HABLEMOS
Zamora, a merced de la burocracia
Carlos Dominguez
Es posible que la tendencia general a la masificación, a la hipertrofia de las sociedades urbanas, condene sin remedio, y nadie debería engañarse, a la desertización y vaciamiento del medio rural, ello en paralelo a un aumento desmedido de la burocracia social, con aparatos de poder interviniendo y controlando la vida de los ciudadanos. Aparentemente, en regiones y núcleos de población modestos, así nuestras villas y ciudades, ese intervencionismo bajo coartada de lo social, de la defensa de privilegios y subsidios a expensas naturalmente de áreas más dinámicas, se intuye como algo positivo, pues alienta la ficción de una cierta prosperidad, en el fondo consumo clientelar de sectores pensionados, o que en el mejor de los casos viven del presupuesto en calidad de funcionarios.
El resultado a la vista está. La socialburocracia y el correlato demagógico del mal llamado Bienestar, al final terminan asfixiando la poca vitalidad de regiones y ciudades que ven desaparecer, exactamente igual que el medio rural, su juventud, su savia humana y, junto a ella, sus pequeños negocios, su pequeño comercio e industria, que en otros tiempos permitían simplemente vivir. Que nadie se equivoque; pensionistas y funcionarios no representan promesa alguna de futuro. Son sólo intervención y burocracia, acabando por vía de una fiscalidad abusiva con las clases activas y propietarias. El alegre jubileo mañanero por nuestra calle mayor, con paseantes de cháchara o disfrutando de una muy estirada hora del café, es anuncio de la crisis irreversible de esta o cualquier ciudad a idéntica escala.
Solemos felicitarnos de lo muy solidario, social y avanzado, en aras del generoso Bienestar. Ahora bien, lo público velando supuestamente por todo y todos, lejos de crear detrae riqueza, con una voracidad que se convierte para sus aparatos no ya en criterio justo de redistribución, sino en absoluta necesidad por mero instinto de supervivencia Y al fin y al cabo, tanto adelanto, tanto progreso, tanta modernidad de la mano de un Estado elefantiásico, representan para nuestro mundo tradicional una catástrofe, ya que el grado de tolerancia ante magnitudes de una escala que escapa a nuestras posibilidades es muy limitado. Si alguien necesita pruebas, que medite sobre las consecuencias que autovías y medios de comunicación fruto de una colosal financiación y dispendio público, a costa de cargas fiscales insoportables, han supuesto para Toro o Benavente, sin ir tampoco demasiado lejos. Decadencia, miseria y abandono, como antesala de un a medio plazo colapso definitivo.
Es posible que la tendencia general a la masificación, a la hipertrofia de las sociedades urbanas, condene sin remedio, y nadie debería engañarse, a la desertización y vaciamiento del medio rural, ello en paralelo a un aumento desmedido de la burocracia social, con aparatos de poder interviniendo y controlando la vida de los ciudadanos. Aparentemente, en regiones y núcleos de población modestos, así nuestras villas y ciudades, ese intervencionismo bajo coartada de lo social, de la defensa de privilegios y subsidios a expensas naturalmente de áreas más dinámicas, se intuye como algo positivo, pues alienta la ficción de una cierta prosperidad, en el fondo consumo clientelar de sectores pensionados, o que en el mejor de los casos viven del presupuesto en calidad de funcionarios.
El resultado a la vista está. La socialburocracia y el correlato demagógico del mal llamado Bienestar, al final terminan asfixiando la poca vitalidad de regiones y ciudades que ven desaparecer, exactamente igual que el medio rural, su juventud, su savia humana y, junto a ella, sus pequeños negocios, su pequeño comercio e industria, que en otros tiempos permitían simplemente vivir. Que nadie se equivoque; pensionistas y funcionarios no representan promesa alguna de futuro. Son sólo intervención y burocracia, acabando por vía de una fiscalidad abusiva con las clases activas y propietarias. El alegre jubileo mañanero por nuestra calle mayor, con paseantes de cháchara o disfrutando de una muy estirada hora del café, es anuncio de la crisis irreversible de esta o cualquier ciudad a idéntica escala.
Solemos felicitarnos de lo muy solidario, social y avanzado, en aras del generoso Bienestar. Ahora bien, lo público velando supuestamente por todo y todos, lejos de crear detrae riqueza, con una voracidad que se convierte para sus aparatos no ya en criterio justo de redistribución, sino en absoluta necesidad por mero instinto de supervivencia Y al fin y al cabo, tanto adelanto, tanto progreso, tanta modernidad de la mano de un Estado elefantiásico, representan para nuestro mundo tradicional una catástrofe, ya que el grado de tolerancia ante magnitudes de una escala que escapa a nuestras posibilidades es muy limitado. Si alguien necesita pruebas, que medite sobre las consecuencias que autovías y medios de comunicación fruto de una colosal financiación y dispendio público, a costa de cargas fiscales insoportables, han supuesto para Toro o Benavente, sin ir tampoco demasiado lejos. Decadencia, miseria y abandono, como antesala de un a medio plazo colapso definitivo.






























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