COSAS MÍAS
Secuelas del coronavirus y de las decisiones políticas: muerte viva o vida muerta
He dejado de vivir sin morirme. Vivo una muerte muy extraña. Soy un cadáver sin vida. Miro y veo. Escucho y oigo. ¡Qué clase de vida es esta en la que no puede soplar las velas en la tarta de tu cumpleaños! ¿¡Qué tipo de muerte es esta donde los muertos los entierran solos, con tanta soledad como se quedaban los muertos de Becquer! ¡Qué clase de vida es esta que perdemos si no podemos abrazar al amigo, al hermano! ¡Cómo conjugar el verbo vivir en presente y futuro, si no puedes besar a la mujer o al hombre al que amas! ¡Qué vida estamos desviviendo si las mascarillas cubren dos tercios de rostros bellos, hermosos, líricos!
El poder nos ha estabulado. Nos confinó tres meses. Nos dividió. Nos sacó del espacio. Las calles son mías. Como cuando Fraga gobernaba en la pre democracia. Nos lo creímos todo. Nos hicieron comulgar con ruedas de molino: el virus no era nada, solo lo padecerían contadas personas; después que las mascarillas no servía para nada y, por último, cuando dejaron salir al rebaño de su redil, que salíamos más fuertes. Y ahora, en esta segunda ola, más mentiras. Nos engañan hasta con el número real de fallecidos a causa del coronavirus. Se trata de aborregarnos, de que no pensemos, de que nos autocensuremos, de que no hablemos de lo importante, de lo esencial. Así estamos desviviendo nuestra vida. Nos permiten vivir, pero de tal manera que nos duele esta clase de vida, tanto que parece muerte camuflada, muerte vestida de invierno, con mascarillas como bufanda, con saludos en la distancia, con frío que te hiela el alma.
Y, cuando no nos demos cuenta, notaremos que ya no amamos, que nos olvidamos de ese verbo, que no sentimos, que no queremos a nadie, quizá ni a nosotros mismos. Y, cuando nos dejemos de querer, nos olvidaremos de que vivimos. ¡Para que vivir sin amar! Vivir por inercia, vivir por vivir, vivir para ni tan si quiera temer morir.
Eugenio-Jesús de Ávila
He dejado de vivir sin morirme. Vivo una muerte muy extraña. Soy un cadáver sin vida. Miro y veo. Escucho y oigo. ¡Qué clase de vida es esta en la que no puede soplar las velas en la tarta de tu cumpleaños! ¿¡Qué tipo de muerte es esta donde los muertos los entierran solos, con tanta soledad como se quedaban los muertos de Becquer! ¡Qué clase de vida es esta que perdemos si no podemos abrazar al amigo, al hermano! ¡Cómo conjugar el verbo vivir en presente y futuro, si no puedes besar a la mujer o al hombre al que amas! ¡Qué vida estamos desviviendo si las mascarillas cubren dos tercios de rostros bellos, hermosos, líricos!
El poder nos ha estabulado. Nos confinó tres meses. Nos dividió. Nos sacó del espacio. Las calles son mías. Como cuando Fraga gobernaba en la pre democracia. Nos lo creímos todo. Nos hicieron comulgar con ruedas de molino: el virus no era nada, solo lo padecerían contadas personas; después que las mascarillas no servía para nada y, por último, cuando dejaron salir al rebaño de su redil, que salíamos más fuertes. Y ahora, en esta segunda ola, más mentiras. Nos engañan hasta con el número real de fallecidos a causa del coronavirus. Se trata de aborregarnos, de que no pensemos, de que nos autocensuremos, de que no hablemos de lo importante, de lo esencial. Así estamos desviviendo nuestra vida. Nos permiten vivir, pero de tal manera que nos duele esta clase de vida, tanto que parece muerte camuflada, muerte vestida de invierno, con mascarillas como bufanda, con saludos en la distancia, con frío que te hiela el alma.
Y, cuando no nos demos cuenta, notaremos que ya no amamos, que nos olvidamos de ese verbo, que no sentimos, que no queremos a nadie, quizá ni a nosotros mismos. Y, cuando nos dejemos de querer, nos olvidaremos de que vivimos. ¡Para que vivir sin amar! Vivir por inercia, vivir por vivir, vivir para ni tan si quiera temer morir.
Eugenio-Jesús de Ávila
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