Miércoles, 26 de Noviembre de 2025

Kebedo
Domingo, 13 de Diciembre de 2020
MI VECINA MARISOL

Salvar la Navidad

[Img #47029]-Salvar al soldado Ryan, salvar a Papá Noel, salvar a Willy, salvar a España… nos pasamos la vida salvando a alguien y muchas veces sin su permiso, como en éste último caso, que no queremos que venga ningún iluminado a salvarnos de nada que no sea de ellos mismos-. Mi vecina dijo, y añadió, -¡Ojo!, que ahora han aparecido unos exmilitares que, ensuciando su uniforme y avergonzando a toda la jerarquía castrense, quieren volver a salvar a unos y a fusilar al resto, esto es un no parar-.

 Mi vecina Marisol, la verdad es que tiene mucho ingenio a la hora de hacer paralelismos entre las cosas cotidianas, los problemas del día a día y las películas o las obras literarias y en éste caso, toda ésta verborrea viene a colación de la última moda “Hay que salvar la Navidad”, imitando el título de “Saving Christmas”,  film protagonizado por,  siempre le recordaremos como niño en “Los Problemas Crecen”, Kirk Cameron, en el que el protagonista quiere darle un giro a la Navidad, tal y como él la ve.

Bueno, pues aquí, manos a la obra, nos hemos propuesto salvar la Navidad.

-¿De quién?-, le pregunto yo a Marisol.

-De nosotros mismos-, me responde.

Pero me temo que no estamos en sintonía, que no es eso lo que verdaderamente quiere expresar. El fondo de la cuestión está en que quieren hacernos ver que la economía está reñida con la salud y no es así. Si no hay economía, o ésta va mal, como es el caso, la cosa se pone “chunga”, pero si no hay salud, máxime en éste caso que hay muchísimos muertos de por medio, tampoco va a haber economía porque los muertos y los enfermos no consumen. Luego, piensa mi vecina, que se trata de salvar la “economía” de algunos, de unos pocos, sin pararse a pensar en las consecuencias que eso trae.

Me recuerda Marisol que, cuando pasamos la primera oleada de contagios, cuando estuvimos confinados, algunos ya mostramos nuestro desacuerdo con algunas de las medidas tomadas. El confinamiento, efectivamente, da resultado, es evidente, pero no es la solución aunque como tal, algunos lo aceptamos. El cierre de todos los negocios, lo mismo, pero en realidad no hacía falta cerrar todo, simplemente cumplir con las normas de guardar las distancias correspondientes, hacer frecuentes lavados de manos y usar mascarillas. No hay más, sí, algo más, una grandísima dosis de sentido común.

Luego llegó la desescalada, plagada de aciertos y de meteduras de pata, de buen criterio y de cosas absurdas, pero era la primera para todos y había que aprender. Y aquí meto a todos, a ciudadanos y a políticos de uno y otro bando, a autoridades sanitarias y civiles, a mandatarios eclesiásticos y a militares sin graduación. Todos hemos tenido que aprender, a base de muertos, lo que está siendo esta pandemia y todos teníamos unas ganas enormes de que se “pasara”, así entre comillas, porque todos sabíamos que no se iba a pasar. Pero en el verano, “pelillos a la mar”, nunca mejor dicho, a la playa a aglomerarse, al chiringuito a darse codazos, a la fiesta de Borja Mari, Cayetano y Pocholo y “viva la Pepa”. Y después de eso venga contagios, venga a subir otra vez los ingresos en los hospitales, venga a colapsar las  UCI´s y a visitar los cementerios.

Pero no pasaba nada, y eso que estábamos avisados. Nos dijeron que esto volvería si no nos portábamos bien, que no se había ido “el bicho” y que lo único que hacíamos era darle de comer para que volviera. Y volvió, ¡vaya si volvió!. ¿Por qué no le hemos hecho caso a los sanitarios, que se han dejado la piel … y la vida para salvarnos la nuestra?. 

Lo políticos, tanto centrales como autonómicos, se llenaron la boca de promesas de  aumentar las plantillas de los hospitales, de incrementar los recursos y de emplear mejor los dineros con vista a reforzar los equipos médicos y las condiciones de los mismos. Pero fue mentira una vez más. No solo no se reforzaron plantillas sino que se mandó a la calle a todo aquel contratado para reforzar el exceso de trabajo que tuvieron durante toda la primavera, ¡y santas pascuas!.

Luego se produjo la guerra por las vacunas y entramos en el -¡A ver quién la tiene más grande!-, gritó mi vecina.

-¡Marisol, contente, no seas ordinaria!-, le recrimino, -¡aprende de tu amiga Concepción!-.

-¿Quién, la funcionaria?, pues sí, es verdad, es más buena que el pan, una excelente persona y no dice nunca palabrotas-, añade mi vecina toda cortada.

-Bueno, quería decir que hemos  entrado en la guerra de quién nos va a vacunar antes.-, rectifica.

Es verdad, pasamos por las alegrías de Vladimir Putin vacunando a su hija, pasamos por las payasadas de Trump y su negacionismo, aunque ahora quiere vacunar a todo el mundo, y ahora, parece ser, ya estamos en el buen camino y hay codazos por ver quien empieza antes. Y resulta que empezó Boris Johnson, que fue otro negacionista hasta que se infectó.

Pero aquí, por lo visto, no estamos aprendiendo mucho. Es verdad que se le está haciendo mucho daño a los hosteleros, a los hoteleros, a los gimnasios, a las salas de espectáculos. Probablemente no se tendrían que haber tomado medidas tan drásticas en ésta segunda oleada. Si se mantienen las reglas ya expuestas de mantener las distancias entre mesas, o entre butacas, o entre aparatos gimnásticos, si se mantiene el uso de mascarillas en todos estos centros de trabajo y ocio y si se mantienen las condiciones de higiene y lavado de manos, no habría sido necesario el cierre total, por una segunda vez de éste tipo de negocios. Hay mucha gente que ha invertido mucho dinero en acondicionar sus locales para intentar hacer las cosas bien y se les responde con otro cierre absurdo. No pueden seguir pagando justos por pecadores. Los que quieren seguir dando fiestas multitudinarias haciendo gala de una enorme insolidaridad, egoísmo y falta de juicio, deben ser castigados con el máximo rigor, pero por ellos no deben pagar los demás.

Y para salvar la Navidad ahora abrimos de par en par los centros comerciales  para el público se acerque en manada y se apelotone haciendo compras. Hay que  recuperar el consumo que no se ha producido en las fechas anteriores y hay que fomentar las ventas.

-¿A qué precio?-, se enfada mi vecina. -¿Cuántos muertos somos capaces de soportar a cambio de incrementar las ventas?-.  Y, sobre todo, -¿quién va a poner esos muertos?, ¿qué nombres escogemos?, ¿algún negacionista voluntario?-.

Tenemos que ser cautos en los desplazamientos, tenemos que ser muy cuidadosos en nuestras reuniones con familiares y con los nuevos habitantes de España, “los allegados”. Tenemos que hacer una Navidad diferente y no vale empeñarse en inaugurar iluminaciones, en hacer cabalgatas, o asistir a reuniones que podrían ser las últimas, de nosotros o de nuestros “allegados”.

-Aquí no hay nada que salvar, excepto vidas-, termina diciendo Marisol mientras se despide camino de visitar a su amiga Concepción para regalarle una participación de lotería.  

Kebedo.  

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