ME QUEDA LA PALABRA
El Día de Zamora no se pone la "mascarilla"
Escribió Ortega y Gasset, en las Meditaciones de Don Quijote, aquello de que “yo soy yo y mi circunstancia”. Ahora, jugando con el aserto filosófico del autor de “La rebelión de las masas”, puedo expresar que yo ya no sé si soy yo, porque mi circunstancia se llama pandemia vírica desde el 14 de marzo de 2020. Desde entonces, confieso que me he perdido, pero no tengo ni ganas de encontrarme. Sigo amando a una mujer, pero apenas puedo disfrutar de su belleza, ni de su voz, ni de la simetría de su rostro. También conservo buenos amigos, pero nos los percibo, no los abrazo, nos les doy la mano, no los toco. Si ya le han colocado mascarilla a la poesía, a la hermosura, al deseo, cómo vivir así, de esta manera tan paupérrima, una muerte viva o una vida muerta.
Nos ha robado el placer, la sonrisa del alma, que anida en la comisura de los labios. Nos han secuestrado la alegría en el zulo de la tristeza. Nos han pintado el color verde de la esperanza con el luto del carbón, llanto de la tierra. Éramos un animal lúdico. Eso nos distinguía de nuestros parientes biológicos. Ya somos un animal que llora, que no comparte ni palabras, ni espacios, ni sueños. Nos han cerrado bares, cafeterías y restaurantes, porque no quieren que hablemos del poder, que no critiquemos a esta dictadura política, que nos vacunemos contra la libertad, que nos acostumbremos a vivir sin voz, sin palabra, sin aliento.
Ahora bien, esta nueva edición de El Día de Zamora no se ha puesto mascarilla: saldrá a la calle sin cerrar los labios, miles de palabras galoparán en los corceles de sus 24 páginas, montadas por la sintaxis, a la búsqueda del lector libre, del lector amante, del lector poeta. ¡Cuánto amor nos ha robado la política!
Eugenio-Jesús de Ávila
Escribió Ortega y Gasset, en las Meditaciones de Don Quijote, aquello de que “yo soy yo y mi circunstancia”. Ahora, jugando con el aserto filosófico del autor de “La rebelión de las masas”, puedo expresar que yo ya no sé si soy yo, porque mi circunstancia se llama pandemia vírica desde el 14 de marzo de 2020. Desde entonces, confieso que me he perdido, pero no tengo ni ganas de encontrarme. Sigo amando a una mujer, pero apenas puedo disfrutar de su belleza, ni de su voz, ni de la simetría de su rostro. También conservo buenos amigos, pero nos los percibo, no los abrazo, nos les doy la mano, no los toco. Si ya le han colocado mascarilla a la poesía, a la hermosura, al deseo, cómo vivir así, de esta manera tan paupérrima, una muerte viva o una vida muerta.
Nos ha robado el placer, la sonrisa del alma, que anida en la comisura de los labios. Nos han secuestrado la alegría en el zulo de la tristeza. Nos han pintado el color verde de la esperanza con el luto del carbón, llanto de la tierra. Éramos un animal lúdico. Eso nos distinguía de nuestros parientes biológicos. Ya somos un animal que llora, que no comparte ni palabras, ni espacios, ni sueños. Nos han cerrado bares, cafeterías y restaurantes, porque no quieren que hablemos del poder, que no critiquemos a esta dictadura política, que nos vacunemos contra la libertad, que nos acostumbremos a vivir sin voz, sin palabra, sin aliento.
Ahora bien, esta nueva edición de El Día de Zamora no se ha puesto mascarilla: saldrá a la calle sin cerrar los labios, miles de palabras galoparán en los corceles de sus 24 páginas, montadas por la sintaxis, a la búsqueda del lector libre, del lector amante, del lector poeta. ¡Cuánto amor nos ha robado la política!
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