OBITUARIO
Murió Antonio Fernández Carbajo, esencia del fútbol zamorano del pasado siglo
Estoy convencido, aunque sea un ateo racional, que también en el cielo hay un estadio Ramiro Ledesma o unos campos de Valorio. Y si no existiesen esos campos de fútbol, San Pedro habría mandado construir unos terrenos semejantes para que Antonio Fernández Carbajo entrenase y dirigiese a las almas jóvenes que lo esperaban para jugar partidos espirituales arbitrados por Dios. Sí, hoy es un día triste, uno más de un año de muertes de buenas personas, de muertes ajenas, de muertes sin sentido. Hoy, otoño bruno, se nos murió Antonio. Le vinieron a buscar las parcas llorando, porque no todos los días se muere gente tan especial, con personalidad tan acusada, con tanta fe, con semejante carisma. También los balones derramaron lágrimas de cuero en los vestuarios de los distintos equipos de fútbol de nuestra ciudad y provincia cuando se enteraron que ya Antonio realizó el último regate a la vida y la táctica perfecta para derrotar a la muerte.
Antonio nunca tuvo aristas. Era tal cual. Si bien había uno distinto, amable y serio, tras el mostrador de Almacenes García, en la plaza de Sagasta o Renova. Cuando Antonio te vendía un traje o unos pantalones, te sentías Petronio. Y existió otro Antonio, el entrenador, una fuerza de la naturaleza, una fiera del fútbol, un mariscal de campo, que azuzaba al contrario, que acojonaba al colegiado, que convertía a sus futbolistas en genios. Ambos, el profesional de la venta y el técnico de fútbol, protagonizaron la vida comercial y deportiva de nuestra ciudad en los últimos 50 años del siglo XX. No necesitó ser ni Sócrates ni Demóstenes, ni intelectual, ni poeta, para que los zamoranos le estimáramos, lo quisiéramos, lo ponderáramos hasta considerarlo uno de los personajes más entrañables que vivieron en la ciudad del alma desde el desarrollismo franquista hasta la llegada de la democracia.
Recuerdo cómo cuidó a su hermano, acosado por la brutal diabetes, durante años, en todas las estaciones, entre la niebla o las tardes templadas del estío. ¡Cuánto amor derramaba Antonio, cuánta ternura, cuánta hermandad entre hermanos, qué ejemplo de bonhomía, cómo se puede querer tanto!
Y tampoco olvidaré que siempre me llamó Antonio, dándome el mismo nombre que mi padre, al que tanto estimaba, respeto y cariño mutuo. ¡Qué esperar de dos seguidores del Athletic Club de Bilbao, de dos españoles que amaron a su patria, a su tierra y sus familias!
Su hijo Tomás, presidente de la Asociación de Amigos de la Catedral, es un digno de heredero de unos de los zamoranos más carismáticos que he conocido en mi ya larga vida. Su padre fue un ejemplo que él también ha sabido poner en práctica.
Hoy, cuando la tristeza se impone en esta medianoche otoñal, mientras la ciudad se aburre, mi homenaje con palabras a Antonio Fernández Carbajo, historia del fútbol zamorano, el hombre que mantuvo al Atlético Zamora en la memoria de generaciones que amaron el fútbol.
Eugenio-Jesús de Ávila
Estoy convencido, aunque sea un ateo racional, que también en el cielo hay un estadio Ramiro Ledesma o unos campos de Valorio. Y si no existiesen esos campos de fútbol, San Pedro habría mandado construir unos terrenos semejantes para que Antonio Fernández Carbajo entrenase y dirigiese a las almas jóvenes que lo esperaban para jugar partidos espirituales arbitrados por Dios. Sí, hoy es un día triste, uno más de un año de muertes de buenas personas, de muertes ajenas, de muertes sin sentido. Hoy, otoño bruno, se nos murió Antonio. Le vinieron a buscar las parcas llorando, porque no todos los días se muere gente tan especial, con personalidad tan acusada, con tanta fe, con semejante carisma. También los balones derramaron lágrimas de cuero en los vestuarios de los distintos equipos de fútbol de nuestra ciudad y provincia cuando se enteraron que ya Antonio realizó el último regate a la vida y la táctica perfecta para derrotar a la muerte.
Antonio nunca tuvo aristas. Era tal cual. Si bien había uno distinto, amable y serio, tras el mostrador de Almacenes García, en la plaza de Sagasta o Renova. Cuando Antonio te vendía un traje o unos pantalones, te sentías Petronio. Y existió otro Antonio, el entrenador, una fuerza de la naturaleza, una fiera del fútbol, un mariscal de campo, que azuzaba al contrario, que acojonaba al colegiado, que convertía a sus futbolistas en genios. Ambos, el profesional de la venta y el técnico de fútbol, protagonizaron la vida comercial y deportiva de nuestra ciudad en los últimos 50 años del siglo XX. No necesitó ser ni Sócrates ni Demóstenes, ni intelectual, ni poeta, para que los zamoranos le estimáramos, lo quisiéramos, lo ponderáramos hasta considerarlo uno de los personajes más entrañables que vivieron en la ciudad del alma desde el desarrollismo franquista hasta la llegada de la democracia.
Recuerdo cómo cuidó a su hermano, acosado por la brutal diabetes, durante años, en todas las estaciones, entre la niebla o las tardes templadas del estío. ¡Cuánto amor derramaba Antonio, cuánta ternura, cuánta hermandad entre hermanos, qué ejemplo de bonhomía, cómo se puede querer tanto!
Y tampoco olvidaré que siempre me llamó Antonio, dándome el mismo nombre que mi padre, al que tanto estimaba, respeto y cariño mutuo. ¡Qué esperar de dos seguidores del Athletic Club de Bilbao, de dos españoles que amaron a su patria, a su tierra y sus familias!
Su hijo Tomás, presidente de la Asociación de Amigos de la Catedral, es un digno de heredero de unos de los zamoranos más carismáticos que he conocido en mi ya larga vida. Su padre fue un ejemplo que él también ha sabido poner en práctica.
Hoy, cuando la tristeza se impone en esta medianoche otoñal, mientras la ciudad se aburre, mi homenaje con palabras a Antonio Fernández Carbajo, historia del fútbol zamorano, el hombre que mantuvo al Atlético Zamora en la memoria de generaciones que amaron el fútbol.
Eugenio-Jesús de Ávila




























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