HABLEMOS
Nuestro Ejército, modelo para la clase política
Carlos Domínguez
Después de vivir el tardofranquismo, la transición y el régimen constitucional, mi generación difícilmente podía imaginar un episodio como el manifiesto extemporáneo de un grupo de militares retirados, aireado no ha mucho de forma interesada ante la opinión pública. Anécdota en todo caso, porque de estar en marcha algún tipo de asonada, serían muy distintos los lugares y los protagonistas. En realidad, nada hay y menos aún ha habido que sugiera deslealtad de nuestra milicia hacia las instituciones. Mas bien lo contrario. Si de deslealtad hablamos, no es posible ignorar la de una clase política dando a lo largo de años sobradas muestras de incapacidad, oportunismo y corrupción. A diferencia de ella, los militares españoles vieron como sus plantillas y los recursos destinados a la defensa disminuían día a día, y como se destilaba en la sociedad y la juventud un sentimiento antimilitarista, irracional no menos que denigratorio.
Ningún motivo hay para exaltar lo militar sobre lo civil, el militarismo sobre el ejercicio reglado de la política. Pero también es preciso reconocer el papel de nuestras FF.AA., por su sentido del deber, dignidad y obediencia tanto a la autoridad política como a los poderes del Estado. Teniendo en cuenta tradición y origen, el Ejército español ha sido y sigue siendo modelo de cordura y sensatez, moderando incluso en demasía al papel que le reserva la legalidad, político en último término como garante del orden constitucional. En los años de vigencia del régimen democrático, los militares como cuerpo han dejado hacer a las instituciones, han asumido su neutralidad y han desempeñado con ejemplaridad el papel previsto por el ordenamiento.
Dentro del desgraciado marasmo en que ha ido a parar una, se decía, modélica transición, lo único en verdad modélico ha sido el comportamiento sensato, cuerdo y callado de nuestros militares, capaces antaño de dejar atrás parte de sus antiguas fidelidades, en aras de la paz y la convivencia. Con su generosidad y altura de miras, espejo debería ser el Ejército español para una partitocracia desprestigiada, corrupta y, al presente, de una irresponsabilidad que raya el fanatismo, para alentar de nuevo odios cainitas en la antesala misma del conflicto civil.
Después de vivir el tardofranquismo, la transición y el régimen constitucional, mi generación difícilmente podía imaginar un episodio como el manifiesto extemporáneo de un grupo de militares retirados, aireado no ha mucho de forma interesada ante la opinión pública. Anécdota en todo caso, porque de estar en marcha algún tipo de asonada, serían muy distintos los lugares y los protagonistas. En realidad, nada hay y menos aún ha habido que sugiera deslealtad de nuestra milicia hacia las instituciones. Mas bien lo contrario. Si de deslealtad hablamos, no es posible ignorar la de una clase política dando a lo largo de años sobradas muestras de incapacidad, oportunismo y corrupción. A diferencia de ella, los militares españoles vieron como sus plantillas y los recursos destinados a la defensa disminuían día a día, y como se destilaba en la sociedad y la juventud un sentimiento antimilitarista, irracional no menos que denigratorio.
Ningún motivo hay para exaltar lo militar sobre lo civil, el militarismo sobre el ejercicio reglado de la política. Pero también es preciso reconocer el papel de nuestras FF.AA., por su sentido del deber, dignidad y obediencia tanto a la autoridad política como a los poderes del Estado. Teniendo en cuenta tradición y origen, el Ejército español ha sido y sigue siendo modelo de cordura y sensatez, moderando incluso en demasía al papel que le reserva la legalidad, político en último término como garante del orden constitucional. En los años de vigencia del régimen democrático, los militares como cuerpo han dejado hacer a las instituciones, han asumido su neutralidad y han desempeñado con ejemplaridad el papel previsto por el ordenamiento.
Dentro del desgraciado marasmo en que ha ido a parar una, se decía, modélica transición, lo único en verdad modélico ha sido el comportamiento sensato, cuerdo y callado de nuestros militares, capaces antaño de dejar atrás parte de sus antiguas fidelidades, en aras de la paz y la convivencia. Con su generosidad y altura de miras, espejo debería ser el Ejército español para una partitocracia desprestigiada, corrupta y, al presente, de una irresponsabilidad que raya el fanatismo, para alentar de nuevo odios cainitas en la antesala misma del conflicto civil.
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