CON LOS CINCO SENTIDOS
El trovador enamorado
Sabes que eres mi trovador, ese juglar que cuenta mi historia por capítulos y que es capaz de estar cien días con sus cien noches bajo mi balcón, aunque te sobrevuele el techo del cielo con un nublado y sus infinitos aguaceros mientras esperas que asome mi rostro por la ventana. Mientras esperas que encienda una luz cuyo significado para tí es un sí, un “te amo”, un “te correspondo” y accedo a tu sentimiento enamorado. Nos cogeremos de la mano, seremos novios o amantes secretos, ataremos un anillo de hilo rojo en nuestro dedo corazón de la mano derecha para que, cada vez que lo veamos, nos recuerde que nuestra sangre roja es del rojo del hilo, del rojo del amor y de la pasión. Te diré que sí porque me esperaste. Me diste tiempo a rearmarme y convertirme en una mujer digna del tamaño de tu amor inabarcable.
Aún no creo que sea posible un amor semejante, una cercanía en la distancia, un conocimiento íntimo del ser sin haber rozado siquiera tus manos. Soy afortunada por tenerte. Tanto, que me duele el pecho y me explota el corazón. Se me quiebra la voz cuando te hablo. Se me licúan los ojos para hacerse más claros de lo que ya los has visto. Siento que tu aroma y el mío ya son uno. Que vamos en la misma línea que divide el mundo entre lo bueno y lo malo, entre los sacos de piedras y los sacos de plumas. Quiero tejer un colchón liviano con mis palabras, para que reposemos cada día en él y nos amemos hasta el alba, una noche tras otra. Que sólo nos despierte el trino de los pájaros que se posen en el alféizar de mi ventana, que es la nuestra. La tuya y la mía.
Esa ventana por la que nos asomamos mientras me coges por la cintura, me mesas los cabellos ondulados y largos y bebes de mis labios la saliva de mis “te quiero” “te amo” y “te deseo”. Nunca tenemos hambre. El amor nos colma y nos deja henchidos, nos sobrepasa, nos supera. Nos alimentamos de palabras y de frases, de sentimientos compartidos y de miradas furtivas. No tendremos hambre psíquica mientras nos tengamos el uno al otro. El hambre física es pobre, se calma casi con cualquier cosa. Da igual que esa cosa sea cara o barata. El hambre física se calma.
Mi hambre de ti no tiene medida. Eres mi alimento, mi batín de seda y raso cuando estoy desnuda y siento frío en mi pecho o se me eriza el vello. Cuando tu hombría puja por salir y mis senos desafían al viento y a la gravedad. Soy una adolescente en el cuerpo de una mujer. Pero mi mente divaga y se tuerce hacia tu mundo, aunque no quiera, porque me haces sentir la adolescente madura más maravillosa de la tierra que nos circunda. ¿Esto es amor? Vive dios, si es que dios existe, que esto lo es.
El cuadro que ilustra mi relato de hoy es “Tristán e Isolda”, del artista Edmund Blair Leighton (1853-1922)
Nélida L. del Estal Sastre
Sabes que eres mi trovador, ese juglar que cuenta mi historia por capítulos y que es capaz de estar cien días con sus cien noches bajo mi balcón, aunque te sobrevuele el techo del cielo con un nublado y sus infinitos aguaceros mientras esperas que asome mi rostro por la ventana. Mientras esperas que encienda una luz cuyo significado para tí es un sí, un “te amo”, un “te correspondo” y accedo a tu sentimiento enamorado. Nos cogeremos de la mano, seremos novios o amantes secretos, ataremos un anillo de hilo rojo en nuestro dedo corazón de la mano derecha para que, cada vez que lo veamos, nos recuerde que nuestra sangre roja es del rojo del hilo, del rojo del amor y de la pasión. Te diré que sí porque me esperaste. Me diste tiempo a rearmarme y convertirme en una mujer digna del tamaño de tu amor inabarcable.
Aún no creo que sea posible un amor semejante, una cercanía en la distancia, un conocimiento íntimo del ser sin haber rozado siquiera tus manos. Soy afortunada por tenerte. Tanto, que me duele el pecho y me explota el corazón. Se me quiebra la voz cuando te hablo. Se me licúan los ojos para hacerse más claros de lo que ya los has visto. Siento que tu aroma y el mío ya son uno. Que vamos en la misma línea que divide el mundo entre lo bueno y lo malo, entre los sacos de piedras y los sacos de plumas. Quiero tejer un colchón liviano con mis palabras, para que reposemos cada día en él y nos amemos hasta el alba, una noche tras otra. Que sólo nos despierte el trino de los pájaros que se posen en el alféizar de mi ventana, que es la nuestra. La tuya y la mía.
Esa ventana por la que nos asomamos mientras me coges por la cintura, me mesas los cabellos ondulados y largos y bebes de mis labios la saliva de mis “te quiero” “te amo” y “te deseo”. Nunca tenemos hambre. El amor nos colma y nos deja henchidos, nos sobrepasa, nos supera. Nos alimentamos de palabras y de frases, de sentimientos compartidos y de miradas furtivas. No tendremos hambre psíquica mientras nos tengamos el uno al otro. El hambre física es pobre, se calma casi con cualquier cosa. Da igual que esa cosa sea cara o barata. El hambre física se calma.
Mi hambre de ti no tiene medida. Eres mi alimento, mi batín de seda y raso cuando estoy desnuda y siento frío en mi pecho o se me eriza el vello. Cuando tu hombría puja por salir y mis senos desafían al viento y a la gravedad. Soy una adolescente en el cuerpo de una mujer. Pero mi mente divaga y se tuerce hacia tu mundo, aunque no quiera, porque me haces sentir la adolescente madura más maravillosa de la tierra que nos circunda. ¿Esto es amor? Vive dios, si es que dios existe, que esto lo es.
El cuadro que ilustra mi relato de hoy es “Tristán e Isolda”, del artista Edmund Blair Leighton (1853-1922)
Nélida L. del Estal Sastre


















Nélida | Jueves, 05 de Noviembre de 2020 a las 03:21:31 horas
Muchas gracias por tus amables comentarios. Suponen un impulso para seguir escribiendo con vocación y con gusto. Gracias.
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