Martes, 23 de Diciembre de 2025

Eugenio de Ávila
Domingo, 15 de Noviembre de 2020
REPÚBLICO

Se desmoronan los muros de la patria mía

[Img #45945]España recoge en su seno, dentro de  su más de medio millón de kms2 , millones badulaques, analfabetos , malandrines, más unos cuantos ciudadanos con personalidad, que aman la libertad, la libertad de la persona, la democracia, desgobernados por unos tipos mediocres, con querencia por el pastoreo de rebaños humanos. España está enferma de gregarismo y  servilismo. Gobernar a esta gente resulta tarea sencilla: se llena el pesebre de mentiras y subvenciones, caridad del Estado para que el pobre nunca deje de serlo y dependa, hasta su muerte, de los políticos totalitarios, y poco más.

La transición desde la dictadura hacia la democracia nació con un aneurisma político. Al lustro de su creación, no reclamada masivamente por el pueblo, sí por elites marxistas e intelectuales, aparecieron los primeros síntomas de la enfermedad: corrupción, con un primer caso en el Ayuntamiento de Madrid, gobernado por el viejo profesor, Tierno Galván, con el asunto de las basuras, que denunciase el concejal socialista e ingeniero de Caminos Alonso Puerta, defenestrado por contar la verdad de lo que estaba sucediendo; más después la expropiación de Rumasa y aquello de “to pa el pueblo”, corrupciones por doquier, la ETA asesinando a mansalva, autonomías convertidas en taifas…y los secesionistas, esencialmente racistas, chantajeando a los partidos que entonces presumían de españoles: PSOE y PP. 

El mal crecía sin que nadie lo detuviese, incluso algún memo integral, como el tal ZP, el de la ceja satánica, contribuyó a potenciarlo. Lógico. Una nación que tolera partidos con una ideología racista, con un objetivo: destruirla, más pronto que tarde, se desmoronará. No se conoce Estado europeo, pongamos Francia o Alemania, que admita formaciones antigalas o antigermanas. Voy más allá: en la patria de Goethe, de Beethoven, de Schiller, de Mann, los partidos nacional-socialistas y comunistas se hayan prescritos de la vida política.

Como el PSOE ha preferido siempre pactar con la ultraderecha nacionalista, catalana, Pujol, y vasca, PNV, incluso con los etarras, como atestigua la historia, jamás con PP o Ciudadanos: desde Argel, con Iturbe Abásolo, alias Txomin, hasta en el propio País Vasco, representando al  Partido Socialista Eguiguren, que defendería, allá por 2005, al asesino Yosu Ternera, porque, según este tipo, existía una “voluntad sincera” de acabar con las armas –a fecha de hoy, 15 de noviembre de 2020, la banda marxista-leninista vasca no ha entregado su material bélico-, España existe con un tumor en su vientre, con su extremaunción, con su muerte anunciada. Me temo que el diseño del nuevo Estado ya lo ha bosquejado el neocomunista anacrónico Pablo Iglesias, mientras Pedro Sánchez contempla su belleza ante el espejo de La Moncloa.

La democracia española se habría consolidado, potenciado, crecido, si la izquierda, la socialdemocracia del primer felipismo, con todas sus perversiones y mangancias, hubiese considerado a los partidos nacionalistas como un virus político, que destruiría el Estado desde dentro, y el PP de Aznar, al que tanto alabó Arzallus, y de Rajoy, que toleró todas las concesiones del zapaterismo a la ETA, recuerdo lo de Bolinaga, y a los secesionistas catalanes, no hubieras admitido tanto chantaje de los enemigos del Régimen de 1977 y la Constitución de 1978.

Ahora, en la agonía de este año maldito, 2020, la nación más antigua de Europa ha entrado en coma, político y económico. Saldrá de la pandemia vírica con unos 70.000 muertos, una mentalidad de sumo gregarismo y una quiebra moral inaudita. El líder de Unidas Podemos ya tiene lo que siempre necesito: ahora solo le queda asaltar los cielos de la democracia española para construir un régimen republicano, dentro de una confederación de estados independientes.  Lo confesó el viernes un  heredero de ETA: “Vamos a Madrid a tumbar la democracia”. De unos marxistas no me extraña nada, aún menos  de quienes  odian la libertad, la propiedad privada, la ajena, no la propia;  la prensa libre, la economía de mercado y las elecciones libres.  Manda la izquierda reaccionaria. Ninguna defiende el nacionalismo. Solo las de Pedro y Pablo, pastores  de este rebaño de gente gregaria, ejecutan las políticas más de derechas. Quienes nos gobiernan, paradigmas en Lastra y Ábalos, y los propios Sánchez e Iglesias son personas sin formación intelectual suficiente para administrar un Estado tan complejo como el español.

Hago míos estos versos de Quevedo para ir concluyendo esta carta, escrita desde la más profunda tristeza: “Mire los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes, ya desmoronados  de la carrera de la edad cansados  por quien caduca ya su  valentía”.

Eugenio-Jesús de Ávila

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