CON LOS CINCO SENTIDOS
Quiero oler a mar
Adoro el mar, su olor, su sonido por la noche cuando nada contamina su musical oleaje. Cuando mis pies desnudos pisan la arena y se hunden si me quedo quieta como una estatua, casi hasta perder el equilibrio. Cierro los ojos y sólo siento una inmensa paz, si nadie habla, si estoy sola o acompañada por alguien que respeta ese sacro silencio.
Podría estar horas frente al mar, sentada sin decir absolutamente nada hasta vaciar mi cabeza de todos los problemas que la vida te acopla a la espalda. Sólo escuchando el devenir del agua, la espuma mojando mis dedos y el jugueteo de algún cangrejo perdido, al que observo para ver a dónde irá, con quién…
Es algo parecido a mirar el fuego, con su incesante chisporroteo que te hipnotiza y te hace perder la conciencia del tiempo, del ser y del estar. Pero, aún siendo parecidos en las sensaciones que me provocan, en mi mente de niña el sonido del mar siempre gana al sonido del fuego. Siempre. Será porque nací cerca de las aguas de un mar frío y combativo al amanecer de un día de verano.
Quiero oler a mar y a salitre. Quiero que me inunde ese aroma tan familiar, cálido y placentero que siento como mío y que ahora echo en falta. Puedo escribir tu nombre y mancharme los dedos en la arena, puedo hundir mis manos enteras en ella, sin que me duela, sin que me hiera ni deje huella en la piel, sólo unos granos microscópicos adheridos a mis dedos que se van con una ligera sacudida.
Y al final, quiero levantarme e introducir mi cuerpo en el agua, aunque esté vestida, para que me inundes con tu manto frío y me llenes por entero sin que parte alguna de mi ser quede libre de tu embrujo.
Porque quiero oler a mar, el olor más embriagador sobre la faz de la tierra.
Nélida L del Estal Sastre
Adoro el mar, su olor, su sonido por la noche cuando nada contamina su musical oleaje. Cuando mis pies desnudos pisan la arena y se hunden si me quedo quieta como una estatua, casi hasta perder el equilibrio. Cierro los ojos y sólo siento una inmensa paz, si nadie habla, si estoy sola o acompañada por alguien que respeta ese sacro silencio.
Podría estar horas frente al mar, sentada sin decir absolutamente nada hasta vaciar mi cabeza de todos los problemas que la vida te acopla a la espalda. Sólo escuchando el devenir del agua, la espuma mojando mis dedos y el jugueteo de algún cangrejo perdido, al que observo para ver a dónde irá, con quién…
Es algo parecido a mirar el fuego, con su incesante chisporroteo que te hipnotiza y te hace perder la conciencia del tiempo, del ser y del estar. Pero, aún siendo parecidos en las sensaciones que me provocan, en mi mente de niña el sonido del mar siempre gana al sonido del fuego. Siempre. Será porque nací cerca de las aguas de un mar frío y combativo al amanecer de un día de verano.
Quiero oler a mar y a salitre. Quiero que me inunde ese aroma tan familiar, cálido y placentero que siento como mío y que ahora echo en falta. Puedo escribir tu nombre y mancharme los dedos en la arena, puedo hundir mis manos enteras en ella, sin que me duela, sin que me hiera ni deje huella en la piel, sólo unos granos microscópicos adheridos a mis dedos que se van con una ligera sacudida.
Y al final, quiero levantarme e introducir mi cuerpo en el agua, aunque esté vestida, para que me inundes con tu manto frío y me llenes por entero sin que parte alguna de mi ser quede libre de tu embrujo.
Porque quiero oler a mar, el olor más embriagador sobre la faz de la tierra.
Nélida L del Estal Sastre





















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