CON LOS CINCO SENTIDOS
Silencio y soledad
"Silencio, eres lo mejor de cuanto he oído”, que decía Boris Pasternak.
Pasternak, autor de “Doctor Zhivago”, sabía bien de lo que hablaba. En su Moscú natal no había tiempo entonces para departir o conversar sobre cualquier tema de interés, o de política, oh! Cielos! Política, podrían incluso matarte o uno de tus amigos pertenecer al Servicio Secreto ruso, el KGB, y aprovechar unos vasos de vodka para sacarte algo insustancial que acabarían convirtiendo en terror de estado. En esto los americanos, ingleses y hasta los israelíes, son de una gilipollez semejante. Pero los cabrones son los que nos dominan a todos los demás, por unas u otras circunstancias. EEUU tiene pasta para empapelar la Casa Blanca cincuenta millones de veces. Rusia, algo similar, pero con más reservas. No les va el dispendio, al menos, no el que se vea, mientras Putin se pasea por la estepa siberiana a pecho descubierto como si fuera el rey del gulag o un jodido cowboy, y sólo es un ser ridículo que se impone al resto de sus conciudadanos a través de la prohibición y el miedo. Vamos, como cualquier otra dictadura que se precie.
El caso de Donald Trump es algo diferente. Este hombre sólo es inmensamente rico, cosa que te puede llevar a la Casa blanca aunque seas el personaje más inepto que hayamos visto jamás, incluso en dibujo animado es más absurdo y mongoloide, si es que esto es posible. Me parece irreal que sea el presidente de la nación más rica del mundo y esté enfurecido dentro de la Casa Blanca, como el niñato que es, por haber perdido la pelota del país y no querer que sea otro el que la busque y la encuentre. Sí, los americanos son los más ricos, pero la riqueza no suele ir acompañada de inteligencia precisamente, y este es un caso más que flagrante de esa dualidad tremebunda. Empírico. Encima está loco, fatal de lo suyo. Si yo dijera esto en EEUU, probablemente me “distrajeran” de mi casa cuatro fornidos tíos enfundados en un traje negro y con pinganillos en la oreja para llevarme en un coche, también negro, tipo “Sub” y acercarme a un descampado para darme la del pulpo. O quizá más, hacerme desaparecer y luego llorar ante los medios mi pérdida. Los yanquis han tenido durante cuatro años lo que votaron, porque hay que ser retrasado mental para votar a un tío que se lava la cara y se peina con los huevos amarillos de sus guardaespaldas. Que ni se pone la mascarilla, que ha sido negacionista de la Covid-19 aún habiendo pasado levemente la enfermedad, eso que sepamos, lo de levemente, digo…), de las vacunas, de la inteligencia humana, de todo. Pero como tiene dinero a espuertas y caga en un wáter de oro macizo, pues ahí está, jodiéndonos a todos y sin ganitas de irse para dejar a Biden el pisito.
Lo de Israel merece mención aparte. Ese país se prevale de su status de ser el protegido de los EEUU para joder constantemente a los habitantes de la Franja de Gaza, de Palestina, forasteros en su propio hogar. Manda narices. Estaremos con esta historia hasta que se acabe el mundo, que, a este paso, será pronto y de mala manera. Es un conflicto sin fin, unos se agarran al terruño por haber sido ajusticiados decenios antes y ahora ajustician a los que han arrebatado ese pedazo de tierra. Inconcebible. Demencial. Propio de un solo ser, el ser humano. Espero no vivir para ver esa masacre muchas más veces.
Prefiero dormir, estar medianamente sana, no coger el virus y poder disfrutar de mis amigos pronto, pero con seguridad, porque si hemos esperado unos meses, podemos esperar un poco más. Pensemos en el bien de todos. Las navidades se pueden celebrar de muchas maneras, incluso no hacerlo, no vamos a morir por ello, serán más íntimas y con menos despiporre que otros años, pero es lo que hay. No podemos jugar con fuego hasta que no esté vacunado un alto porcentaje de la población. Comprendo lo difícil que es esto para los que viven del sector servicios y de la hostelería. Es una dualidad perversa a la que nos enfrentamos. Pero creo que ha de ganar el sentido común porque no podemos permitir una tercera oleada por nuestras ansias imprudentes de solaz. Mientras tanto, seguiremos casi solos y en silencio…
Nélida L. del Estal Sastre.
