La plaza de la Constitución, un secarral que da sed de estética

Nuestra ciudad posee materia prima para embellecerla aún más. A Zamora le sucede como a nuestro sector primario: materias primas excepcionales que debería transformase aquí, con lo que se generaría una gran riqueza económica. Pero como esa labor industrial se realiza lejos de estos pagos, nuestra tierra se empobrece y otras ciudades y regiones crecen y desarrollan un enorme potencial.

A lo que voy. Guarido, durante el mandato y pico que lleva administrando la Casa de las Panaderas ha hecho muchas cosas para potenciar el patrimonio monumental de la ciudad, tanto es así que, antes de concluir su segunda etapa en el Ayuntamiento, nos legará los lienzos de muralla de la avenida de la Feria exentos. Esta labor la comenzó Vázquez, la continuó Rosa Valdeón, pero el empujón definitivo lo dio, lo está dando, el actual regidor, que también elaboró una idea, en la oposición, para crear una gran mirador, de varios metros de longitus, sobre el Duero. Pero hubo un fallo judicial que dio la razón a unas monjitas que posee en esa zona una hacienda importante, decisiva para que la idea de Guarido se hiciera realidad.

Pero hay otras ideas, mías, propias, quizá, en algún caso, manías, que expongo, que ya he comentado, y en las que hoy insistiré. Para no pecar de pelma y no convertir este artículo en el Mahabharata, convertiré en protagonista de este texto a la plaza de la Constitución, porque me parece el mayor secarral, de los muchos que muestra nuestra ciudad, urbano. Recuerdo que, ha tiempo, escuché a unos turistas comentar, con cierto desdén y desprecio, algo así como: “¡Qué sobriedad, qué aridez, tanta que hace daño a la vista!” En efecto, así es.

Al norte de ese espacio urbano nos encontramos con la fachada sur de quizá la iglesia románica más hermosa de Zamora, con su amante ciprés, su perímetro de piedra, convertido en banco para ancianos. La plaza muestra edificios de cierta fuerza y poderío. Todos estos inmuebles, el templo y los levantados durante la pasada centuria, parecen perdidos, sin hacer ágora, sin constituir espacio lúdico. Hay muchos metros cuadrados sin ocupar, como si se hubiera dispuesto para concentraciones políticas y sindicales. Debajo, existe un aparcamiento. Vale. No creo que ajardinar la plaza, con fuente incluida y escultura, pongamos de Baltasar Lobo, penalizase a los manifestantes, progres o conservadores, ni a los liberados sindicales, ni, por supuesto, el agua de riego se filtrase hasta desembocar en el parking. Consulté en su día a un amigo íntimo, un ingeniero, erudito en fuentes y sus circunstancias, persona que ha diseñado y trabajado en fontanas lusas, como las de Braganza. Y a mi pregunta sobre el perjuicio que podría causar al aparcamiento la creación de un jardín y fuente en ese espacio, me respondió que, en absoluto, que no habría problema alguno al respecto.

No creo que haya un solo zamorano, por adusto y desabrido que se considere, que se sienta reconfortado y alegre al pasear y atravesar por ese espacio urbano, donde los tramos de piedra siguen siendo un suplicio, tal cual suponen en las rúas, calles y plazuelas del casco antiguo pisar por encima de ese tipo de material. Entonces, me pregunto por qué ningún equipo de gobierno, de la diestra o la siniestra, conservador o progre, carecieron de un proyecto para cambiar esa plaza, corazón comercial, urbano y político de nuestra ciudad.

Y no tengo nada más que escribir sobre ese particular. Eso sí, añadiría, aunque ya lo ha denunciado Manuel Herrero en nuestra web, twitter y Facebook, que nuestras esculturas al aire libre carecen de una iluminación artística que potencie su belleza cuando la luz del sol se pierde más allá de las Pajarrancas. El último ejemplo, la estatua de Adán en la plaza de Sagasta. Por las noches, su parte frontal es solo una mancha.

Eugenio-Jesús de Ávila