Viernes, 28 de Noviembre de 2025

Nélida L. Del Estal
Miércoles, 24 de Febrero de 2021
CON LOS CINCO SENTIDOS

Delicatessen

[Img #50048] Vivimos rodeados de libros que no leemos, parece que nos diera miedo saber más de lo que sabemos. Puede que sea porque dicen por ahí que cuanto más sabes, más sufres. Pero qué queréis que os diga, prefiero morir de dolor propio y ajeno sabiendo cientos de cosas que irme siendo una ignorante feliz. El saber no sólo te lo dan los libros, los estudios, también te lo proporciona vivir. Quien no vive o lo hace por inercia, no sabe una mierda de nada. No hace falta que sea libros lo que no leemos, también hemos dejado de leer a las personas y eso es muy grave para la convivencia. Parece que al colocarnos la mascarilla, nos ocultáramos de los demás y nos hiciéramos más opacos. 

 

   Todo lo que nos pasa lo hace de una manera frenética, sin conectar realmente con las otras personas. Esa circunstancia no puede forjar grandes amistades ni grandes relaciones, pues todo se puede volatilizar en días, en semanas. Lo que hoy creemos justo, mañana puede no parecérnoslo. No salen grandes mentes de un ambiente como el actual, y si salen, puede que sean pisoteadas sin piedad por el simple hecho de intentar abrir los ojos de los demás. Lo diferente molesta, lo ha hecho siempre. En una sociedad tan etérea y líquida como la que nos ha tocado, si no vas en rebaño, piensas como el rebaño o rebuznas como el resto de asnos que te rodean, eres carne de cañón para los simples, para los que se conforman con las lentejas y el pan de cada día.  

 

   Está bien comer lentejas, véase que lo utilizo como ejemplo, entendedme, no sea que salga el simple de turno diciendo que las lentejas están bien y son ricas en hierro…Que hay de todo en la viña del señor y ya está una cansada de tener que explicar el cómo y el porqué de cada una de sus respiraciones. Pero yo quiero más que lentejas, quiero jamón de bellota y aceite de oliva virgen extra; quiero poder decir lo que me plazca porque lo que me place no daña a nadie. Quiero que las personas sean más profundas y menos superficiales, más inteligentes y menos malévolas. He llegado a un punto en el que pienso que la ignorancia y la estupidez son dañinos para la salud del común de los mortales. 

 

    Convivimos con dos pandemias en estos momentos, a saber: la del jodido virus que nos ha capado de raíz los huevos y los ovarios sin pedir permiso y la otra pandemia que casi es más letal, no física, que también, pero más psicológicamente, la pandemia de los voceras que lo inundan todo con su verborrea vacía de contenido pero pegadiza como una mala canción del verano. Son el Georgie Dann de la intelectualidad. Hacen un ruido insoportable para los que intentamos descansar y pasar por la primera pandemia como podamos, siendo responsables y críticos. Son el vómito que te provoca una mala digestión de palabras sucias y simples, de esas que arrean al ganado en el que nos estamos convirtiendo. De esas palabras y frases manidas que salen por la boca de personas indocumentadas intelectualmente, que no conocen la historia y nos están condenando a repetirla una vez tras otra. 

 

   Cuando la cosa pinta mal, esta gente ahíta de estulticia florece como las setas en un bosque otoñal de mi Euskadi natal. A lo bestia. Como si el pueblo demandara respuestas aunque esas respuestas sean más falsas que las tetas siliconadas de cualquier celebrity. Nos creemos cualquier cosa, da igual. Necesitamos un mesías que nos guíe y parece que nos vale cualquiera, aunque mañana o pasado podemos ponerlo a caer de un burro sin miramiento alguno. Ya saldrá otro mesías. Somos de un necio que no tiene parangón. Casi nos merecemos lo que nos está pasando. Pero no todos, no me gusta generalizar. Por eso, los que nos salimos del cuadro molestamos y se nos intenta achicar como se achica el agua en un bote de remos agujereado. 

 

   No me voy a callar ni hoy, ni mañana, ni pasado mañana. Quiero lentejas, pero también quiero jamón y solomillo de buey, cava y ostras mentales. Y no me voy a sentir culpable por eso. Nunca. 

Nélida L. del Estal Sastre 

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