ZAMORANA
La despoblación otra afrenta que no se remedia
Suelo llamar por teléfono a la escasa familia que queda en mi viejo pueblo, Castronuevo, para saber cómo están y, cuando les pregunto si hay alguna novedad por allí, la respuesta siempre es la misma:
- “¡Qué ha de haber, si quedamos cuatro y no nos vemos! El café está cerrado y los pocos que seguimos aquí ni salimos a la calle. Esto está más muerto que nunca”.
Tengo que reconocer que cada vez que escucho estas palabras, las mismas de siempre, se me hiela la sonrisa, tal vez porque espero un milagro, una esperanza, un poco de optimismo; pero cierto es que resulta muy difícil ser optimistas cuando ves que tu pueblo se va vaciando, que se cierra el comercio, la farmacia, el bar, la iglesia -solo abierta el ratito de culto porque el cura tiene que decir misa en los pueblos aledaños y su tiempo es escaso-, que ya no hay médico ni practicante y que, en caso de urgencia sanitaria, hay que trasladarse hasta otro pueblo donde, si no pueden tratarte, continuará el periplo hasta llegar a Zamora para ser atendido en el hospital.
Esta dejadez histórica, este abandono ancestral de pueblos pequeños como el mío, ya no importa a nadie y sus pocos habitantes se consumen poco a poco con la resignación que siempre les ha caracterizado. Muchos jóvenes se fueron en su día a la capital para estudiar y allí se quedaron, y sus padres a medida que se hacían mayores abandonaron sus casas para ir junto a los hijos a Zamora y vivir con más comodidades; así que Zamora ha pasado a ser un pueblo grande habitado por diversas gentes de pueblos pequeños.
Estamos viendo que la historia tiene visos de repetirse también en la ciudad porque muchos vuelven a marcharse hartos de no tener un futuro, de ver como se cierran comercios, de la desprotección de los autónomos, de las muchas dificultades para emprender un negocio y -de nuevo- la dejadez histórica de las instituciones, desde la mal denominada comunidad castellano leonesa, que solo tiene ojos para Valladolid, su sede, al gobierno central: desaparecido y ausente para temas tan acuciantes como gestionar la crisis sanitaria y social que la pandemia ha traído consigo y, desde luego, ajeno y desinteresado por problemas como éste, que pasarán factura al país en breve.
Tan solo ha salido a la palestra alguna idea procedente de pueblos o aldeas pequeñas para combatir la despoblación rural favoreciendo a las familias que se asienten allí. Asimismo, han surgido plataformas: “G-100”, “Proyecto Arraigo Rural”, “Comarkup”, “Vente a vivir a un pueblo”… y muchas otras, con la intención de evitar el vaciamiento de sus pueblos.
Pese a que todas las propuestas son válidas, las ideas sencillas y la voluntad manifiesta, es preciso una fuerte inversión por parte del gobierno para que ese “Plan estatal para la repoblación de España” impulsado por la FEMP se materialice cuanto antes y puedan activarse las iniciativas contra el avance del desierto demográfico en el país. No nos podemos permitir que siga transcurriendo el tiempo y que casas, escuelas e iglesias se derrumben, dejando una estampa de miseria y abandono en los pueblos que a nadie resulta atractivo.
Lo mismo vale también para las ciudades pequeñas que van despoblándose y que son muchas, Zamora es una de las más desafortunadas. Esos proyectos de ayuda y mejora que, espero y reitero se materialicen cuanto antes, han de poner en valor el potencial de ciudades con encanto, con cantidad de bienes culturales e históricos que no podemos permitir sigan el camino de tantos pueblos diseminados por la provincia, que han quedado reducidos a la nada.
Ojalá conociera la solución para quitar las orejeras que impiden escuchar a los poderes públicos lo que es ya un clamor social desde hace años. Estamos condenando a este país a la decadencia social, a la pérdida de identidad rural, a la privación del conocimiento de una existencia que formó parte de muchas generaciones y lo que somos ahora de ellas ha dependido; todo el acervo cultural, las tradiciones, los usos, el léxico, la forma de vida de entonces… no puede perderse por la desidia de gobiernos municipales, locales, autonómicos y estatales, porque de ellos depende la rehabilitación de su memoria; a ellos les corresponde velar para que pueblos y ciudades pequeñas no desaparezcan y a esos poderes públicos les exigiremos respuestas mientras insistimos una vez más en que sean sensibles a este drama de la despoblación que cada día es más acuciante.
