CON LOS CINCO SENTIDOS
Escribir casi sin querer
Cada vez tengo menos ganas de escribir. Eso no es normal en mí, que siempre me encuentro dispuesta a plantarme delante de mi portátil, o del pc, con mis ágiles dedos, desgraciadamente, más lentos que mis pensamientos, para incrustar la tinta que invade mi cerebro en la piel y el papel de un diario digital. Cada día, desde hace años, por inercia, por devoción, por amor a las letras y a las historias, reales o inventadas (nunca lo sabréis), no paro de escribir. Para mí, para mis amigos, para un libro en ciernes, para un periódico…Para todo aquel que encuentre un pedazo de ser en alguno de mis renglones y se identifique con su contenido, o se emocione, o me odie, o me ame…Vaya usted a saber.
Pienso deprisa, muy deprisa. De pequeña, mi padre, me miraba cuando le hablaba y me decía "para! piensa, para!!" No se me entendía al hablar, lo hacía tan rápido que parecía un galimatías todo lo que salía desde mis labios, esas puertas de mi alma tormentosa. Pero me cuesta hablar y pensar despacio; pienso más rápido que escribo y se me escapan ideas estupendas por no poder plasmarlas en el mismo momento en el que se me ocurren. Por esa razón, hace ya años, utilizo una grabadora que llevo conmigo a todas partes. A todas, os lo aseguro. Nunca sabes en qué lugar o en qué circunstancia se te podrá ocurrir algo genuino o demencial. Da igual. Puede ser maravillosamente conmovedor o una auténtica basura.
Me aturullaba de pequeña, decían que era por mi hiperactividad, pero no tenía problema alguno en los estudios, sencillamente me aburría. Eso era todo. Mi imaginación volaba de una palabra hacia otra, saltando como si estrenara zapatillas nuevas de ballet a cada instante trepando de nube en nube, cada vez a más altura. Mente inquieta, mente molesta. Mi infancia no fue un camino de rosas precisamente, pero eso es otra historia que poco o nada tiene que ver con la prisa que se agarra a mis neuronas como una inmunda y jodida garrapata.
Cada vez tengo menos ganas de escribir y eso, para alguien como yo, es el comienzo de una enfermedad. Me levanto por las mañanas con el pesar de comenzar un día idéntico al anterior que, a su vez, también es idéntico a los que lo antecedieron. Escribir, leer, hacer cosas en casa y alguna fuera, en horario restringido por Decreto. Volver a casa, ponerme ropa cómoda, cenar, escribir e irme a dormir a horas absurdas; unos días a la hora de la cenicienta, por aburrimiento vital, otros a las tantas, exactamente por la misma razón.
Calendario de menú semanal, para no repetir hidratos y llevar una dieta saludable. No tocar, no sentir, no amar por fuera, sólo hacia dentro, como si sólo se nos permitiera la masturbación física y mental, también por Decreto.
Quiero escribir, pero se me van las ganas. Se me pierden en las miradas que ya no percibo, en los perfumes que ya no me llegan, en las manos que ya no mesan mis largos y ondulados cabellos. En los labios que ya no me besan y en los brazos que no se atan a mi cintura para amarrarme y derramar amor.
Quiero escribir, pero ya no siento tus latidos ni el calor de tus palabras. Estás tan lejos, y tan cerca, que mi situación es de un surrealismo extremo, rayano en la turbulencia mental.
Quiero escribir…Estoy escribiendo. ¿No lo veis?
Nélida L. del Estal Sastre
P.D: La ilustración de mi artículo de hoy es el cuadro “La persistencia de la Memoria” del gran Salvador Dalí.
Cada vez tengo menos ganas de escribir. Eso no es normal en mí, que siempre me encuentro dispuesta a plantarme delante de mi portátil, o del pc, con mis ágiles dedos, desgraciadamente, más lentos que mis pensamientos, para incrustar la tinta que invade mi cerebro en la piel y el papel de un diario digital. Cada día, desde hace años, por inercia, por devoción, por amor a las letras y a las historias, reales o inventadas (nunca lo sabréis), no paro de escribir. Para mí, para mis amigos, para un libro en ciernes, para un periódico…Para todo aquel que encuentre un pedazo de ser en alguno de mis renglones y se identifique con su contenido, o se emocione, o me odie, o me ame…Vaya usted a saber.
Pienso deprisa, muy deprisa. De pequeña, mi padre, me miraba cuando le hablaba y me decía "para! piensa, para!!" No se me entendía al hablar, lo hacía tan rápido que parecía un galimatías todo lo que salía desde mis labios, esas puertas de mi alma tormentosa. Pero me cuesta hablar y pensar despacio; pienso más rápido que escribo y se me escapan ideas estupendas por no poder plasmarlas en el mismo momento en el que se me ocurren. Por esa razón, hace ya años, utilizo una grabadora que llevo conmigo a todas partes. A todas, os lo aseguro. Nunca sabes en qué lugar o en qué circunstancia se te podrá ocurrir algo genuino o demencial. Da igual. Puede ser maravillosamente conmovedor o una auténtica basura.
Me aturullaba de pequeña, decían que era por mi hiperactividad, pero no tenía problema alguno en los estudios, sencillamente me aburría. Eso era todo. Mi imaginación volaba de una palabra hacia otra, saltando como si estrenara zapatillas nuevas de ballet a cada instante trepando de nube en nube, cada vez a más altura. Mente inquieta, mente molesta. Mi infancia no fue un camino de rosas precisamente, pero eso es otra historia que poco o nada tiene que ver con la prisa que se agarra a mis neuronas como una inmunda y jodida garrapata.
Cada vez tengo menos ganas de escribir y eso, para alguien como yo, es el comienzo de una enfermedad. Me levanto por las mañanas con el pesar de comenzar un día idéntico al anterior que, a su vez, también es idéntico a los que lo antecedieron. Escribir, leer, hacer cosas en casa y alguna fuera, en horario restringido por Decreto. Volver a casa, ponerme ropa cómoda, cenar, escribir e irme a dormir a horas absurdas; unos días a la hora de la cenicienta, por aburrimiento vital, otros a las tantas, exactamente por la misma razón.
Calendario de menú semanal, para no repetir hidratos y llevar una dieta saludable. No tocar, no sentir, no amar por fuera, sólo hacia dentro, como si sólo se nos permitiera la masturbación física y mental, también por Decreto.
Quiero escribir, pero se me van las ganas. Se me pierden en las miradas que ya no percibo, en los perfumes que ya no me llegan, en las manos que ya no mesan mis largos y ondulados cabellos. En los labios que ya no me besan y en los brazos que no se atan a mi cintura para amarrarme y derramar amor.
Quiero escribir, pero ya no siento tus latidos ni el calor de tus palabras. Estás tan lejos, y tan cerca, que mi situación es de un surrealismo extremo, rayano en la turbulencia mental.
Quiero escribir…Estoy escribiendo. ¿No lo veis?
Nélida L. del Estal Sastre
P.D: La ilustración de mi artículo de hoy es el cuadro “La persistencia de la Memoria” del gran Salvador Dalí.






























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