NOCTURNOS
Mi adiós a Carlota
Carlota vive, pero se murió dentro mí. No puedo amar a quién no huelo, veo, palpo, acaricio. No soy un mocoso ni un romántico anacrónico. Necesito el contacto, el toque, la ternura, el sexo y el seso para amar a una mujer. El amor platónico no es más que una tontería para adolescentes, caprichos ridículos de cuerpos y almas sin hacer.
Esa mujer, a la que he querido amar hasta que Cronos me robará el reloj de mi vida, me parece, sin duda, muy inteligente, hermosa y simpática. También creída, rígida y extraña. Aparece y se esfuma como si una nube de verano. Nunca sabes si está o es, si te estima o le traes sin cuidado. Ella siempre supo, desde la primera vez que nos vimos, que la amaría como si fuera una diosa, que me humillaría ante ella como un siervo, como el mayordomo de su corazón, como el criado de su pasión. No habré sido el mejor entre los hombres que la amaron, entre los machos que se cabalgaron a la grupa de sus ingles, pero nunca pretendí gozar de su carne si antes no conquistaba su espíritu. A una mujer hay que enamorarla por dentro, si deseas amarla también por fuera.
Carlota revoluciona mi capacidad de concupiscencia, desborda mi hombría, amenaza mi sexualidad, pero también alerta mi inteligencia, exprime mi talento y seduce mi genio. Nunca jamás conocí en un ser femenino tal aleación entre intelecto y erotismo. Nunca fue mía. Pudo haber hecho conmigo lo que hubiera querido. No me amó. Soy ya un fue y un es que vive por inercia. Me despido del amor. ¡Que amen otras! ¡Que te amen otros, Carlota! Ya no puedo más.
Eugenio-Jesús de Ávila
Carlota vive, pero se murió dentro mí. No puedo amar a quién no huelo, veo, palpo, acaricio. No soy un mocoso ni un romántico anacrónico. Necesito el contacto, el toque, la ternura, el sexo y el seso para amar a una mujer. El amor platónico no es más que una tontería para adolescentes, caprichos ridículos de cuerpos y almas sin hacer.
Esa mujer, a la que he querido amar hasta que Cronos me robará el reloj de mi vida, me parece, sin duda, muy inteligente, hermosa y simpática. También creída, rígida y extraña. Aparece y se esfuma como si una nube de verano. Nunca sabes si está o es, si te estima o le traes sin cuidado. Ella siempre supo, desde la primera vez que nos vimos, que la amaría como si fuera una diosa, que me humillaría ante ella como un siervo, como el mayordomo de su corazón, como el criado de su pasión. No habré sido el mejor entre los hombres que la amaron, entre los machos que se cabalgaron a la grupa de sus ingles, pero nunca pretendí gozar de su carne si antes no conquistaba su espíritu. A una mujer hay que enamorarla por dentro, si deseas amarla también por fuera.
Carlota revoluciona mi capacidad de concupiscencia, desborda mi hombría, amenaza mi sexualidad, pero también alerta mi inteligencia, exprime mi talento y seduce mi genio. Nunca jamás conocí en un ser femenino tal aleación entre intelecto y erotismo. Nunca fue mía. Pudo haber hecho conmigo lo que hubiera querido. No me amó. Soy ya un fue y un es que vive por inercia. Me despido del amor. ¡Que amen otras! ¡Que te amen otros, Carlota! Ya no puedo más.
Eugenio-Jesús de Ávila


















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