RES PÚBLICA
Política e hipocresía: o como convertir la falacia en verdad
Hay gente que está viva, pero ignora que vive muerta, como gente de izquierdas que no sabe que se comporta como un burgués lígrimo sin ponerse colorada. Eso le sucede al matrimonio que disfruta de una gran mansión en Galapagar, solo posible de adquirir por la clase superior. Aquí, en Zamora, hay gente de izquierdas que se comporta como es menester a esa fe, religión e ideología. Pongamos Francisco Guarido, nuestro alcalde. Es humano, comete errores, como usted y yo, porque no somos perfectos, más bien mortales, en potencia, pues, de cualquier cosa fea; pero, en general, vive de acuerdo a unos principios, que, traducido, significa no traicionarse a sí mismo, no decir una cosa y hacer la contraria.
Un servidor, cuando era de izquierdas, pues durante el finiquito del franquisto y hasta la llegada y ejercicio del PSOE en el poder, por cierto, partido del que no conocí militante alguno durante mis años de universitario en Madrid, vivía de acuerdo a aquella fe. Odiaba a los de Fuerza Nueva y AP. No sabía nada de liberalismo, ni de qué significaba ser de derechas, y leía librotes de Marx que no siempre entendía, de marxianos, siempre extranjeros, y de todo lo que cayese delante de mis ojos sobre el comunismo y sus hijos y el anarquismo. Adoraba a Bakunin y Kropotkin, y, por supuesto a Trotski. También me creí que la II República fue la arcadia de la libertad, la Atenas de Pericles y su esposa Aspasia. Incluso estudié a fondo, toda una asignatura, al POUM. Entonces ya me mosqueé con el comunismo, porque a su líder, Andreu Nin, que había vivido en Rusia durante el proceso revolucionario, lo torturaron, lo llegaron a despellejar, en una Checa comunista, estalista, de Madrid. Más y más lecturas me descubrieron que el comunismo es la ideología, la religión, la fe que más daño ha causado al género humano. Hambrunas y genocidios jalonan su historia. Documentada. No imaginada.
Con el tiempo fui leyendo más y más. La experiencia retiró el velo de Isis. Descubrí la verdad, la gran mascarada, el fin de una ilusión. Para acabar con mi izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, como definió Lenin, con mi concepto de lo que era ser de izquierdas, nada tan esclarecedor como el felipismo y su práctica de la política.
Toda puta mentira. La Fe. No la razón. Pero esa religión, como todas, todavía sigue engañando al personal. ¡Cómo se puede votar a quién hace lo contrario de lo que predica, a quien ingiere vino en secreto y en público exige beber agua; a quién vive como un burgués acrisolado después de haber criticado a esa clase social y apostado por la dictadura del proletariado, a quién criticó el nepotismo y se convierte en maestro del enchufe!
Hay hombres con personalidad que denuncian el engaño y la mentira, que solo se fían de los hechos, jamás de las palabras. Hay hombres con tendencia al gregarismo, a transformarse en redil, a digerir embustes y metabolizarlos, que repelen la verdad, porque derrumba todo su edificio de creencias, su esencia vital, una fe.. De este rebaño humano, viven los jetas de la política, los caraduras de la res pública, los apóstoles de la hipocresía. Ovejas que ríen y pastan en el abrevadero de la falacia.
Eugenio-Jesús de Ávila
Hay gente que está viva, pero ignora que vive muerta, como gente de izquierdas que no sabe que se comporta como un burgués lígrimo sin ponerse colorada. Eso le sucede al matrimonio que disfruta de una gran mansión en Galapagar, solo posible de adquirir por la clase superior. Aquí, en Zamora, hay gente de izquierdas que se comporta como es menester a esa fe, religión e ideología. Pongamos Francisco Guarido, nuestro alcalde. Es humano, comete errores, como usted y yo, porque no somos perfectos, más bien mortales, en potencia, pues, de cualquier cosa fea; pero, en general, vive de acuerdo a unos principios, que, traducido, significa no traicionarse a sí mismo, no decir una cosa y hacer la contraria.
Un servidor, cuando era de izquierdas, pues durante el finiquito del franquisto y hasta la llegada y ejercicio del PSOE en el poder, por cierto, partido del que no conocí militante alguno durante mis años de universitario en Madrid, vivía de acuerdo a aquella fe. Odiaba a los de Fuerza Nueva y AP. No sabía nada de liberalismo, ni de qué significaba ser de derechas, y leía librotes de Marx que no siempre entendía, de marxianos, siempre extranjeros, y de todo lo que cayese delante de mis ojos sobre el comunismo y sus hijos y el anarquismo. Adoraba a Bakunin y Kropotkin, y, por supuesto a Trotski. También me creí que la II República fue la arcadia de la libertad, la Atenas de Pericles y su esposa Aspasia. Incluso estudié a fondo, toda una asignatura, al POUM. Entonces ya me mosqueé con el comunismo, porque a su líder, Andreu Nin, que había vivido en Rusia durante el proceso revolucionario, lo torturaron, lo llegaron a despellejar, en una Checa comunista, estalista, de Madrid. Más y más lecturas me descubrieron que el comunismo es la ideología, la religión, la fe que más daño ha causado al género humano. Hambrunas y genocidios jalonan su historia. Documentada. No imaginada.
Con el tiempo fui leyendo más y más. La experiencia retiró el velo de Isis. Descubrí la verdad, la gran mascarada, el fin de una ilusión. Para acabar con mi izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, como definió Lenin, con mi concepto de lo que era ser de izquierdas, nada tan esclarecedor como el felipismo y su práctica de la política.
Toda puta mentira. La Fe. No la razón. Pero esa religión, como todas, todavía sigue engañando al personal. ¡Cómo se puede votar a quién hace lo contrario de lo que predica, a quien ingiere vino en secreto y en público exige beber agua; a quién vive como un burgués acrisolado después de haber criticado a esa clase social y apostado por la dictadura del proletariado, a quién criticó el nepotismo y se convierte en maestro del enchufe!
Hay hombres con personalidad que denuncian el engaño y la mentira, que solo se fían de los hechos, jamás de las palabras. Hay hombres con tendencia al gregarismo, a transformarse en redil, a digerir embustes y metabolizarlos, que repelen la verdad, porque derrumba todo su edificio de creencias, su esencia vital, una fe.. De este rebaño humano, viven los jetas de la política, los caraduras de la res pública, los apóstoles de la hipocresía. Ovejas que ríen y pastan en el abrevadero de la falacia.
Eugenio-Jesús de Ávila































Carlos Pérez | Sábado, 06 de Febrero de 2021 a las 20:30:29 horas
Qué razón tienes.
Son capaces de inventarse un 15 m y luego irse a Galapagar, demostrando tener una mandíbula granítica. Los imbéciles que durmieron al raso en esa época, auténticos tontos útiles les siguen idolatrando. Debe ser algo parecido a enamorarse del mengue.
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