Mª Soledad Martín Turiño
Suelo llamar por teléfono a la escasa familia que queda en mi viejo pueblo, Castronuevo, para saber cómo están y, cuando les pregunto si hay alguna novedad por allí, la respuesta siempre es la misma:
- “¡Qué ha de haber, si quedamos cuatro y no nos vemos! El café está cerrado y los pocos que seguimos aquí ni salimos a la calle. Esto está más muerto que nunca”.
Tengo que reconocer que cada vez que escucho estas palabras, las mismas de siempre, se me hiela la sonrisa, tal vez porque espero un milagro, una esperanza, un poco de optimismo; pero cierto es que resulta muy difícil ser optimistas cuando ves que tu pueblo se va vaciando, que se cierra el comercio, la farmacia, el bar, la iglesia -solo abierta el ratito de culto porque el cura tiene que decir misa en los pueblos aledaños y su tiempo es escaso-, que ya no hay médico ni practicante y que, en caso de urgencia sanitaria, hay que trasladarse hasta otro pueblo donde, si no pueden tratarte, continuará el periplo hasta llegar a Zamora para ser atendido en el hospital.
Esta dejadez histórica, este abandono ancestral de pueblos pequeños como el mío, ya no importa a nadie y sus pocos habitantes se consumen poco a poco con la resignación que siempre les ha caracterizado. Muchos jóvenes se fueron en su día a la capital para estudiar y allí se quedaron, y sus padres a medida que se hacían mayores abandonaron sus casas para ir junto a los hijos a Zamora y vivir con más comodidades; así que Zamora ha pasado a ser un pueblo grande habitado por diversas gentes de pueblos pequeños.
Estamos viendo que la historia tiene visos de repetirse también en la ciudad porque muchos vuelven a marcharse hartos de no tener un futuro, de ver como se cierran comercios, de la desprotección de los autónomos, de las muchas dificultades para emprender un negocio y -de nuevo- la dejadez histórica de las instituciones, desde la mal denominada comunidad castellano leonesa, que solo tiene ojos para Valladolid, su sede, al gobierno central: desaparecido y ausente para temas tan acuciantes como gestionar la crisis sanitaria y social que la pandemia ha traído consigo y, desde luego, ajeno y desinteresado por problemas como éste, que pasarán factura al país en breve.
Tan solo ha salido a la palestra alguna idea procedente de pueblos o aldeas pequeñas para combatir la despoblación rural favoreciendo a las familias que se asienten allí. Asimismo, han surgido plataformas: “G-100”, “Proyecto Arraigo Rural”, “Comarkup”, “Vente a vivir a un pueblo”… y muchas otras, con la intención de evitar el vaciamiento de sus pueblos.
Pese a que todas las propuestas son válidas, las ideas sencillas y la voluntad manifiesta, es preciso una fuerte inversión por parte del gobierno para que ese “Plan estatal para la repoblación de España” impulsado por la FEMP se materialice cuanto antes y puedan activarse las iniciativas contra el avance del desierto demográfico en el país. No nos podemos permitir que siga transcurriendo el tiempo y que casas, escuelas e iglesias se derrumben, dejando una estampa de miseria y abandono en los pueblos que a nadie resulta atractivo.
Lo mismo vale también para las ciudades pequeñas que van despoblándose y que son muchas, Zamora es una de las más desafortunadas. Esos proyectos de ayuda y mejora que, espero y reitero se materialicen cuanto antes, han de poner en valor el potencial de ciudades con encanto, con cantidad de bienes culturales e históricos que no podemos permitir sigan el camino de tantos pueblos diseminados por la provincia, que han quedado reducidos a la nada.
Ojalá conociera la solución para quitar las orejeras que impiden escuchar a los poderes públicos lo que es ya un clamor social desde hace años. Estamos condenando a este país a la decadencia social, a la pérdida de identidad rural, a la privación del conocimiento de una existencia que formó parte de muchas generaciones y lo que somos ahora de ellas ha dependido; todo el acervo cultural, las tradiciones, los usos, el léxico, la forma de vida de entonces… no puede perderse por la desidia de gobiernos municipales, locales, autonómicos y estatales, porque de ellos depende la rehabilitación de su memoria; a ellos les corresponde velar para que pueblos y ciudades pequeñas no desaparezcan y a esos poderes públicos les exigiremos respuestas mientras insistimos una vez más en que sean sensibles a este drama de la despoblación que cada día es más acuciante.
Mª Soledad Martín Turiño


























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