Viernes, 28 de Noviembre de 2025

Eugenio de Ávila
Martes, 23 de Febrero de 2021
REPÚBLICO

Memoria, un poco de historia y mi hipótesis sobre 23 de febrero de 1981

[Img #50004]23 de febrero de 1981. Tengo memoria de aquella tarde, de aquella noche y de la mañana del 24 del segundo mes deL año. Después leí libros de historia sobre aquella primera intentona de golpe de Estado. La memoria histórica es un oxímoron.

 

Entonces un servidor, un joven idealista,  presumía de ser muy de izquierdas, una especie de anarco-trotskista, y  me comportaba como un izquierdista rabioso. Un descerebrado. Tenía poca experiencia de la vida, si bien ya era padre de dos preciosas niñas rubias que, cuando crecieron, demostraron ser mucho más inteligentes que su progenitor.

 

Aquella tarde del 23 de febrero, como ya era un zoon politikon, un hombre político, estaba escuchando la radio, en concreto, la cadena SER, porque la democracia española, aún tan tierna, se jugaba mucho en aquella sesión en el Congreso de los Diputados. Me estaba afeitando en el cuarto de baño, cuando  escuché en la emisora que unos guardias civiles, mandados por un teniente coronel, un tal Tejero, con tricornio,  daba voces -"¡Se siénten, coño!"- y sus subordinados disparaban  una serie de ráfagas al techo. Instintivamente, cerré el puño  y canté las primeras estrofas de La Internacional -yo entonces era un paria- y abracé a mi entonces esposa. Me emocioné.

 

Después de arreglarme me fui al trabajo con mi pequeño transistor. Las calles de Zamora mantenían la calma de siempre. No contemplé alboroto alguno. Llegué a mi centro de trabajo, que, por cierto, no se cerró. Un compañero, con gracia impropia para la ocasión, con una sonrisa ridícula, con sorna,  me preguntó: "¿No te vas a Portugal antes de que cierren la frontera?"

 

A lo que voy para situar aquella tarde noche.  De hecho, la gente, unos cuantos centenares, siguió entrando en aquella sala  con el objetivo de divertirse. De vez en cuando, alguien salía para preguntarme cómo iba el golpe, como si fuese un partido de fútbol. Aquellos zamoranos pasaban de todo. Les traía sin cuidado que la democracia cayese o que se afianzase.  Por aquellos años, ETA mataba casi todos los días. La banda marxista-leninista quería derribar a tiros y con bombas  nuestras libertades.  Cuarenta años después hay muchos zamoranos a los que les importa quién les gobierne, mientras en Cataluña, la hez independentista recibe como a un héroe a Otegui, un etarra que no se ha arrepentido todavía.

 

Concluido el trabajo, regresé, de madrugada a casa. El rey ya había dado su discurso por la única televisión que existía. Juan Carlos I había salvado la democracia. Los militares regresaron a sus cuarteles y los diputados abandonaron el hemiciclo por la mañana, como si fueran los delfines de la democracia. Esa misma tarde, manifestación en  Zamora. Lógico. Ya no había peligro. Los demócratas, que eran franquistas, salva alguna excepción,  unos años antes, se colocaron la camisa nueva para demostrar su amor por las libertades. Un año y medio después el PSOE, partido del que apenas su supo nada durante el franquismo, ganaba por mayoría absoluta las elecciones legislativas. Felipe González iniciaba una carrera política extraordinaria. El partido de Pablo Iglesias y Largo Caballero ejecutaría después el trabajo sucio del gran capital europeo y norteamericano. La derecha nunca jamás habría sido capaz de realizar esa labor económica y política. España quería ser de izquierdas, de una izquierda centrista, de una izquierda que no daba miedo ni amenazaba a nadie, ni anhelaba otra república.

 

Mi hipótesis del golpe del 23 de febrero de 1981 se acerca a la de  historiadores que señalan a Juan Carlos como el autor de aquella trama, su cerebro. Por supuesto, los Estados Unidos, me temo, lo sabían todo. Entonces, el monarca seguía siendo el rey de Franco, y  los generales no eran más que  los herederos de los militares que ganaron la Guerra Civil bajo la dirección del caudillo. La dictadura perduraba en la mente de los españoles. La democracia era tan niña que todavía lucía pañales políticos.

 

Juan Carlos I necesitaba aparecer como un rey demócrata, porque hasta ese 23 de febrero de 1981 no lo fue. Los generales que lideraron la intentona gozaban de la confianza del monarca. El testamento del dictador ordenaba el máximo respeto al rey.  Ni Milans del Bosch, ni Armada Comyn pensaron jamás cometer felonía con el delfín de Franco. Azuzar un golpe y después pararlo me parece hoy, 40 años después, una genialidad política. El 24 de febrero de 1981 el nieto de Alfonso XIII se convertía en un monarca demócrata. Una mayoría de españoles lo creyó. Amén. Los golpistas fueron juzgados y condenados a duras penas.

 

En el mes de octubre de 2017, se produjo un golpe de Estado en el Parlamento catalán por parte de los independentistas, derechas e izquierdas, contra la democracia y contra España. El hijo de Juan Carlos I, Felipe VI lo paró. Años después, los golpistas se hallan en prisión, otros en el exilio dorado de Waterloo, y la ultraizquierda de Unidas Podemos, que cogobierna España con el PSOE, exige que los malandrines secesionistas abandonen sus inmaculadas prisiones para hacer política en Cataluña.

 

La degradación de nuestra democracia, tras 40 años, ha alcanzado su máxima cota. El golpe del 23 de febrero no buscaba acabar con la nación española, solo con la democracia. El golpe de octubre de 2017 quería romper con España y, por ende, con la Constitución de 1978. La derecha española de hace 40 años, AP y UCD, no exigió al Gobierno que los generales golpistas y Tejero saliesen de prisión y  regresasen a sus labores militares. Punto final. He escrito de recuerdos personales, mi memoria, y de datos y documentos de la historia.  

Paradojas del destino: el que fuera, según la prensa española de antaño y de hogaño, Juan Carlos I, Rey Emérito, se halla lejos de España, en una especie de exilio dorado. Los partidos antiespañoles, los que apoyan, sujetan, sostienen al Gobierno de Pedro Sánchez, no asistieron hoy a la jornada celebrada en el Congreso de los Diputados en defensa de la democracia y en recuerdo de aquella jornada. Los diputados de Podemos no aplaudieron el discurso del monarca.

 Y  no olvide el lector que la gran mayoría de los políticos que ocupan escaño en las Cortes o no había nacido hace 40 años o asistía a clase de párvulos. La juventud española ignora el pasado de su nación, ni tampoco le importa. Como dijo el presidente Truman: “No hay nada nuevo en el mundo, excepto la historia que se desconoce".

Solo sé que, después de 40 años de ese primer golpe de Estado contra la democracia -el segundo se produjo en octubre de 2017-, la degradación del sistema, con corrupción por doquier en los partidos más importantes de la nación; la violencia callejera, alentada por uno de los partidos que gobiernan, y la quiebra ética y estética, adelanto de la económica, se llevarán por delante, a la zahúrda de la historia, el régimen democrático y la Constitución de 1978. 

Eugenio-Jesús de Ávila

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