Jueves, 27 de Noviembre de 2025

Nélida L. Del Estal Sastre
Viernes, 15 de Enero de 2021
CON LOS CINCO SENTIDOS

Corazón y razón

 [Img #48373] Se me congeló el corazón. Lo dejé al abrigo de la esquina de mi alféizar y el frío lo hizo prisionero. Salí a la ventana esta mañana y me lo encontré aterido y mortecino, como un pajarillo enfermo que te mira suplicante, pero no trina. Lo cogí con delicadeza  entre mis temblorosas manos y lo cubrí con un trozo de locura. Sé que la locura calienta el alma  y la busqué dentro de mi memoria para insuflar oxígeno a ese órgano vital. El tiempo corría en mi contra, ya lo barruntaba desde la noche…Algo no iba bien. Si dejo morir a mi corazón, de mí no quedará nada. Sólo un trozo de carne y huesos entumecidos, gélidos y glaciales. 

 

   El pesado e irrespirable aire de la madrugada dejó mi corazón ahí, en esa esquina de mi vida. Solitario, palpitante y desconcertado ante el abandono de su dueña, ante su desdén. Lo dejé en la calle para irme a dormir sin pesares. A veces, muchas, he intentado hacer lo mismo con mi cerebro, pero mi cerebro se niega a ser abandonado y reclama una posición predominante en la escena de mi existencia mortal. Con el corazón me resultó más fácil, es afable y bondadoso. No se queja mucho si no se conecta con la mente; vuela libre y olvida si es menester olvidar y continuar al día siguiente como si nada hubiese acontecido, o al menos, nada de importancia sustancial. Olvida. Punto. Sólo goza, ama, odia y, después, olvida.  

 

   Pero resulta que no recordé que sin corazón no hay vida posible, que por mucho que el cerebro se te imponga y se rebele, el cerebro no te da el calor que necesitas para que fluya la sangre por tus arterias y caliente tu cuerpo. El cerebro es el director de la orquesta corporal, ordena y manda, nada se hace bien o mal sin su anuencia. Pero dejé solo a mi corazón como si hubiese dejado sin cuerdas al órgano de la catedral de mi cuerpo. No hay música, ni sintonía, no hay ritmo ni cadencia. No puedo pensar sin esa melodía diaria que me martiriza, pero me convierte en humana. Voy tarde ya. Dejé mi corazón demasiadas horas a la intemperie y la helada lo ha petrificado. Me temo que no me queda mucho. Lo beso, lo arropo, le hago arrumacos de abuela consentidora a un pajarillo que yace casi inerte. 

 

   Siento que mi sangre se coagula, que ya no circula con fluidez por los caminos y las sendas que conocía por inercia. Hago un último intento con el hálito caliente que despide mi garganta. Ya es tarde. Caigo de bruces en la antesala de mi fin. No debí dejar un corazón como el mío al frío de la medianoche. Un corazón tan inocente no se puede abandonar en mitad de la nada para que se lo lleve cualquiera. Esta vez, no se lo llevó nadie, se quedó quieto sin mando,  a la espera de ser recogido a tiempo. No pudo ser. 

Nélida L. del Estal  Sastre 

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