NOCTURNOS
Cuando amar es un verbo innecesario
He alcanzado esa edad en la que, a priori, el amor se convierte en un sentimiento innecesario. Cuando se es demasiado joven, tanto como para que el sexo domine al seso, los varones se sienten atraídos por un número
indeterminado de mujeres. Les gustan todas. Dicen estar enamorados, pero solo buscan, porque así lo determina la naturaleza, el placer de sembrar en cualquier tierra femenina. El hombre joven no quiera a nadie, porque desea a todas. Romeo Montesco forma parte de una tragedia, de un invento, de una hipérbole de la pasión.
No soy mujer, como es obvio, pero el género femenino creo que se toma el amor de una manera, si se me permite la definición, más científica. Las chicas aman con más seriedad. Más si desean perpetuar la especie. El placer
de la cópula tampoco ocupa la jerarquía en su escala de valores hedonistas. Si el hombre no alcanzase el nirvana en el ajuntamiento, ya no existirían seres humanos sobre la faz de la tierra.
Con los años, los de mi género aprendemos a querer, a respetar, a comprender a las mujeres. Si bien, existe el rijoso que, con más de cinco décadas de vida, sigue contemplando a una dama como la plataforma esencial para sentir deleite.
He amado con más lirismo, inteligencia y verdad cuando prefería leer, verbigracia, a Schopenhauer, que perder dos horas en una película de James Bond. Porque cuando te curas de la enfermedad de la juventud, amas desde
dentro hacia afuera, como del revés. Ahora, doctorado en la carrera del amor, enseño cómo se ama, por qué se ama, por qué se deja de amar y por qué se puede vivir sin amar. Mi tesis doctoral la titulé: "El amor, un
sentimiento innecesario después de la andropausia". Amar, pues, es un verbo que ya no sé conjugar.
Eugenio-Jesús de Ávila
He alcanzado esa edad en la que, a priori, el amor se convierte en un sentimiento innecesario. Cuando se es demasiado joven, tanto como para que el sexo domine al seso, los varones se sienten atraídos por un número
indeterminado de mujeres. Les gustan todas. Dicen estar enamorados, pero solo buscan, porque así lo determina la naturaleza, el placer de sembrar en cualquier tierra femenina. El hombre joven no quiera a nadie, porque desea a todas. Romeo Montesco forma parte de una tragedia, de un invento, de una hipérbole de la pasión.
No soy mujer, como es obvio, pero el género femenino creo que se toma el amor de una manera, si se me permite la definición, más científica. Las chicas aman con más seriedad. Más si desean perpetuar la especie. El placer
de la cópula tampoco ocupa la jerarquía en su escala de valores hedonistas. Si el hombre no alcanzase el nirvana en el ajuntamiento, ya no existirían seres humanos sobre la faz de la tierra.
Con los años, los de mi género aprendemos a querer, a respetar, a comprender a las mujeres. Si bien, existe el rijoso que, con más de cinco décadas de vida, sigue contemplando a una dama como la plataforma esencial para sentir deleite.
He amado con más lirismo, inteligencia y verdad cuando prefería leer, verbigracia, a Schopenhauer, que perder dos horas en una película de James Bond. Porque cuando te curas de la enfermedad de la juventud, amas desde
dentro hacia afuera, como del revés. Ahora, doctorado en la carrera del amor, enseño cómo se ama, por qué se ama, por qué se deja de amar y por qué se puede vivir sin amar. Mi tesis doctoral la titulé: "El amor, un
sentimiento innecesario después de la andropausia". Amar, pues, es un verbo que ya no sé conjugar.
Eugenio-Jesús de Ávila


















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