CON LOS CINCO SENTIDOS
Anatema
Nelida del Estal Sastre
Me acuso de querer ser querida y aceptada, aún a riesgo de decepcionarme en el intento y no volver la vista atrás. Me flagelo con el cilicio de mis temores por ansiar no discutir, por intentar congelar los malos momentos para que no se reproduzcan, para que no procreen y esa repugnante y dañina progenie o descendencia infeste como un virus todo lo que me rodea y a la gente a la que aprecio de veras.
Me acuso de querer caminar sobre las aguas de la vida sin dolor ni padecimiento alguno, porque en el atril o podio de los campeones del sufrimiento tengo fila preferente y ya me agota depender del estado en el que se encuentre mi cuerpo cada jodido día de cada semana, de cada mes, de cada año.
Me acuso de ver virtuosa la belleza en los ojos de un hombre cuando me mira, en los de una mujer y en la mirada inocente de un niño que está empezando a comprender que su existencia no será como la imagina si es que tiene alguna “tara” de serie, como si de una prenda de bajo coste se tratase y no de una persona que vive y late.
Me acuso de vomitar palabras cuando algo no me gusta y hacerlo de manera tan vehemente que pareciera estar fuera de mi propio cuerpo enfermo y cansado de vivir una vida que no me corresponde, ni por méritos, ni por maldad. No conozco esa última palabra, pero esa grandísima perra se me ha comido mi pan, ha entrado en mi casa y se ha aprovechado de mi afección hacia la bondad.
Me acuso de haber espabilado un poco, aunque no lo suficiente, para reconocer a los que, vestidos de domingo en el rostro, me han apuñalado por la espalda, y yo, me he dejado. Merezco la condena moral por idiota.
Me acuso de querer ser querida y aceptada, aún a riesgo de decepcionarme en el intento y no volver la vista atrás. Me flagelo con el cilicio de mis temores por ansiar no discutir, por intentar congelar los malos momentos para que no se reproduzcan, para que no procreen y esa repugnante y dañina progenie o descendencia infeste como un virus todo lo que me rodea y a la gente a la que aprecio de veras.
Me acuso de querer caminar sobre las aguas de la vida sin dolor ni padecimiento alguno, porque en el atril o podio de los campeones del sufrimiento tengo fila preferente y ya me agota depender del estado en el que se encuentre mi cuerpo cada jodido día de cada semana, de cada mes, de cada año.
Me acuso de ver virtuosa la belleza en los ojos de un hombre cuando me mira, en los de una mujer y en la mirada inocente de un niño que está empezando a comprender que su existencia no será como la imagina si es que tiene alguna “tara” de serie, como si de una prenda de bajo coste se tratase y no de una persona que vive y late.
Me acuso de vomitar palabras cuando algo no me gusta y hacerlo de manera tan vehemente que pareciera estar fuera de mi propio cuerpo enfermo y cansado de vivir una vida que no me corresponde, ni por méritos, ni por maldad. No conozco esa última palabra, pero esa grandísima perra se me ha comido mi pan, ha entrado en mi casa y se ha aprovechado de mi afección hacia la bondad.
Me acuso de haber espabilado un poco, aunque no lo suficiente, para reconocer a los que, vestidos de domingo en el rostro, me han apuñalado por la espalda, y yo, me he dejado. Merezco la condena moral por idiota.






























Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.10