Miércoles, 19 de Noviembre de 2025

Eugenio de Ávila
Miércoles, 13 de Enero de 2021
REPÚBLICO

Ciudadano inteligente e "hincha" partidista

Los hinchas, “hooligan”, de los partidos políticos, preparados para un partido a cara de perro, a muerte. La nieve negra de la política española, un oxímoron de una democracia purulenta, vírica, en quiebra.

[Img #48232]Un ciudadano cuerdo, preparado, inteligente, vota de acuerdo a un programa electoral, conformado por promesas de una serie acciones políticas dirigidas a alcanzar un objetivo: aumentar la calidad de vida de los hombres y mujeres que forman parte de una nación, autonomía o ayuntamiento, en correspondencia a comicios legislativos, de carácter regional o locales.

 

Después cuando el presidente del Gobierno, del ejecutivo autonómico o de la Alcaldía inician sus gobernanzas, el ciudadano analiza y evalúa el programa electoral, las promesas, las acciones políticas que el que fuera candidato, y ahora preside una institución pública, realizó durante su campaña. Entonces juzga lo que dijo y hace, lo que prometió e incumple. De tal manera, si el político mintió, engañó, falsificó, lo criticará y nunca jamás volverá a votar a ese personaje ni al partido que representa. El ciudadano, que así ejerce su papel como miembro de la sociedad de la que forma parte, demuestra personalidad, cultura, seriedad y preparación política.

 

 Ahora bien, si la persona, hombre o mujer,  anciano, adulto o joven, que, objetivamente, admite que el político y el partido a los que votó incumplió programa, promesas, acciones, mantiene su defensa del presidente, nacional o autonómico, alcalde o presidente de la Diputación, se comportará como un hincha o un “hooligan” futbolístico, que solo verá el penalti en el área contraria, la falta del rival, y jamás si su equipo –presidente y partido político- se salta el Reglamento, lo interpreta como le da la real gana y, en definitiva, demuestra su parcialidad.

 

Este tipo de sujetos, impropios de una democracia, sin capacidad de raciocinio, imberbes políticos, lelos sociales, badulaques de la sonrisa tonta, habitan en todos las formaciones políticas, a derecha y  a izquierda, incluso en esa entelequia denominada centro. Estas personalidades memas, “membrillos” ideológicos, se convierten en elementos dañinos de las libertades, en virus de la democracia; en cánceres del progreso, metástasis de la corrupción, del nepotismo, como viene sucediendo en España desde 1977, acentuado este proceso desde que Zapatero decidió abrir la puerta del odio ideológico. Un pequeño-burgués, que siempre es un ser egoísta como enfatizó Marx, quebró la paz en esta nación.

 

De tal manera, desde ha tiempo, no se vota con inteligencia, justicia, erudición política, sino porque mi abuelo fue rojo o falangista o porque los míos son los buenos y los otros, los malos, el enemigo. En definitiva, se elige por odio. Se acabó la fraternidad, la libertad y la igualdad. Y la inquina, el rencor y la saña destruyen la democracia, que se transforma en un campo de batalla inhóspito, sucio, repugnante. Se rechaza toda idea, propuesta, proyecto del enemigo, aunque, objetivamente, supongan avance, adelanto, progreso.

 

 Si un político, analizada su gestión desde la ecuanimidad y la justicia, recibe las loas de una mayoría social, de la prensa imparcial, las huestes del enemigo político cargan contra el loado, se lo toman a chirigota, se mofan, se ríen. Se intenta, se busca, se trabaja para denostar las acciones políticas del enemigo. No existe el consenso, sino el disenso; la utopía muta en distopía; la mentira como crisálida de la verdad.

 

Recuerdo ahora, como énfasis a cuanto llevo escrito, al ínclito Zapatero, nefasto político, personaje olvidable. Febrero de 2008, año electoral. A micrófono, en apariencia, cerrado, le espeta, le confiesa,  a Iñaki Gabilondo, madre Teresa de Calcuta del progresismo político patrio: “Nos interesa que haya tensión”.  Traduzco: Debemos sembrar odio, transformar en enemigo al rival, eliminarlo de la faz política. El río de la democracia de 1977, de la Constitución de 1978, ha desembocado en el mar del odio. Los hinchas, “hooligan”, de los partidos políticos, preparados para un partido a cara de perro, a muerte. La nieve negra de la política española, un oxímoron de una democracia purulenta, vírica, en quiebra.

Eugenio-Jesús de Ávila

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