"Silencio, eres lo mejor de cuanto he oído”, que decía Boris Pasternak.
Pasternak, autor de “Doctor Zhivago”, sabía bien de lo que hablaba. En su Moscú natal no había tiempo entonces para departir o conversar sobre cualquier tema de interés, o de política, oh! Cielos! Política, podrían incluso matarte o uno de tus amigos pertenecer al Servicio Secreto ruso, el KGB, y aprovechar unos vasos de vodka para sacarte algo insustancial que acabarían convirtiendo en terror de estado. En esto los americanos, ingleses y hasta los israelíes, son de una gilipollez semejante. Pero los cabrones son los que nos dominan a todos los demás, por unas u otras circunstancias. EEUU tiene pasta para empapelar la Casa Blanca cincuenta millones de veces. Rusia, algo similar, pero con más reservas. No les va el dispendio, al menos, no el que se vea, mientras Putin se pasea por la estepa siberiana a pecho descubierto como si fuera el rey del gulag o un jodido cowboy, y sólo es un ser ridículo que se impone al resto de sus conciudadanos a través de la prohibición y el miedo. Vamos, como cualquier otra dictadura que se precie.
El caso de Donald Trump es algo diferente. Este hombre sólo es inmensamente rico, cosa que te puede llevar a la Casa blanca aunque seas el personaje más inepto que hayamos visto jamás, incluso en dibujo animado es más absurdo y mongoloide, si es que esto es posible. Me parece irreal que sea el presidente de la nación más rica del mundo y esté enfurecido dentro de la Casa Blanca, como el niñato que es, por haber perdido la pelota del país y no querer que sea otro el que la busque y la encuentre. Sí, los americanos son los más ricos, pero la riqueza no suele ir acompañada de inteligencia precisamente, y este es un caso más que flagrante de esa dualidad tremebunda. Empírico. Encima está loco, fatal de lo suyo. Si yo dijera esto en EEUU, probablemente me “distrajeran” de mi casa cuatro fornidos tíos enfundados en un traje negro y con pinganillos en la oreja para llevarme en un coche, también negro, tipo “Sub” y acercarme a un descampado para darme la del pulpo. O quizá más, hacerme desaparecer y luego llorar ante los medios mi pérdida. Los yanquis han tenido durante cuatro años lo que votaron, porque hay que ser retrasado mental para votar a un tío que se lava la cara y se peina con los huevos amarillos de sus guardaespaldas. Que ni se pone la mascarilla, que ha sido negacionista de la Covid-19 aún habiendo pasado levemente la enfermedad, eso que sepamos, lo de levemente, digo…), de las vacunas, de la inteligencia humana, de todo. Pero como tiene dinero a espuertas y caga en un wáter de oro macizo, pues ahí está, jodiéndonos a todos y sin ganitas de irse para dejar a Biden el pisito.
Lo de Israel merece mención aparte. Ese país se prevale de su status de ser el protegido de los EEUU para joder constantemente a los habitantes de la Franja de Gaza, de Palestina, forasteros en su propio hogar. Manda narices. Estaremos con esta historia hasta que se acabe el mundo, que, a este paso, será pronto y de mala manera. Es un conflicto sin fin, unos se agarran al terruño por haber sido ajusticiados decenios antes y ahora ajustician a los que han arrebatado ese pedazo de tierra. Inconcebible. Demencial. Propio de un solo ser, el ser humano. Espero no vivir para ver esa masacre muchas más veces.
Prefiero dormir, estar medianamente sana, no coger el virus y poder disfrutar de mis amigos pronto, pero con seguridad, porque si hemos esperado unos meses, podemos esperar un poco más. Pensemos en el bien de todos. Las navidades se pueden celebrar de muchas maneras, incluso no hacerlo, no vamos a morir por ello, serán más íntimas y con menos despiporre que otros años, pero es lo que hay. No podemos jugar con fuego hasta que no esté vacunado un alto porcentaje de la población. Comprendo lo difícil que es esto para los que viven del sector servicios y de la hostelería. Es una dualidad perversa a la que nos enfrentamos. Pero creo que ha de ganar el sentido común porque no podemos permitir una tercera oleada por nuestras ansias imprudentes de solaz. Mientras tanto, seguiremos casi solos y en silencio…
Nélida L. del Estal Sastre.




















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