unos encima de los otros en torres altas que compiten con otras similares para conformar eso que denominamos ciudad.
El otoño me trae preludio de muerte, de final, de pensamientos negativos que pronostican una hecatombe a punto de llegar en cualquier momento; así que inhalo serenidad para que entre por todos los poros y me prepare así para combatir la desesperanza; me inyecto una fuerte dosis de valor que, pasado un tiempo prudencial y previsible, me abandona y opto por amodorrar el hastío bajo una mullida manta que me aísle del mundo en mi rinconcito junto a los cristales.
La melancolía preside esta transición entre verano e invierno, sentimiento básico por excelencia para escritores que cantan con voz trémula y versos plagados de nostalgia, añoranza tristeza o evocación de los amores perdidos y a un pasado cuya ausencia evocan y lamentan.
Tal vez esta rueda estacional sea necesaria para gozar cada una de las etapas que nos regala la vida de manera diferente, para reinventarnos y que nuestros sentimientos se alteren y modifiquen con cada una de ellas como una forma de mantenernos vivos.
Mª Soledad Martín Turiño






























Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.10