Gonzalo Julián
Domingo, 29 de Noviembre de 2020
RECUERDOS

Woody Allen: renaciendo el Renacimiento

[Img #46389]Hace pocas semanas he cumplido un compromiso del destino... un años más.  Mi  etapa universitaria siempre la he tenido a gala y con  orgullo, y  hoy la reconozco con  agradecimiento a mis padres, que siempre fomentaron y apoyaron que su primer hijo “pudiera salir y estudiar”. Tengo que reconocer que en aquellos “finales setenta”, con tantos cambios en nuestra España, (aún hoy parece ser que no consolidados, incluso cuestionados y con intentos de que sean olvidos), yo no fui muy consciente de que tras una “desgracia de nuestra Zamora”, (hoy ya tristemente confirmada: no tener (a penas) Universidad... entre tantas otras carencias), se encontraba mi oportunidad para conocer nuevas ciudades, nuevas personas, (compañeros, amigos, profesionales), nuevos estudios  –que terminarían cautivándome y permitiéndome (casi) siempre disfrutar de mi profesión y trabajo...hasta mi jubilación–.

                La primera ciudad fue Salamanca. Comprendí que “una Ciudad puede ser otra cosa”, pudiendo ser “todo en sí misma”. Esta maravilla labrada en su piedra por la luz, el paso lento de los siglos y del saber, también me dio a la que hoy es mi mujer.

                La segunda fue Valladolid, la que me permitiría llegar a la licenciatura. Y en ella hoy me detendré para comentar y explicar el “Renacimiento” de mi titular.

                Por distintos motivos de premura y ajetreo al tener que cambiar de ciudad, de universidad, de entornos... hicieron aconsejable no seguir buscando el “piso de estudiantes”, para aceptar la oferta, (de quien hoy ya no puedo recordar), y fijar mi residencia de estudiante en el Colegio Mayor “San Juan Evangelista”. Esta institución era “única, peculiar y particular” por sus cuatro costados. Me explico: el Colegio estaba en la 3ª y 4ª planta de un edificio de la calle Sacramento. En la 2ª se encontraban las oficinas del Obispado de Valladolid... a la sazón propietario y titular del “San Juan”. En la planta baja y en la 1ª se ubicaba el Cine Cervantes. Este Colegio, pese a lo que puede hacer presuponer lo comentado hasta aquí, era la institución universitaria más liberal en el Valladolid de la recién instaurada y estrenada Democracia. Rápidamente comprendí que la decisión tomada para residir ese mi primer año en “otra ciudad”... era la acertada. Disfruté, aprendí y conocí al que sería uno de mis mejores amigos, Víctor, en Valladolid y en la facultad, donde también éramos compañeros.

                Otra particularidad de este Centro era que el Obispado tenía un acuerdo con el Cine Cervantes, por el cual los colegiales teníamos acceso libre los lunes, tras la cena,  a la última sesión en el anfiteatro del cine... al que se accedía también desde la propia escalera del edificio: Esto me permitió adentrarme en el mundo del cine, puesto que los lunes, con mi amigo y compañero Víctor, bajábamos a la película de la semana...¡en zapatillas! Nunca olvidaré aquellas sensaciones de cenar, bajar por la escalera, sentarnos en unas butacas ya viejísimas, ver la película, para volver a la habitación y comentarla... hasta la hora que fuese. Un auténtico deleite.

            Una de esas semanas anunciaron un ciclo de WOODY ALLEN, del que Víctor ya era seguidor. Y yo un absoluto desconocedor.  Ante mí aparecieron sus películas de la “primera época”:  “Toma el dinero y corre”, “Todo lo que quiso saber sobre el sexo, pero nunca se atrevió a preguntar”, “El dormilón”, “La última noche de Boris Grushenko”... en las que, indefectiblemente, él era quien seleccionaba las canciones y música –siempre de Jazz–, autor del guión, director y actor.  W.A. siempre intenta mostrar, transmitir, enseñar “su verdad” que es, la mayoría de las veces, la “verdad de la vida” y que nos la expone “camuflada” con  el humor, la broma, la exageración, el esperpento... para inocularnos el antídoto para lo pernicioso que tantas veces tiene “esa verdad”.

                Casi sin solución de continuidad, aparecieron las películas de su “segunda época”. Aparentemente había adoptado un “cambio drástico” en la forma de hacer Cine. La realidad que yo empecé a percibir años después, cuando ya   me había convertido en fiel seguidor de sus “entregas anuales”,  es que le había dado  “un pequeño giro”, al que se le uniría otro de similar tamaño en la siguiente...y así en sus sucesivas creaciones. “Annie Hall”, encantadora película que casi llega a ser “una historia de amor”, como él la subtitularía, nos presenta a una Diane Keaton que mimetiza con Annie de tal manera, sensibilidad y ternura que, aún hoy, permanecen inseparables fuera del celuloide. La “comicidad”, omnipresente en la etapa anterior, desaparece –salvo en los personajes que interpreta él mismo...o que lo interpretan a él en sus últimas películas, donde ha decidido “no aparecer, pero sí estar”–, para ser suplantada, por el resto de los personajes, trama y acción por la “ternura” de Annie, la “transcendencia” (“Interiores”, “Recuerdos”), la “belleza”, en “La comedia sexual de una noche de verano”, etc.

                De los muchos “giros” de W.A. que he citado, mencionaré el último: Tras el reconocimiento al “cine europeo” --películas y directores-- mostrado desde sus inicios, en los últimos años lo ha ampliado a nuestras ciudades europeas. Eso sí: sin serle infiel a su New York, Manhattan y Broadway.  Me refiero películas en las que la Ciudad es un personaje más, perfectamente tratado por la cámara, el guión y el resto de personajes que se regodean en ella con sumo placer, deleite y respeto.  Así se nos muestra y así lo percibimos con  la inmortal París,  en  “Midnight in Paris”; y en la eterna Roma  en “To Rome with Love”; o en  la cosmopolita Barcelona en “Viky, Cristina, Barcelona”.

                Y,  por supuesto en la última, estrenada este año, y que me ha permitido seguir cumpliendo con mi compromiso anual desde que descubrí a este genio polivalente... en zapatillas, bajo mi habitación de estudiante de Valladolid. En  “Rifkin´s Festival”,  San Sebastian  luce en todo su esplendor, señorío, luminosidad, glamour y elegancia.

                Todas estas Capitales y aquellas americanas, no necesitan absolutamente nada para estar y ser lo que son. Pero Woody Allen las ha tocado, cual  dedo de Miguel Angel en la Capilla Xistina y les ha imprimido el “sfumato” de Leonardo da Vinci en su Mona Lisa: la “sonrisa” de estas urbes reaparece y permanece, ya de por vida,  cuando  abandonas la sala de proyección.

            Con este polifacético genio de 85 años, pudiera considerarse que el Renacimiento y sus creaciones únicas, singulares, inmortales, universales... pudiera haber “renacido”.

 

Gonzalo Julián

Comentarios Comentar esta noticia
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.122

Todavía no hay comentarios

Quizás también te interese...

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.