COSAS MÍAS
Cencellada, semen de niebla
La niebla eyacula cencellada en Zamora. La niebla ama tanto a esta ciudad que alcanza el éxtasis, precipitándose en manto blanco, en leche de agua sobre jardines, árboles y barandillas de balconadas. La naturaleza también ama, pero de una manera distinta a los humanos, que, con insistencia, la castigan en nombre de un progreso reaccionario.
Este bebé que aún es enero se alimenta de cencellada. Las aguas del Duero debaten con la niebla sobre el futuro de Zamora. El río ha pedido a la autoridad cultural que su amante hidalgo, el viejo puente medieval, se restaure, porque desea que le haga el amor con sus manos de piedra y sus ojos románicos, como viene haciéndolo durante siglos sobre el húmedo lecho de la historia.
En esta ciudad-pretérito, el frío nos ama tanto que nos besa los huesos con sus labios húmedos, carne de nube, para que sintamos en el umbral del alma el sabor de su saliva, vapor de agua, ternura de hidrógeno y oxígeno, cópulas de invierno, esencia de ucronía, de lo que pudo ser, lluvia y no fue.
La seña bermeja, que adorna el balcón de El Día de Zamora, luce sus ocho jirones rojos y el verde católico con ese toque aristocrático de la noble cencellada, desde que el 2020 nació de un parto de niebla. Los colores del emblema zamorano se recogen sobre sí mismos, para arroparse frente al frío hasta crear una paleta de sangre y esperanza.
Nuestra bandera sueña con los trinos de las avecillas, que ahora abandonaron nuestro árbol, triste de nidos vacíos, de ramas secas, de sol de invierno.
Eugenio-Jesús de Ávila
La niebla eyacula cencellada en Zamora. La niebla ama tanto a esta ciudad que alcanza el éxtasis, precipitándose en manto blanco, en leche de agua sobre jardines, árboles y barandillas de balconadas. La naturaleza también ama, pero de una manera distinta a los humanos, que, con insistencia, la castigan en nombre de un progreso reaccionario.
Este bebé que aún es enero se alimenta de cencellada. Las aguas del Duero debaten con la niebla sobre el futuro de Zamora. El río ha pedido a la autoridad cultural que su amante hidalgo, el viejo puente medieval, se restaure, porque desea que le haga el amor con sus manos de piedra y sus ojos románicos, como viene haciéndolo durante siglos sobre el húmedo lecho de la historia.
En esta ciudad-pretérito, el frío nos ama tanto que nos besa los huesos con sus labios húmedos, carne de nube, para que sintamos en el umbral del alma el sabor de su saliva, vapor de agua, ternura de hidrógeno y oxígeno, cópulas de invierno, esencia de ucronía, de lo que pudo ser, lluvia y no fue.
La seña bermeja, que adorna el balcón de El Día de Zamora, luce sus ocho jirones rojos y el verde católico con ese toque aristocrático de la noble cencellada, desde que el 2020 nació de un parto de niebla. Los colores del emblema zamorano se recogen sobre sí mismos, para arroparse frente al frío hasta crear una paleta de sangre y esperanza.
Nuestra bandera sueña con los trinos de las avecillas, que ahora abandonaron nuestro árbol, triste de nidos vacíos, de ramas secas, de sol de invierno.
Eugenio-Jesús de Ávila
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