Humildes propósitos de Año Nuevo

 Decía el famoso terapeuta y teólogo alemán, Bert Hellinger, lo siguiente: “La vida te envía personas conflictivas para que sanes y dejes de reflejar afuera lo que tienes adentro. La vida deja que te caigas una y otra vez, hasta que te decides a aprender la lección. La vida te saca del camino y te presenta encrucijadas, hasta que dejas de querer controlar y fluyes como río”.

Que será lo que tiene la vida, lo que la vida nos da, que aunque nos dañe de mil formas diferentes, no queremos irnos nunca de su lado. Tememos perderla pero sólo cuando nos encontramos ante un peligro inminente; el resto del tiempo lo pasamos como si fuéramos gatos y se nos premiase con siete vidas completas, para tener siete nacimientos, catorce amores eternos, unos treinta amoríos olvidables, unas cuantas borracheras, estudiar veinte carreras diferentes y tener varios hijos que siempre te traerán por la calle de la amargura, al tiempo que dejarás con gusto la piel por ellos en todos los momentos, en todos los instantes.

Qué tendrá la vida para querer ser vivida con ahínco, pese a la enfermedad, a la muerte, al dolor y al sufrimiento; pese a las malas personas que nos encontramos a diario en el camino y nos “obsequian” con ingeniosas y retorcidas zancadillas que nos hacen caer de bruces de la manera menos decorosa posible.

Qué tendrá la vida que nos droga el intelecto por asirla con fuerza para no perderla en un cruce de caminos. Que nos trae y que nos lleva, que nos marea con tanto vaivén sin tener claro siquiera si mañana amanecerá para nosotros como ayer, o como amaneció hace dos años o, quizá, como amanezca en un lustro. Nos deja y nos acoge, nos da cobijo y nos desnuda. Nos alimenta y nos deja morir de hambre física y amorosa. Nos regala días y nos los arranca cuando pensamos que esos días ya son nuestros, ganados por derecho.

Qué tendrá la vida que no aprendemos de sus enseñanzas…Me temo que es una excelente maestra con pésimos alumnos y una pizarra ciega en una clase sorda. Curiosa sinestesia. No escuchamos porque no tenemos oído; no gustamos de algo porque nuestra lengua es inmune a los placeres; no argumentamos nuestras ideas con un mínimo de credibilidad e inteligencia porque hay una oquedad imperceptible para los demás entre nuestras sienes. Un vacío que grita a voces por ser llenado. Una vida que grita por ser vivida en una cueva sin eco, expelido el grito por una voz sin pulmones y sin garganta, sin cuerdas vocales.

Qué tendrá la vida para ansiarla tanto como para dejarnos la propia por la propia vida.

Nélida L. del Estal Sastre