HABLEMOS
Impostura liberal
Carlos Domínguez
Fue en el mundo anglosajón donde cristalizaron las esencias del parlamentarismo, así como las de unos derechos cívicos que, bajo el principio garantista del Rule of law, constituyen junto a las Declaraciones de esa misma tradición la clave de bóveda de la democracia moderna, aun en sus muchas imperfecciones. Y precisamente en el mundo anglosajón no hay duda sobre la diferencia que media entre conservadurismo y liberalismo. De hecho, acudiendo al modelo estadounidense, uno y otro resultan antitéticos, con el conservadurismo erigido en seña de identidad del partido republicano, mientras el liberalismo lo es del partido demócrata con sus políticas intervencionistas, cercanas, allí siempre con matices, a las socialdemócratas que se practican indistintamente a este lado del Atlántico, en un escenario continental.
El liberalismo padeció desde su origen una lamentable indefinición, incurriendo en una mitomanía proclive en la práctica a excesos genocidas ignorados por el buenismo hipócrita de que han hecho gala sus propagandistas, ignaros tanto en materia histórica como doctrinal. Las masacres del año II de la República en plena Revolución francesa, aquello que un comunista como Sartre justificó en su infame “Crítica de la razón dialéctica” haciendo apología del principio de la “fraternidad terror”, son corolario directo de la Ilustración, así como del tan admirado y no menos cacareado Siglo de las Luces. Enciclopedia y crimen a la par, culminando por vía del Rousseau panfletario en la dialéctica marxista del puño en alto y la democracia popular, con sus genuinos métodos de checa y gulag.
El conservadurismo, en cambio, ha decantado en el ámbito anglosajón como realidad cotidiana antes que como especulación ideológica o mero economicismo, implicado en la defensa del individuo y sus derechos, comenzando por el de propiedad. Dentro de un proceso de naturaleza empírica, el conservadurismo definió por vía legislativa y de la acción política, a veces también de gobierno, los grandes ejes de un ideario con personalidad propia, ajeno al curso errático del liberalismo acomodaticio y ayuno de valores firmes. Por citar un ejemplo, ¿qué supone la fantasmagoría “liberal” de los derechos humanos, en la actualidad ariete ideológico del viejo internacionalismo comunista, más allá de lo que tienen de ataque a unos derechos que, precisamente en la tradición anglosajona del Rule of law, lo fueron del ciudadano común frente al despotismo del poder, bajo la más ignominiosa de sus formas? Ni más ni menos aquella disfrazada de voluntad general y democracia popular, cuya malignidad descubriera Tocqueville en las páginas insignes de “La democracia en América”.
Fue en el mundo anglosajón donde cristalizaron las esencias del parlamentarismo, así como las de unos derechos cívicos que, bajo el principio garantista del Rule of law, constituyen junto a las Declaraciones de esa misma tradición la clave de bóveda de la democracia moderna, aun en sus muchas imperfecciones. Y precisamente en el mundo anglosajón no hay duda sobre la diferencia que media entre conservadurismo y liberalismo. De hecho, acudiendo al modelo estadounidense, uno y otro resultan antitéticos, con el conservadurismo erigido en seña de identidad del partido republicano, mientras el liberalismo lo es del partido demócrata con sus políticas intervencionistas, cercanas, allí siempre con matices, a las socialdemócratas que se practican indistintamente a este lado del Atlántico, en un escenario continental.
El liberalismo padeció desde su origen una lamentable indefinición, incurriendo en una mitomanía proclive en la práctica a excesos genocidas ignorados por el buenismo hipócrita de que han hecho gala sus propagandistas, ignaros tanto en materia histórica como doctrinal. Las masacres del año II de la República en plena Revolución francesa, aquello que un comunista como Sartre justificó en su infame “Crítica de la razón dialéctica” haciendo apología del principio de la “fraternidad terror”, son corolario directo de la Ilustración, así como del tan admirado y no menos cacareado Siglo de las Luces. Enciclopedia y crimen a la par, culminando por vía del Rousseau panfletario en la dialéctica marxista del puño en alto y la democracia popular, con sus genuinos métodos de checa y gulag.
El conservadurismo, en cambio, ha decantado en el ámbito anglosajón como realidad cotidiana antes que como especulación ideológica o mero economicismo, implicado en la defensa del individuo y sus derechos, comenzando por el de propiedad. Dentro de un proceso de naturaleza empírica, el conservadurismo definió por vía legislativa y de la acción política, a veces también de gobierno, los grandes ejes de un ideario con personalidad propia, ajeno al curso errático del liberalismo acomodaticio y ayuno de valores firmes. Por citar un ejemplo, ¿qué supone la fantasmagoría “liberal” de los derechos humanos, en la actualidad ariete ideológico del viejo internacionalismo comunista, más allá de lo que tienen de ataque a unos derechos que, precisamente en la tradición anglosajona del Rule of law, lo fueron del ciudadano común frente al despotismo del poder, bajo la más ignominiosa de sus formas? Ni más ni menos aquella disfrazada de voluntad general y democracia popular, cuya malignidad descubriera Tocqueville en las páginas insignes de “La democracia en América”.


























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