PASIÓN POR ZAMORA
Embellecer Zamora (V)
Esculturas para poner más coqueta nuestra ciudad

Creo que Francisco Guarido, alcalde de Zamora, y un servidor nos parecemos en que ambos ambicionamos una ciudad más bonita, él y yo deseamos embellecerla. El regidor sabe y puede ejecutar sus deseos. A este menda, periodista provincianos, solo le queda la palabra. Guarido fue, o es, marxista. A mí me prendó Bakunin. Nunca me gustó Marx, un señor que predica la revolución mundial, pero que dejó preñada a su criada, no reconoció a la criatura y nunca quiso conocerla. Pero, como digo, Guarido y yo coincidimos en nuestro amor por la ciudad del Romancero.
Hoy, la plaza de Sagasta, la más hermosa de Zamora, aunque también la de San Gil podría competir por ocupar esa jerarquía estética urbana, siempre que se restaurasen los edificios que la conforman y que los restos del templo románico, soterrados, porque así lo dispuso la administración regional, pudieran disfrutarse, estrenó estatua: una magnífica escultura del gran Barrón. Me encantan el pedestal y su color. Pero me temo que los badulaques de esta ciudad, en coma económico y cultural, ataquen, más pronto que tarde, esta obra de arte con sus garabatos, producto de su escaso seso y abundante ignorancia. Ese espacio urbano se halla vigilado. Cierto. Pero el mal siempre encuentra un momento de libertad para destruir la belleza, una sensación que duele a sus acólitos.
Zamora cuenta también con obras de otro genio de la escultura: Baltasar Lobo. Jardines como el de la plaza de Zorrilla, quizá el más coqueto de nuestra ciudad, cuida de una Maternidad del artista de Tierra de Campos, como los parques de León Felipe, del Castillo o en el interior de la fortaleza medieval. Perfecto. Pero yo pido más: quiero que desde la Plaza Mayor a la Catedral luzcan esculturas de Lobo, porque la obra de este genial artista se engrandece al aire libre, rodeada de gente, ocupando espacios urbanos. El arte hay que dárselo al pueblo. Quizá así aquellos que carecen de sensibilidad, los que manchan los sillares de templos, del puente de piedra, de las fachadas de edificios públicos y privados, aprendieran que toda obra de arte merece tanto respeto como el ser humano que la creo.
Hay que embellecer Zamora. Lo quiero yo, que soy un zamorano más, pero que se siente impotente para hacer que mis deseos se conviertan en una realidad estética. Pero también forma parte del ideario de Francisco Guarido, que sí posee autoridad para transformar su ciudad, que es la mía y la de tantos zamoranos que sentimos que lo común también es nuestro.
Y si la historia nos legó monumentos extraordinarios, templos, murallas y puentes, y obras de arte de unos cuantos genios; más un paisaje único, con el Duero modelándolo, aprovechemos esa herencia para que Zamora se convierta en esa ancianita coqueta, perfumada y elegante que pretendemos la autoridad política y unos cuantos de sus hijos, siempre pendientes de cuidarla, mimarla y añadirle vida.
Eugenio-Jesús de Ávila
Creo que Francisco Guarido, alcalde de Zamora, y un servidor nos parecemos en que ambos ambicionamos una ciudad más bonita, él y yo deseamos embellecerla. El regidor sabe y puede ejecutar sus deseos. A este menda, periodista provincianos, solo le queda la palabra. Guarido fue, o es, marxista. A mí me prendó Bakunin. Nunca me gustó Marx, un señor que predica la revolución mundial, pero que dejó preñada a su criada, no reconoció a la criatura y nunca quiso conocerla. Pero, como digo, Guarido y yo coincidimos en nuestro amor por la ciudad del Romancero.
Hoy, la plaza de Sagasta, la más hermosa de Zamora, aunque también la de San Gil podría competir por ocupar esa jerarquía estética urbana, siempre que se restaurasen los edificios que la conforman y que los restos del templo románico, soterrados, porque así lo dispuso la administración regional, pudieran disfrutarse, estrenó estatua: una magnífica escultura del gran Barrón. Me encantan el pedestal y su color. Pero me temo que los badulaques de esta ciudad, en coma económico y cultural, ataquen, más pronto que tarde, esta obra de arte con sus garabatos, producto de su escaso seso y abundante ignorancia. Ese espacio urbano se halla vigilado. Cierto. Pero el mal siempre encuentra un momento de libertad para destruir la belleza, una sensación que duele a sus acólitos.
Zamora cuenta también con obras de otro genio de la escultura: Baltasar Lobo. Jardines como el de la plaza de Zorrilla, quizá el más coqueto de nuestra ciudad, cuida de una Maternidad del artista de Tierra de Campos, como los parques de León Felipe, del Castillo o en el interior de la fortaleza medieval. Perfecto. Pero yo pido más: quiero que desde la Plaza Mayor a la Catedral luzcan esculturas de Lobo, porque la obra de este genial artista se engrandece al aire libre, rodeada de gente, ocupando espacios urbanos. El arte hay que dárselo al pueblo. Quizá así aquellos que carecen de sensibilidad, los que manchan los sillares de templos, del puente de piedra, de las fachadas de edificios públicos y privados, aprendieran que toda obra de arte merece tanto respeto como el ser humano que la creo.
Hay que embellecer Zamora. Lo quiero yo, que soy un zamorano más, pero que se siente impotente para hacer que mis deseos se conviertan en una realidad estética. Pero también forma parte del ideario de Francisco Guarido, que sí posee autoridad para transformar su ciudad, que es la mía y la de tantos zamoranos que sentimos que lo común también es nuestro.
Y si la historia nos legó monumentos extraordinarios, templos, murallas y puentes, y obras de arte de unos cuantos genios; más un paisaje único, con el Duero modelándolo, aprovechemos esa herencia para que Zamora se convierta en esa ancianita coqueta, perfumada y elegante que pretendemos la autoridad política y unos cuantos de sus hijos, siempre pendientes de cuidarla, mimarla y añadirle vida.
Eugenio-Jesús de Ávila
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