NOCTURNOS
El cigarrillo postcoito
Ahora los noviazgos duran unos cuantos besos y tres o cuatro polvos; los matrimonios se divorcian tras la luna de miel, hecha de arena y espuma de ola, y dos o tres cópulas; después, uso del sexo, casi por obligación, el sábado sabadete; cuatro discusiones, una bronca y veladas presididas por el tedio. El hombre medio actual me parece aburridísimo. Ni una idea genial, ni talento, ni filosofía ni sentido del humor, ni ironía. Me da que, además, se aburren con los placeres que ofrece el sexo fácil, el hedonismo vulgarizado.
Ya soy mayor. Puedo afirmar, sin temor a equivocarme, escribo ex cátedra, porque tengo más pasado que futuro, que las mujeres de ahora tampoco necesitan a sus varones, puro tedio; con sus móviles ya se divierten. El sexo es cosa de entrar y salir sin perder demasiado tiempo. Decía Luis Cernuda, grandísimo poeta, homosexual, aquello de “Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman”. Hoy, los jóvenes gozan entre ellos en silencio, sin una sola palabra de amor, sin ternura, sin caricias. Solo se parecen a los viejos amantes en que fuman tras el coito y después se levantan como si tuvieran que ir al tren, al ferrocarril que no llega a ninguna parte.
Contemplo el amor, quizá porque danzan a mi alrededor las parcas, como un sentimiento sagrado. La cópula la he convertido en sacra y el amor en un mandamiento de la ley del hombre inteligente, con talento y culto.
La mujer que yazca conmigo la trataré como a una diosa. Habrá velas, lecho de arena fina y sábanas de nubes. La rociaré con el incienso de mis palabras, si me siento dispuesto e inspirado; susurraré poemas a la vera de los lóbulos de sus orejitas; contaré sus pestañas, una a una, y besaré sus párpados cuando duerma. Y eyacularé una vía láctea de pétalos de almendro y lágrimas de trucha. Y, después, le comunicaré a Dios que no necesito ya su cielo para conocer la eternidad. Tampoco haré ruido cuando la ame sobre una cama con un colchón de tiempo que construyó Cronos para, los que siendo viejos, todavía nos enamoramos. Sí, puedo confesar que he sabido amar.
Eugenio-Jesús de Ávila
Ahora los noviazgos duran unos cuantos besos y tres o cuatro polvos; los matrimonios se divorcian tras la luna de miel, hecha de arena y espuma de ola, y dos o tres cópulas; después, uso del sexo, casi por obligación, el sábado sabadete; cuatro discusiones, una bronca y veladas presididas por el tedio. El hombre medio actual me parece aburridísimo. Ni una idea genial, ni talento, ni filosofía ni sentido del humor, ni ironía. Me da que, además, se aburren con los placeres que ofrece el sexo fácil, el hedonismo vulgarizado.
Ya soy mayor. Puedo afirmar, sin temor a equivocarme, escribo ex cátedra, porque tengo más pasado que futuro, que las mujeres de ahora tampoco necesitan a sus varones, puro tedio; con sus móviles ya se divierten. El sexo es cosa de entrar y salir sin perder demasiado tiempo. Decía Luis Cernuda, grandísimo poeta, homosexual, aquello de “Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman”. Hoy, los jóvenes gozan entre ellos en silencio, sin una sola palabra de amor, sin ternura, sin caricias. Solo se parecen a los viejos amantes en que fuman tras el coito y después se levantan como si tuvieran que ir al tren, al ferrocarril que no llega a ninguna parte.
Contemplo el amor, quizá porque danzan a mi alrededor las parcas, como un sentimiento sagrado. La cópula la he convertido en sacra y el amor en un mandamiento de la ley del hombre inteligente, con talento y culto.
La mujer que yazca conmigo la trataré como a una diosa. Habrá velas, lecho de arena fina y sábanas de nubes. La rociaré con el incienso de mis palabras, si me siento dispuesto e inspirado; susurraré poemas a la vera de los lóbulos de sus orejitas; contaré sus pestañas, una a una, y besaré sus párpados cuando duerma. Y eyacularé una vía láctea de pétalos de almendro y lágrimas de trucha. Y, después, le comunicaré a Dios que no necesito ya su cielo para conocer la eternidad. Tampoco haré ruido cuando la ame sobre una cama con un colchón de tiempo que construyó Cronos para, los que siendo viejos, todavía nos enamoramos. Sí, puedo confesar que he sabido amar.
Eugenio-Jesús de Ávila

















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