Si me hubieras permitido amarte

Sé que no te sientes orgullosa de que un tipo tan vulgar como yo se enamorase de ti. Pero mi corazón no piensa, solo ama, y se ponía nervioso cuando se cruzaba contigo, se aceleraba como si se me fuera a escapar de mi pecho para comerte los labios.

La belleza extrae de mis adentros sensaciones imposible de transcribir con palabras. Podría tratar de explicarte lo que tú me hacías sentir. Pongamos que era como desdoblarse, como si de mi interior se evadiese un yo sensible, poético, místico, y mi otro yo, el que representa mi cuerpo, el que se queda entre mi carne y mi esqueleto, permaneciese  en el espacio que ocupo en estas tres dimensiones. Aquel vibraba al verte, al acercarse a ti, al respirarte. Hasta mi can, Zorba, notaba que algo sucedía al hombre que le recogía sus excrementos, que dirigía sus pasos las calles de Zamora, rumbo a la oficina, donde el también escribía con tinta de ladridos.

Supe, desde la primera vez que vi tu bello rostro, que no era hombre para seducir a dama tan elegante y hermosa. Otro varón que no fuera yo, se habría conformado con gozar de tu manera de andar, de observar la dinámica de tus movimientos, el ritmo de tu andar, el erotismo de tus piernas, ceñidas a un jean perfecto. Pero este veterano seductor se transforma cuando se le aparece el arte en su vida. Y si la armonía se presenta en forma de mujer, me convierto en un poeta que busca la rima de sus versos entre los poros de esa dama, la esculpe con su mirada, llora lágrimas secas de pasión, supura placer, se desvanece en la cópula de amor espiritual e infinito. Amar es un arte.

Si te hubieras dejado amar,  si me hubieses permitido amarte, habría pedido a las parcas que vinieran a buscarme cuanto antes, porque mi vida tuvo un sentido: eyacular mi alma ante la presencia de una diosa. Pero admito que soy un sujeto mediocre, invisible, un tanto burdo e intranscendente.

Eugenio-Jesús de Ávila