Odiar a quien se amó

¿Por qué odias a la persona a la que tanto amaste? ¿Por qué te repugna recordar que dibujó garabatos de sensibilidad con las yemas de sus dedos en el papiro de tu carne, que humedeció, con ternura, cada poro de tu piel? ¿Por qué te asquea recordar que entró en tu cuerpo, aún hermoso, todavía dispuesto para el placer, que te condujo al Nirvana, que suspiraste en su pecho, que susurraste en sus oídos palabras de eterno amor?

¿Por qué abjuras de sus miradas, del tono de su voz, de su forma de hablar, enfática; de su manera de reír con sus paletos de conejo? ¿Por qué te odias tanto a ti misma por haberle amado? ¿Por qué proyectas sufrimiento sobre ese hombre al que amaste? ¿Acaso gozas escupiendo sobre sus lágrimas, sembrando de cuitas su espíritu?

Sí. No lo puedes negar. Formó parte de tu vida. Durante un periodo determinado de tiempo le escribiste, con pasión, hermosas cartas de amor, líricas, descarnadas, libérrimas, sensuales. Paseaste con él. Lo mirabas con dulzura. Asías sus manos cuando nadie te veía. Las soltabas si aparecía alguien en aquella rúa del casco histórico del alma.

Quién se arrepiente de amar, ignora que solo cobija odio en su interior, que solo se amó a sí mismo, que no concibe el amor si no es para recibir. Tiranía de la pasión. Él no se fue. Provocaste que se marchase, aunque giró, varias veces, su cabeza, esperando que le invitases a regresar. Ya se había acabado el amor, pero quedaba un vínculo de recuerdos, de memoria, de besos, de amor entre ambos. Te dio miedo seguir amándole. Ya te lo había entregado todo.

Eugenio-Jesús de Ávila